(八) AUSENCIA

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Feng Xin iba a morir del puto estrés. Desde que pasó la noche junto al Dios del Suroeste no había encontrado ni un solo segundo de paz, pues el peliplateado se encontraba en su mente en todo momento. Los gemidos y jadeos compartidos eran como una pista de audio que se repetía en su cabeza a lo largo del día. Su calidez lo mantenía envuelto de pies a cabeza y su aroma... joder, ¡su aroma! El General Nan Yang estaba completamente jodido. 

Pensó que si hacía suyo al otro General, el fuego bajo su piel cesaría... que solo bastaba una noche para olvidar esos absurdos sueños que le atormentaban, sueños donde él follaba al hombre... donde sus pieles se tocaban y se reconocían, ¡pero no había sido así! Los sueños seguían presentes... Mezclados con los recuerdos de su entrega. 

—¡Si sigo así me volveré loco! —Exclamó Feng Xin ingresando al Salón Marcial de los Cielos. Había pasado más de una semana desde lo ocurrido y sus pasos no coincidieron ni por error con los de Xuan Zhen. Primero pensó que lo estaba evitando, ya que tres días después de su entrega, no asistió a la junta convocada por Dian Xia. Ahora ya estaba preocupado... ¿Acaso no volvería a darle la cara nunca más?

—¿Se encuentra bien, General Nan Yang? —Preguntó el General Pei deteniéndose a su espalda. Ambos se encontraban ahí reunidos, en el Salón Marcial, para tener otra reunión con DianXia.

—Sólo estoy un poco estresado —respondió secamente, aunque le dieron ganas de responder con un: ¿qué te importa?

—Ya veo, ah, es una pena que el Dios del Suroeste nuevamente no esté aquí, ¿cierto? A veces creo que necesitamos la paz que nos transmite durante las reuniones. Usted y yo sin duda siempre vamos a proponer un genocidio —comentó entre risas al final de su frase.

—¿Cómo que no está? —De todo cuanto había dicho Pei Ming solo le importaba la parte donde decía que nuevamente Mu Qing no estaría en la reunión—. Esta sería su segunda falta. ¿Acaso se encuentra en misión? ¿Estará en la tierra?

Eran tantas preguntas en tan poco tiempo que incluso Pei Ming se sintió abrumado.

—Despacio, General. Me temo que no tengo ninguna respuesta. Sólo sé que no está aquí y ya. ¿Por qué no le pregunta al Dian Xia? Apuesto a que él lo sabe.

—¿Saber qué? —La melodiosa voz del Dios Marcial se dirigió hacia ambos Dioses y los miró de forma amable, pero seria. Xie Lian nunca llegaba tarde a sus ocupaciones celestiales, pero ese día su calamidad se había puesto demasiado... cariñoso y le costó más que otras veces salir de sus brazos.

—El General Nan y yo estamos preocupados por el General Xuan. Nos gustaría saber si...

—Está ocupado —respondió Xie Lian de manera cortante—. Me temo que está atendiendo situaciones personales y no podrá acompañarnos.

—¿Sabrá acaso cuándo...? 

Pei Ming no terminó de formular su pregunta, pues el Dios de mayor rango volvió a hablar.

—Desconozco el tiempo que tardará en presentarse a las juntas, pero, de momento, Feng Xin se encargará de apoyarme al doble. ¿Cierto, General Nan?

Feng Xin asintió, aunque no estaba muy seguro de haber entendido bien lo que su Superior quería. Él solo deseaba saber qué demonios pasaba con Mu Qing, dónde estaba, por qué no le daba la cara. Su mirada se mantuvo perdida durante toda la reunión, la cual, afortunadamente fue corta. Dejó que todos se fueran y se acercó de forma imprudente a Dian Xia, estaba seguro que si Lluvia Carmesí hubiese visto la forma amenazadora en que miró a su amado, no habría dudado en cortarle la cabeza.

Para fortuna de Nan Yang, Hua Cheng no estaba en los Cielos.

—Dime dónde está —exigió el de tez morena—. ¿Por qué demonios no está aquí?

Xie Lian le miró con extrañeza.

—¿Estás hablando de Mu Qing?

—¡¿Dónde está?! —Preguntó de nuevo y tuvo ganas de tomar a Dian Xia por los brazos y sacudirlo, a ver si así le daba la respuesta que quería—. Sé que tú sabes algo más... ¡dímelo!

—Sé exactamente lo que dije. Mu Qing está atendiendo una situación personal y pidió licencia.

—¿Licencia? 

Dian Xia se limitó a asentir, luego se retiró. Cuando Feng Xin se quedó solo, se recargó contra la pared más cercana y cerró los ojos.

—Mu Qing... ¿Dónde demonios estás? ¿Por qué me sigues evitando?




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