4- una cita improvisada

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Esa mañana era distinta. El sol se filtraba suavemente por las ventanas, iluminando el pequeño comedor de las hermanas Hódar. Violeta se había despertado con una sensación extraña, casi ligera. Desde hacía tiempo, no recordaba sentirse tan en paz. Como si el mundo, por alguna razón, le sonriera. Decidió aprovechar la quietud del amanecer y se levantó temprano, decidida a hacer algo especial por sus hermanas.

Vestida con su pijama de franela y el pelo recogido en un moño desordenado, puso música suave y se dirigió a la cocina. La melodía de una canción de los 80 resonaba en el fondo mientras comenzaba a batir los ingredientes para hacer tortitas. Su voz, afinada y alegre, acompañaba la música mientras cantaba y bailaba por la cocina, sintiéndose por un momento despreocupada y feliz.

En la planta de arriba, Ruslana se removía entre las sábanas. La fragancia a algo dulce despertó sus sentidos antes que sus ojos. Abrió un ojo, olfateó el aire y con una ceja alzada murmuró:

—¿Hueles eso? —dijo, con su voz todavía pesada por el sueño, mientras se estiraba perezosamente.

Denna, que pasaba justo por delante de su puerta, también captó el olor que inundaba la casa. Frunció el ceño, extrañada.

—¿Qué está pasando? —respondió mientras se asomaba, buscando el origen de aquella inusual dulzura.

Ambas se miraron con curiosidad y decidieron bajar las escaleras juntas, aunque Ruslana lo hacía aún arrastrando los pies. Al llegar a la cocina, la imagen que encontraron les sorprendió. Violeta estaba tarareando felizmente mientras colocaba un plato lleno de tortitas en la mesa, acompañadas de un jarro de zumo de naranja recién exprimido. Su expresión era de pura alegría, algo que rara vez veían en ella.

—Esto... es raro —dijo Ruslana, frotándose los ojos, como si el sueño aún la engañara.

Denna asintió, igual de perpleja. Se acercó a la mesa, tomó un tenedor y probó una de las tortitas.

—¡Esto está riquísimo! —exclamó, con los ojos llenos de sorpresa mientras devoraba un bocado.

Violeta giró sobre sus talones y sonrió de oreja a oreja.

—¡Qué bueno que te guste! —respondió con la voz cantarina de alguien que se sentía en la gloria.

Ruslana, que aún la observaba con una mezcla de incredulidad y desconfianza, la miró fijamente antes de hablar.

—¿Y a ti qué te pasa? —preguntó frunciendo el ceño y cruzando los brazos sobre el pecho.

—¿A mí? —Violeta respondió, llevándose una mano al pecho con fingida sorpresa—. ¿Qué me va a pasar? ¿No puedo mimar a mis hermanitas favoritas? —dijo en tono infantil, acercándose para pellizcarle las mejillas a ambas.

Ruslana la apartó de inmediato, entre risas y desconcierto.

—¡Quieta ahí! —dijo riendo pero manteniéndose a la defensiva—.
—Esto es demasiado raro. Tienes fiebre, seguro —y antes de que Violeta pudiera responder, Denna ya le estaba colocando la mano en la frente para comprobar su temperatura.

—No me pasa nada, ¡en serio! —se defendió Violeta, apartándose suavemente. Pero a pesar de sus esfuerzos por parecer tranquila, la sonrisa boba en su rostro la delataba.

Hubo unos minutos de silencio mientras Denna seguía devorando las tortitas, pero la paz fue interrumpida por un grito repentino de Ruslana.

—¡Ya sé lo que te pasa! —exclamó con una chispa de triunfo en los ojos.

Denna levantó la mirada, intrigada, mientras Violeta la fulminaba con la mirada.

—No me digas que es... —Ruslana hizo una pausa dramática antes de señalarla con un dedo acusador—. ¡La guiri! ¡Te has enamorado de la guiri!—

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