(七) INVIERNO

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Ninguno de los dos supo cuántos orgasmos tuvieron la noche anterior. Lo cierto es que terminaron en la cama de Mu Qing, desnudos, enredados el uno en el cuerpo del otro. Cuando Feng Xin abrió los ojos pudo ver la magullada piel de Mu Qing... debido a su palidez era posible notar los mordiscos y succiones hechos por él.

Tragó en seco, visiblemente nervioso... No podía creer lo que había hecho. El General definitivamente lo mataría. Su mirada fue tan intensa que los ojos del más bajito se abrieron y se clavaron en las orbes profundas de Feng Xin. Había algo... un sentimiento de vacío que no le gustó al moreno.

—Esto no debió pasar —soltó el General Nan Yang, yendo contra el sentimiento de acunar el rostro de la Deidad entre sus manos y besarlo de nuevo. Sentir conscientemente el sabor de sus labios, cubrirse con el aroma de su cuerpo.

Mu Qing soltó una risa suave. Se trataba de una risa triste, cualquiera podría darse cuenta de ello. Se aferró a la manta blanca que le envolvía y asintió lentamente.

—Sólo vete.

—Mu Qing... Lo lamento.

El aludido sacó una daga de debajo de su almohada y apuntó directamente al cuello del moreno. Feng Xin pasó saliva con nerviosismo... Incapaz de moverse. Aquel movimiento sí que le había tomado desprevenido.

—No quiero escuchar una sola palabra de esto, ¿entiendes? ¡Si vuelves a decir una estupidez, clavaré esta daga en tu cuello lujurioso! 

Feng Xin elevó ambas palmas en señal de paz. Se puso de pie y nerviosamente comenzó a buscar su ropa, caminando desnudo por la recámara, ya que su ropa se había quedado en la biblioteca. Salió a paso lento, caminando de espaldas. Se vistió en silencio, sintiendo una pesadez indescriptible en su corazón... algo que nunca antes sintió al despertar junto a otro cuerpo desnudo. Su corazón pesaba demasiado. Un dolor se instaló en su pecho.

Algo le gritaba que tenía que quedarse... que su lugar estaba junto al hombre que yacía en la cama, pero su orgullo fue mucho más fuerte. El maldito orgullo. Solo se asomó de vuelta a la habitación cuando estuvo vestido. Mu Qing se había colocado una túnica blanca, casi transparente. Debajo de la tela, Feng Xin pudo apreciar conscientemente sus curvas. Se puso nervioso de un momento a otro.

—Terminate de largar —exigió Mu QIng de pie frente a él, casi cubriendo la puerta para que no se le ocurriera ingresar de nuevo.

Al moreno no le gustó para nada la altanería de su compañero. ¡¿Quién demonios se creía para hablarle así después de haberse entregado a él como una auténtica perra?! Porque debió ser así... Los cuerpos desnudos no mentían, tampoco las circunstancias y la saciada polla de Feng Xin. Podía recordar los instantes más emocionantes de la noche, aunque trató de mantenerse calmado... en un intento de no ponerse duro otra vez.

—Al menos puedes aceptar que te gustó ser cogido por mí —recriminó Feng Xin—. Gemiste como una auténtica zorra.

Un puño cerrado cayó en la mandíbula del moreno y la sangre brotó de uno de sus labios. Feng Xin gruñó cuando sintió el sabor metálico de la sangre e hizo intento de aferrarse al Dios, pero el de menor estatura retrocedió.

—No volverás a poner tus asquerosas manos sobre mí porque te juro, Nan Yang, que te llevaré ante el Consejo Marcial por acoso.

Había tanto seguridad en las palabras del Señor del Suroeste que el mismo General Nan Yang retrocedió. El fuego en sus ojos le indicó que era tiempo de irse. Así lo hizo. Una vez que Mu QIng supo que no volvería... se echó a llorar sobre la cama...

Todo había terminado. Finalmente había sido destruído por aquel hombre... No valía nada... Su energía estaba por los suelos y no había sido más que utilizado para saciar la lujuria de Feng XIn. Se sintió tan estúpido.

Odiaba el frío que venía después de una noche llena de pasión... el invierno se había instalado de nueva cuenta en su corazón.




BESOS CON SABOR A PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora