11- Chocolate y el pasado

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El museo era una joya arquitectónica que se alzaba imponente al final de una larga avenida arbolada, con su fachada de piedra clara y amplios ventanales que dejaban entrever una parte de su interior moderno y lleno de luces. Alrededor de la entrada principal, una serie de esculturas de cacao gigante daban una bienvenida cálida y curiosa a los visitantes. El edificio estaba rodeado por pequeños jardines y fuentes, que se integraban perfectamente con la estructura, generando un ambiente relajado y agradable, perfecto para un día de ocio.

Chiara, como todos los fines de semana donde no tenía compromisos laborales, había organizado una pequeña excursión con sus amigos más cercanos. Esta vez, el destino fue el museo, que contaba con una exhibición especial de chocolate. La muestra prometía no solo enseñar la historia del cacao, sino también ofrecer la oportunidad de degustar y crear sus propios chocolates. Algo que a Chiara la tenía más que emocionada.

Bajó del coche dando pequeños saltitos, aplaudiendo como una niña pequeña. Sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y anticipación.

—¡Estoy tan emocionada! —exclamó, girando sobre sus talones y mirando a sus amigos.

—Lo notamos... —rió Martín, mientras tomaba la mano de Juanjo, quien también sonreía, divertido por el entusiasmo contagioso de Chiara.

—Vamos, que el chocolate no espera —dijo Juanjo, ajustándose las gafas de sol antes de dirigirse a la entrada.

Cuando llegaron a la puerta principal, un joven recepcionista los recibió con una amplia sonrisa, acorde con el espíritu festivo del lugar.

—¡Buenos días! Bienvenidos a nuestra experiencia Chocolatástica! —saludó con entusiasmo, haciendo un pequeño gesto con la mano.

—Hola, aquí tienes —dijo Martín, sacando de su bolsillo los tickets que había comprado hacía semanas y entregándoselos al recepcionista.

El joven pasó los tickets por una máquina y los "peep" confirmaron que todo estaba en orden.

—¡Perfecto, pueden pasar! —anunció con una sonrisa aún más grande, pero cuando el grupo estaba a punto de cruzar, el recepcionista llamó a Chiara. —Un momento, por favor.—

Chiara se giró, algo desconcertada.

—Tome —dijo el chico, extendiéndole un pequeño peluche en forma de chocolatina—. Se lo damos a los niños, pero parece que usted está más emocionada que muchos de ellos.—

—¡Oh, Dios mío! ¡Es adorable! ¡Mil gracias! —respondió Chiara, abrazando el peluche como si fuera un tesoro y agradeciendo de mil maneras distintas.

Martín y Juanjo intercambiaron una sonrisa cómplice mientras continuaban hacia la exhibición principal. Al atravesar las puertas de cristal, quedaron boquiabiertos. El lugar era impresionante. El techo era alto, con enormes paneles de vidrio que dejaban entrar la luz natural, iluminando el espacio decorado con colores cálidos y envolventes tonos de chocolate. Grandes estatuas de cacao en todas sus formas adornaban las esquinas, mientras vitrinas elegantes mostraban antiguas herramientas usadas para procesar el chocolate, desde morteros de piedra hasta modernas máquinas de fabricación. En el aire flotaba un sutil aroma a cacao y azúcar, envolviendo a los visitantes en una atmósfera casi mágica.

—¡Esto es increíble! —Chiara sacó su móvil rápidamente—. ¡Vengan, chicos! Pónganse para la foto.—

Los tres se juntaron frente a una estatua gigante de una tableta de chocolate y sonrieron.

—¡Whisky! —gritaron los tres al unísono, justo antes de que el flash del móvil capturara el momento.

Después de tomar la foto, Martín se dio cuenta de algo.

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