(十二) DESEO, REDENCIÓN Y LICOR

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El General Nan Yang cogió entre sus manos el frasco con aquella extraña poción que el esposo de Xie Lian le ofreció. Le tomó unos cuantos minutos de duda... hasta que, finalmente, la bebió.

—Asqueroso.

—No tenía que saber a pan recién horneado —se mofó la calamidad. Luego caminó hacia la puerta, deteniéndose apenas un momento—. Dulces sueños, General.

El Dios del Sureste casi podía escuchar las risas de aquel Demonio, pero trató de no darle importancia. Solo se quitó las pesadas botas, descansó su carcaj junto a la sencilla cama y luego se recostó. Respiró profundo y cerró los ojos.

Pronto, los recuerdos llegaron.

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—Creo que los perdimos —declaró Feng Xin mientras soltaba un suspiro y cerraba la puerta de aquel granero a mitad de la noche.

Afuera la tormenta parecía haberse vuelto más violenta. Los barrotes de madera crujían bajo las inclemencias del tiempo y resultaba bastante complicado hacerse escuchar sin gritar debido a los truenos y relámpagos surcando el cielo nocturno. Tanto él como su acompañante estaban empapados de pies a cabeza y, lo que era peor, habían perdido la pista del Príncipe Heredero. Sin embargo, para dos simples mortales, resultaba complicado moverse en medio de todo aquel caos.

Sobre todo después de que Feng Xin fue prácticamente sacado de un burdel de mala muerte donde estaba embriagandose, lo que le valió un par de golpes por parte del sirviente de Xie Lian.

—Todo esto es tu culpa —declaró el de piel pálida, mirándolo desde un rincón del lugar. Estaba sentado sobre un montículo de paja y se exprimía los largos cabellos blancos en un intento de secarlos un poco, aunque sus acciones eran infructíferas. Su cuerpo entero tiritaba.

—¿Mi culpa? ¡Yo no soy el sirviente de Su Alteza! Se supone que tú tendrías que haberte quedado a su lado.

—Tal vez no se me habría perdido si tú no hubieras estado bebiendo como si estuviésemos fuera de peligro.

—A veces solo necesito distraerme —la cabeza del moreno dolía un poco. Esta vez se había excedido algo con el alcohol, algo que no le pasaba a menudo aunque, a saber de todos, él era muy visto en las cantinas locales. Todo lo contrario de aquel sirviente delgado y varios palmos más bajo de estatura—. ¿Qué es esto? ¿Por qué tendrías una espada contigo? ¿La robaste?

Mu Qing sintió que la sangre le hervía a través de las venas. Se preguntó por qué ese estúpido todo el tiempo tenía que demeritar su trabajo al recordarle su humilde cuna. 

—¿Tanto te cuesta creer que esta espada me la gané?

Feng Xin se echó a reír. Observó detenidamente la espada que brillaba gracias a los rayos de luna que se alcanzaban a filtrar por las rendijas abiertas en el granero y al candil que, minutos antes, el bajito había encendido.

—Es una espada real. Difícilmente alguien como tú podría acceder a una.

—Me la dio Su Alteza Real, el Príncipe Heredero de Xian Le —sus mejillas rojas de coraje. Era como un niño defendiendo su posesión más sagrada—. ¡No soy un ladrón!

Un dolor se extendió por el abdomen del arquero y luego su espalda azotó contra el suelo húmedo, áspero y duro del lugar. Cada piedra incrustándose en su piel a través de la tela de su camisa blanca.

—¡¿Qué demonios te pasa?! —Preguntó en cuanto el aire regresó a sus pulmones, aunque no pudo seguir hablando porque un puño se estampó en una de sus mejillas. Feng Xin demoró en bloquear los golpes del más pequeño, quien estaba montado a horcajadas sobre él y parecía no tener intenciones de dejar de golpearlo. Las manos morenas apresaron las muñecas níveas y le sacudió con fuerza—. ¡Contrólate maldita sea!

—A mí ningún borracho de mierda va a venir a insultarme —escupió Mu Qing con coraje. El aroma del licor en el aliento del moreno le envolvió por completo provocándole nauseas.

—¡¿Borracho?!

En un primer instante el arquero quería detenerlo, pero su carácter era incluso más explosivo que el contrario, sin mencionar que el alcohol solo contribuía a volverlo mucho más imprudente.

Mu Qing se inclinó hacia el hombre bajo su cuerpo y frunció la nariz.

—Asqueroso.

Aquello fue mucho más de lo que el moreno podía soportar. Invirtió las posiciones y esta vez el sirviente quedó bajo su cuerpo musculoso. Le miró con tanta fiereza que si sus ojos fueran llamas bien podría quemarlo en ese instante.

—¿A qué llamas asqueroso, sucio campesino? —Gruñó—. ¿Al alcohol, es eso? Acá tienes tu maldito licor.

Antes de que Mu Qing pudiera siquiera replicar, la boca del arquero cubrió la suya y... se fundieron en un beso con sabor a deseo, a redención y... licor.



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Nota: 

¡Hola! 

Sé que pasó mucho tiempo desde que abandoné esta historia, pero en mi cabeza siempre estuvo el desarollo y su final, así que, acá ando, dándole ese cierre que merece esta linda pareja. ¿Les está gustando? Espero que sí. Les mando un abrazote.

Con amor, 

Yulianne Byun 


BESOS CON SABOR A PASADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora