2- Las Hódar

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Era por la mañana cuando las hermanas Hódar llegaron finalmente a Menorca. Después de un viaje agotador que comenzó con un interminable trayecto en coche desde Barcelona y luego un vuelo corto pero intenso hasta la isla, todas tenían los rostros somnolientos, pero las sonrisas que adornaban sus rostros reflejaban emoción por este nuevo comienzo.

—Por fin —suspiró Denna mientras tomaba aire fresco al bajar del avión.

Al llegar al aeropuerto, pidieron un taxi, dándole las indicaciones precisas para llegar a su nueva casa. Era una casa moderna y espaciosa, situada en una pequeña colina desde la cual se podían ver las aguas cristalinas del Mediterráneo. La fachada de la casa estaba pintada de blanco, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol, y rodeada por un jardín de arbustos y palmeras bien cuidados. La puerta de entrada, de madera oscura, contrastaba con el estilo contemporáneo de la vivienda, dando un toque rústico menorquín.

El interior no desentonaba con el exterior: techos altos, suelos de piedra pulida y paredes de colores neutros. Los muebles ya estaban colocados, ya que sus padres se habían encargado de preparar todo antes del viaje. La sala de estar era amplia, con un gran sofá en forma de "L" color crema, una mesa de centro de madera rústica, y un televisor de pantalla plana que colgaba de la pared. Las puertas de cristal del salón llevaban directamente a una terraza con vistas al mar, donde una pequeña piscina brillaba bajo el sol de la mañana.

Nada más cruzar la puerta, Ruslana, la hermana del medio, no perdió el tiempo. Con su cabello pelirrojo ondeando detrás de ella, corrió hasta el sofá, arrojándose sobre él sin siquiera molestarse en mover las maletas que había dejado en la entrada. Su actitud siempre despreocupada y su energía sin límites hacían que su comportamiento fuera predecible, pero nunca dejaba de sorprender.

—Oye, ¿tú te piensas que somos tus sirvientas o qué? —reprochó Violeta, la mayor, con una ceja alzada y su habitual tono entre enfadado y cómico. Estaba agotada, y su melena corta, teñida de rojo que comenzaba a adquirir reflejos anaranjados, parecía más desordenada que de costumbre. Violeta, con sus ojos marrones profundos, miraba a su hermana con exasperación.

—Venga, estoy tan cansada que ni siento las piernas —respondió Ruslana, sin levantar la cabeza del sofá, estirando sus brazos y piernas como si quisiera abarcar todo el espacio disponible.

Denna, la menor, que había estado observando la escena con una sonrisa en los labios, intervino. Con su cabello rubio y sus ojos marrones miel, siempre desprendía una dulzura que contrastaba con la locura de sus hermanas.

—Vale, Rus, yo te llevo las cosas, pero por favor, colabora un poquito, ¿eh? —dijo con un tono conciliador mientras se inclinaba para recoger una de las maletas que Ruslana había dejado tirada en la entrada.

Violeta relajó las facciones mientras observaba la situación, dejando escapar un suspiro antes de agarrar sus propias maletas.

—Yo me voy a la habitación antes de que me tire en el suelo del cansancio —anunció, arrastrando sus pertenencias hacia el segundo piso.

Al llegar a su habitación, Violeta se encontró con un espacio que la hizo detenerse. La habitación era amplia, con grandes ventanales que daban directamente al mar. Una pequeña puerta lateral llevaba a un balcón privado donde ya podía imaginarse sentada por las tardes, con una libreta en la mano, escribiendo algunos versos. El cuarto estaba decorado de manera simple pero elegante, con un armario empotrado y una cama con sábanas de lino blanco que invitaban a tumbarse. Sin pensarlo dos veces, Violeta dejó caer las maletas a un lado y se tiró en la cama, cerrando los ojos y disfrutando del momento de paz.

No pasaron ni cinco minutos cuando las risas y pasos de sus hermanas rompieron el silencio. Ruslana y Denna irrumpieron en la habitación y se lanzaron sobre ella, haciendo que la cama se hundiera bajo el peso de las tres.

—Me emociona tanto estar aquí —dijo Ruslana, con su habitual tono entusiasta—. Lejos de papá y mamá, por fin... —Sin embargo, su rostro se nubló un instante al mencionar a sus padres.

Denna, que seguía sonriendo hasta ese momento, cambió de expresión al instante.

—No pensemos en eso ahora, estamos lejos y no van a molestarnos. Ese era el trato, ¿no? —dijo con firmeza, intentando disipar cualquier sombra de duda.

Violeta abrió los ojos, observando a sus hermanas por un momento, antes de que pudiera decir algo, un sonido atrajo su atención. Desde la playa cercana, llegaron unas risas que resonaban hasta la casa. Ruslana fue la primera en reaccionar. Se levantó rápidamente de la cama y corrió hacia el balcón, con la curiosidad brillando en sus ojos.

—¡Por dios, están buenísimos! —exclamó en tono bromista, señalando a tres chicos que estaban en la playa, riendo y jugando cerca del agua.

Violeta se acercó al balcón y le dio un empujoncito en el hombro.

—No empieces, que venimos aquí por tranquilidad —murmuró, aunque no pudo evitar lanzar una mirada hacia la playa.

Denna, que se había unido a ellas, soltó una pequeña carcajada.

—Bueno... tranquilidad... nadie puede hablar de eso cuando nuestras relaciones anteriores han sido un desastre total —bromeó, aunque su tono llevaba un toque de verdad.

Justo cuando Violeta estaba a punto de darse la vuelta para volver a su cama, algo la hizo detenerse. Una de las personas en la playa, una chica de cabello negro y gafas, la estaba mirando directamente. La joven, con una sonrisa amplia y embriagante, levantó una mano y la saludó desde la distancia. Violeta se quedó helada por un instante, descolocada por la intensidad de la mirada.

—¡Mira qué mona! ¡Saludad! —dijo Denna, llena de entusiasmo, moviendo la mano alegremente hacia los chicos y la chica en la playa.

Ruslana, por supuesto, no pudo resistir la oportunidad de hacer algo alocado. Saludó a su manera, levantando las manos en señal de "rock" y sacando la lengua.

Pero Violeta no hizo nada. Se quedó allí, mirando, sin saber cómo reaccionar. Algo en esa chica la había dejado sin palabras.

—¿Vio, todo bien? Ya sé que no eres muy fan de hacer amigos, pero al menos podrías saludar, ¿no? —preguntó Ruslana, algo preocupada por la falta de reacción de su hermana mayor.

Violeta se limitó a esbozar una pequeña sonrisa antes de asentir y girarse hacia el interior de la habitación. Sin decir una palabra más, desapareció hacia el baño para darse una ducha. El agua caliente ayudaba a despejar su mente, pero la imagen de la chica de las gafas no dejaba de rondar su cabeza.

Mientras tanto, en la sala de estar, Ruslana y Denna se habían acomodado en el sofá con una manta, viendo una película, las risas y los comentarios tontos volvían a llenar el ambiente de la casa. Violeta, después de su ducha, decidió salir al patio trasero para contemplar el atardecer. El cielo estaba teñido de tonos naranjas y rosados, y la brisa marina era calmante. Antes de salir, avisó a sus hermanas desde la puerta de la sala.

—Voy a ver el atardecer. Si queréis, podéis venir cuando termine la peli—

Denna asomó la cabeza por encima de la manta y sonrió.

—Vale, luego te alcanzamos, Vio—

Violeta salió al patio, inhalando profundamente el aire salado. A pesar de los recuerdos que flotaban en su mente, una ligera sensación de paz la invadió mientras el sol se desvanecía en el horizonte.

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