(四) PIÉRDETE

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El rostro del General Nan Yang sí que era todo un poema. Fue una verdadera lástima que MuQing no se hubiese quedado a observarlo.

Sin embargo, el hombre no tenía en sus planes irse pronto del Palacio del Suroeste. Aún deseaba hablar con MuQing e invitarlo a ir con él a la Tierra. ¿Por qué? Fácil y sencillamente por una razón: FengXin no tenía amigos. 

Bueno, esa era tan solo uno de los motivos.


—¡Hey! —Llamó casi a gritos tocando la puerta con sus puños—. ¡Solo quiero hablar!


MuQing se encontraba recargado detrás de la puerta con los brazos cruzados. En serio, si el hombre seguía con aquellas estupideces terminaría sacando su sable o, bien, estampando su puño en aquel moreno rostro.


—¡Prometo no hablar más de tu aburrida vida sexual!


Silencio.


—¡Ya! Xuan Zhen, déjate de pendejadas. ¡Solo abre la maldita puerta!


Y en efecto, la puerta se abrió, pero lo que Fengxin recibió en el estómago fue nada más y nada menos que una certera patada. 

Ya derribado sobre el suelo, se sostuvo con ambas manos la parte herida y miró molesto al peliplateado.


—Dije que te largaras.


Se puso inmediatamente de pie y le empujó con brusquedad.


—¿Quién demonios te crees, estúpido campesino?

—¿A quién le has llamado campesino?

—¿No eras tú el sirviente del Príncipe Heredero de Xian Le? ¿No eras tú quien usaba una escoba? ¿Por qué no vas por ella y te pones a limpiar mi casa?


Fengxin había rebasado su límite.


El puño de MuQing se estampó más de una vez en su rostro y los puños del Dios del Sureste respondieron igualmente con furia. Se enfrascaron en una pelea de golpes feroces donde no lograban distinguir quien era el que más había herido al otro. Solo se escuchaba el choque de los puños contra el cuerpo ajeno y jadeos molestos.

En medio de aquella pelea las manos de gruesos y morenos dedos se enredó en el largo cabello plateado tirando ferozmente de él. Así, el rostro de MuQing quedó a escasos centímetros de la cara contraria.

Tanto los labios de MuQing como los de Fengxin sangraban de una de las esquinas. Al menos se habían partido mutuamente los labios a fuerza de utilizar sus puños. Sus respiraciones se mostraban irregulares, se encontraban más que sudorosos, y un quejido de dolor abandonó la garganta del espadachín cuando al tratar de zafarse FengXin tiró con más fuerza de su cabello.


—Bastardo.


FengXin sonrió con sorna.


Al notar que el hombre no pensaba soltarlo tan fácilmente, MuQing hizo lo único que se le ocurrió en aquel entonces; escupió directo a su rostro mientras ordenaba con visible ira:


Piérdete.

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