9- Fragmentos Del Pasado

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Al llegar al moderno edificio, Chiara levantó la mirada hacia la imponente fachada de vidrio y hormigón. El edificio era una mezcla de líneas limpias y elegantes, con ventanales que dejaban ver la vida en su interior. La entrada, iluminada con luces cálidas, daba una sensación de lujo sin pretensiones. Justo al lado de la puerta giratoria, una pequeña terraza con macetas bien cuidadas añadía un toque de naturaleza al entorno urbano. Todo el lugar respiraba modernidad y calma, una calma que Chiara no compartía.

—Hola, Hugo, ¿qué tal estás? —dijo Chiara al acercarse al portero, forzando una sonrisa amable.

Hugo, un señor de unos sesenta y pocos años, la miró con su eterna expresión tierna, lucia el poco cabello que le quedaba peinado hacia un lado y su característico bigote blanco recortado perfectamente. Sus ojos brillaban, como siempre lo hacían al ver a los hermanos Oliver, a quienes trataba casi como si fueran sus propios nietos.

—Señorita Oliver, me alegra verla otra vez —respondió Hugo, con su tono siempre respetuoso, pero cercano—. Cookie ha sido paseado mientras usted estaba fuera —añadió con una sonrisa cómplice.

Chiara dejó escapar una pequeña risa, agradecida por el gesto. Cookie, su pequeño perro, siempre encontraba en Hugo un aliado para sus paseos cuando ella no estaba.

—Gracias, Hugo. Eres el mejor —le dijo antes de dirigirse hacia el ascensor.

El ascensor era amplio, con paredes de acero inoxidable pulido que reflejaban las luces suaves del techo. Dentro, el aroma a limpieza y a flores frescas le recordó lo cuidados que eran esos espacios. Chiara presionó el botón del décimo piso, observando cómo las puertas se cerraban lentamente. Soltó un largo suspiro, relajando los hombros, y antes de que las puertas se abrieran en su planta, forzó otra sonrisa. Era una costumbre que había desarrollado en los últimos años, fingir alegría para no preocupar a sus hermanos, como si al hacerlo pudiera contener su dolor dentro de una burbuja.

Frente a la puerta de su apartamento, sacó las llaves de su bolsillo, sintiendo el frío metálico en sus dedos. Pausó un momento antes de girarlas. Sabía que, al cruzar esa puerta, debía asumir el papel de la hermana alegre, la que todos esperaban ver. Exhaló, forzó otra sonrisa y entró.

—Ya estoy aquí —anunció al aire, aunque sabía que sus hermanos la escucharían.

El sonido de risas provenientes de la cocina la llamó. Se acercó, dejando caer suavemente su bolso en el sofá del salón mientras caminaba hacia donde estaban.

—Hola —saludó con una mano al entrar, su voz tranquila pero algo apagada.

Alex fue el primero en reaccionar, cruzando la cocina para abrazarla. El abrazo era cálido, pero Chiara lo sintió distante, como si su propio cuerpo no se conectara del todo con el gesto.

—Chiarita, prueba esto que te vas a morir —dijo Nerea con entusiasmo mientras se acercaba, extendiendo una cuchara con un poco de sopa que había estado cocinando.

Chiara tomó un sorbo. La sopa de maíz, cremosa y con un toque dulce, sabía exquisita. Nerea siempre había sido buena cocinera, algo que solía llenarla de orgullo. Pero, a pesar del sabor, Chiara simplemente asintió con una expresión seria.

—Me gusta mucho —dijo con una voz casi plana.

Nerea, que ya estaba acostumbrada a la frialdad que su hermana había desarrollado en los últimos años, no pudo evitar soltar un pequeño suspiro de frustración.

—Podrías fingir un poco mejor la emoción —respondió, aunque intentó sonar ligera, en el fondo se notaba su malestar.

—Lo siento —dijo Chiara rápidamente, frotándose los ojos con gesto de cansancio—. Estoy un poco agotada.—

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