15- 5 años atrás pt2

116 12 2
                                    

5 años antes

Salma estaba allí, de pie frente a Violeta, con esa media sonrisa torcida que tanto la aterrorizaba.
Su mirada oscura estaba fija en ella, irradiando una mezcla de desprecio y diversión. Violeta intentó mantenerse firme, pero su cuerpo temblaba, traicionando el miedo que recorría cada célula de su ser.

—Mi amor, ¿no me vas a invitar a entrar?— preguntó
Salma con voz melosa, avanzando hacia Violeta mientras intentaba besarla.
Violeta dio un paso hacia atrás, esquivando su intento de contacto.

—¿Qué haces aquí?—preguntó con una mezcla de incredulidad y temor, su voz apenas un susurro.

Salma la observó con una expresión de exasperación, como si todo aquello fuera un simple juego para ella.

— Vamos, ¿todavía sigues enfadada conmigo?— dijo, con una voz cansada, como si todo esto fuera una broma.

Violeta respiró hondo y reunió el poco valor que le quedaba.
—Tú y yo tenemos un trato, Salma.— La firmeza en su voz era palpable, aunque su cuerpo temblaba visiblemente.

—Necesito que te vayas.—

Salma soltó una leve risa, burlona, como si las palabras de Violeta fueran completamente irrelevantes.
—El trato era que tus padres beneficiarían los negocios de los míos— dijo Salma, haciendo una pausa mientras se acercaba más. — Pero parece que ahora tienen otros planes en mente.—

La confusión atravesó el rostro de Violeta. ¿Habían roto el trato sus padres? ¿O Salma estaba jugando con su mente una vez más? Su corazón latía con fuerza, pero se obligó a mantener la calma.

—No me han dicho nada, Salma.—Su voz temblaba, pero intentó mantenerse erguida.
—Por favor, vete.—

Salma la miró fijamente, luego empujó bruscamente a Violeta a un lado, entrando en la casa con una agresividad que no dejó lugar a dudas sobre sus intenciones. Se paseó por la cocina, con una frialdad calculada, y tomó un cuchillo afilado que estaba sobre la encimera.

—Tu padre ha hecho algo muy malo— dijo Salma con una sonrisa torcida, sosteniendo el cuchillo con una mano y paseándolo ante la mirada aterrada de Violeta.
-- Y alguien tendrá que pagar por eso, ¿no crees?—

El miedo en Violeta creció rápidamente, sus piernas temblaban tanto que pensó que no podría sostenerse. No quería que lo que había ocurrido la última vez se repitiera. Sus padres, ¿estaban bien? ¿Qué quería Salma esta vez?

—Eso lo arreglas con mis padres—
Violeta trató de mostrarse tranquila, aunque su corazón estaba en su garganta.

—Te invito
a que salgas de mi casa— añadió, levantando las manos como un gesto de súplica, aunque sabía que era inútil.

Salma avanzó hacia ella, el brillo del cuchillo reflejaba la luz de la cocina. —¿O si no qué?—preguntó, retadora, con una sonrisa cruel en los labios.
—¿Vas a llamar a la policía?— se burló, acercándose aún más.

Violeta se quedó sin palabras, sabiendo que Salma tenía razón.
Era intocable. Sabía que la ley no podría hacer nada, porque sus influencias la protegían.

—Sabes bien que soy intocable—continuó Salma con una risa amarga. —Y si no vienes conmigo, no te irás con nadie.—

Y antes de que Violeta pudiera reaccionar, Salma la agarró del cuello con una fuerza desmedida. Violeta intentó gritar, pero el aire apenas pasaba por su garganta.
—¡Ayuda!— logró gritar con un hilo de voz antes de que Salma la golpeara con el dorso de la mano.

—¡Mikel!— gritó Salma, y al instante, varios hombres irrumpieron en la casa. Subieron rápidamente las escaleras, buscando algo, hasta que los gritos de sus hermanas resonaron en toda la casa.
La voz de Ruslana se oyó, mientras forcejeaba
con uno de los hombres—¡ suéltame cabrón!— siji con una furia descomunal en sus ojos.

—¡Déjame ir!— suplicaba
Denna, lanzando patadas al aire mientras otro hombre la sujetaba por los brazos, tratando de inmovilizarla.

Desde la cocina, Violeta observaba la escena con horror, su corazón se rompía en mil pedazos. No quería que sus hermanas estuvieran allí, no quería que pagaran por sus errores.
—¡Déjalas en paz!— gritó
la mayor, liberándose del agarre de Salma y corriendo hacia las escaleras. Se lanzó sobre el hombre que sujetaba a Ruslana, golpeándolo con todas sus fuerzas. —¡No tienen nada que ver con esto!— su voz comenzaba a sonar desesperada.

Pero el hombre ni siquiera se inmutó. Salma se acercó tranquilamente a Violeta, mirándola con indiferencia mientras Violeta suplicaba.
—¡lré contigo, Salma! ¡Por favor, déjalas ir!— rogó, sintiendo como las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.

Ruslana luchaba con todas sus fuerzas, pero los hombres la arrastraron hasta la furgoneta estacionada frente a la casa.

—¡Vio, no quiero que me lleven!— gritó Denna, aferrándose al marco de la puerta, pero su resistencia no fue suficiente.

Ambas fueron metidas a la
fuerza en la furgoneta blanca y desaparecieron en plena luz del día.

El alma de Violeta se rompió en ese instante, sus fuerzas la abandonaron, y cuando bajó la guardia, Salma la golpeó en la cabeza por detrás.
El dolor fue insoportable, y todo se volvió negro.

Cuando Violeta despertó, el frío de la habitación y el dolor agudo en su cabeza fueron lo primero que sintió. Estaba atada a una silla, las cuerdas le cortaban la circulación en las muñecas.
Tenía la boca seca, y el ambiente a su alrededor era opresivo. Miró a su alrededor, buscando a sus hermanas, pero no había rastro
de ellas.

—Oh, veo que has despertado— dijo una voz maliciosa, interrumpiendo el silencio. Salma apareció desde la oscuridad, mirándola con esa expresión que mezclaba diversión y crueldad.

—¿Dónde están mis hermanas?—preguntó Violeta con un hilo de voz, sintiendo su corazón latir con fuerza mientras se retorcía en la silla, intentando liberarse de las cuerdas.

—Están donde deben estar—respondió Salma, con una sonrisa sádica en los labios. —Y si no te comportas, quizás no las vuelvas a ver.—

Violeta sintió cómo el miedo la paralizaba. No podía dejar que le hicieran daño a Ruslana y
Denna.
—Por favor, déjalas ir, Salma.
Te lo suplico.— Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, mientras sentía sus fuerzas agotarse.

Salma soltó una carcajada,
acercándose a ella con una expresión de burla en el rostro.
—¿De verdad crees que suplicar te va a salvar? — se inclinó hacia ella, susurrando con desprecio. —Eres tan patética, mi amor—

De repente, con un movimiento violento, Salma tiró la silla al suelo, haciendo que el cuerpo de Violeta se golpeara contra el frío suelo de piedra. Sin decir una palabra, comenzó a patearla, una y otra vez, sin piedad. Cada golpe era más fuerte que el anterior, arrancándole gemidos de dolor.

—¡Esto es por hacerme esperar! —gritó Salma, pateando su abdomen.
—¡Esto es por tratar de huir!—continuó, mientras el cuerpo de Violeta comenzaba a debilitarse bajo la intensidad de los golpes.

La última patada fue tan brutal que Violeta quedó casi inconsciente, su visión se fue oscureciendo mientras sentía su sangre mezclarse con las lágrimas que corrían por su rostro. Salma, satisfecha con su obra, se inclinó una última vez y susurró:
—Volveré a la hora de la cena cariño—
Y con eso, la dejó allí, tirada en el suelo, agonizando.

Violeta se quedó allí, inmóvil, con el cuerpo adolorido y cada respiración siendo una lucha. El sabor metálico de la sangre llenaba su boca. Pero el dolor físico no era lo peor. Era el vacío en su corazón lo que más la torturaba.
Pensó en Chiara.
Las lágrimas comenzaron a caer más rápido. Habían sido arrancada de su vida, de esa felicidad que apenas había comenzado a saborear. Una vida junto a Chiara.
Recordó su risa, sus ojos brillantes cuando hablaban sobre sus planes a futuro. Recordó sus manos, suaves y cálidas, que siempre lograban calmarla.
Y ahora, no sabía si alguna vez volvería a verla.

—Chiara— balbuceó, perdida
en un dolor que no solo era físico, sino emocional. La había perdido.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: 10 hours ago ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Entrelazados Donde viven las historias. Descúbrelo ahora