¡No podía creerlo! ¿Realmente Lluvia Sangrienta y Xie Lian habían sido tan descarados como para llevar semejante show a su propio palacio? ¡¿Qué demonios pensaban?!
Era, era, era... ¡era algo tan inmoral! Esos dos... esos dos... MuQing se dejó caer sobre el sofá y cerró los ojos poco antes de acariciarse el rostro con ambas manos. En verdad deseaba que se lo tragara la tierra. Tantos años manteniendo su pureza, tantos años alejado de toda esa clase de espectáculos y... ¡y se lo llevaban a su propio palacio! Y encima de todo en tamaño gigante representando a dos personas bastante cercanas y conocidas para él.
Jamás terminaría con el trauma de saber que las estatuas de HuaCheng y XieLian habían tenido sexo en sus propios terrenos, apenas a unos metros de su palacio.
¡Tan inaceptable!
Una carcajada se escuchó desde la entrada. Conocía perfectamente a su dueño y solo deseaba estampar su puño en aquel agradable rostro para que se largara de una vez. No podía creer que incluso en ese momento Feng Xin tuviera cabeza para burlarse de él.
—Lárgate.
—¿Es así como se trata a un viejo amigo?
—Tú y yo no somos amigos.
—Bien, ¿es así como tratas a tus visitas, entonces?
—Tampoco eres una visita porque, por supuesto, no eres bienvenido —declaró con frialdad al tiempo que se ponía de pie—. Solo vete.
Lo que menos necesitaba era ver a aquel hombre. Podría ser cualquiera, menos él.
—No me iré.
Mu Qing apretó la mandíbula con fuerza y dándole la espalda se alejó. Pensó que si simplemente lo ignoraba Feng Xin no tardaría en irse.
Cuán equivocado estaba.
Los minutos pasaron y al no escuchar ruido alguno el peliplateado miró sobre su hombro. Aquel Dios se encontraba sentado justo en el sillón donde previamente él se había dejado caer, su carcaj con flechas se encontraba a un costado en el suelo y con su cabeza recargada contra el respaldo tenía los ojos cerrados. Su respiración era tan suave que casi parecía que estuviese durmiendo.
MuQing entonces tembló.
No se encontraba ebrio, ¿verdad? Agudizó su olfato y aspiró el aroma a su alrededor. Ah, maldición. En definitiva el arquero no estaba ebrio, no se percibía en absoluto el aroma característico del alcohol, pero, demonios, Mu Qing sí había percibido otro aroma; una fragancia fuerte, pura y varonil. Una fragancia que poco más de 800 años atrás se había adherido a su piel con tanta fuerza que fue imposible quitarla en los próximos días.
Y él, a veces, aún parecía sentirle.
Negó de inmediato, aquello se había quedado lejos, muy atrás, sepultado con su vida humana. Una vida que no existía más.
—¿Qué quieres realmente?
—Compañía.
—¿Por qué no vas entonces con tu querido Xie Lian y conversas con él?
—No le caigo en gracia a ese Demonio.
MuQing rodó los ojos.
—A mí tampoco me caes en gracia.
El moreno sonrió de lado aún con los ojos cerrados.
—Sólo déjame estar aquí.
El de largos cabellos blancos soltó algo muy parecido a un bufido y cruzándose de brazos emprendió la marcha a donde fuese que le permitiera estar lejos de aquel Dios de tez morena.
—¿A dónde vas?
—Estaré ocupado en la biblioteca.
Eso fue todo.
Feng Xin se quedó allí, sentado en el sillón favorito de Mu Qing, mientras el espadachín corría a encerrarse en la biblioteca, a refugiarse entre los libros y la meditación. Entre aquellos que le mantuvieron ocupado y alejado del sentimiento más puro, humano y doloroso que alguna vez sintió, los que sanaron sus heridas; los que borraron el recuerdo de Feng Xin.
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BESOS CON SABOR A PASADO
FanfictionMu Qing no recuerda haber bebido alcohol durante la fiesta de cumpleaños de Xie Lian en Puji. Tampoco recuerda haber besado a Feng Xin, pero lo hizo. Ahora, el General Nan Yang no deja de perseguirlo tratando de encontrar una explicación a los recue...