8- 3 de febrero

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Barcelona, con su mezcla de colores, olores y sonidos, era un escenario perfecto para los sueños y las aspiraciones, pero también para la soledad de quienes llevaban una carga emocional invisible. Los tres hermanos Oliver se habían mudado al centro de la ciudad hacía cinco años, tratando de encontrar su propio camino. El edificio donde vivían tenía vistas amplias de la ciudad, y el piso que compartían era un espacio moderno y bien distribuido. En la entrada, unas plantas colgantes adornaban un pasillo corto que conectaba con la cocina, un lugar que Nerea había hecho suyo.

La cocina era amplia, con encimeras de mármol gris claro que brillaban bajo la suave luz del mediodía. El acero inoxidable de los electrodomésticos contrastaba con las pequeñas decoraciones personales que Nerea había añadido: una pizarra de tiza con frases motivacionales y recordatorios de las próximas comidas, y una pequeña radio que llenaba el espacio con música tranquila mientras cocinaba. La isla central era el punto de encuentro de los tres, donde compartían el desayuno cuando coincidían por las mañanas, y donde Nerea, con su ojo para los detalles, dejaba siempre la mesa perfectamente dispuesta con una cesta de frutas y una botella de vino lista para alguna visita improvisada.

El salón contiguo seguía una línea minimalista. Un gran sofá gris oscuro estaba orientado hacia una televisión de pantalla plana, aunque más que para ver programas, servía como el lugar donde Alex y Nerea solían tirarse tras largas jornadas de trabajo. Las paredes del salón estaban adornadas con discos de oro y platino, logros de Chiara que colgaban como testigos silenciosos de su éxito. Entre ellos, algunas fotografías capturadas por Nerea, mostrando retratos y paisajes de sus proyectos. En un rincón, estaban las guitarras de Alex, apoyadas cuidadosamente en sus soportes, esperando ser tocadas en algún momento de inspiración.

Cada hermano llevaba una vida marcada por sus propios ritmos. Alex, el mayor, era el que había alcanzado sus metas más claramente. A sus 24 años, trabajaba para Universal, componiendo, produciendo y colaborando con artistas que alguna vez solo pudo admirar desde lejos. Había pasado de tocar en pequeños bares a grabar con grandes estrellas. Sin embargo, el éxito traía consigo una vida implacable. Alex solía regresar tarde, con ojeras marcadas y la barba crecida, descuidada por las largas jornadas en el estudio. Su pasión por la música no había disminuido, pero la vida lo había atrapado en una espiral de compromisos y plazos. Rara vez se permitía descansar, y aunque su carrera iba en ascenso, algo en él parecía haberse apagado, como si siempre le faltara algo para estar completamente satisfecho. Cada vez que recordaba los días con Denna, sentía un vacío profundo, pero había aprendido a convivir con ese hueco, enfocándose en su trabajo para llenar el silencio que ella había dejado.

Nerea, la del medio, también había encontrado su camino, aunque no en el cine como había soñado inicialmente. Su carrera en una productora de videos y fotos le daba la libertad de trabajar según sus propios horarios. Amaba la libertad creativa que le permitía dirigir sesiones de fotos, videoclips y pequeños documentales. Era una vida menos ajetreada que la de Alex, pero no por eso menos significativa. Sin embargo, a veces, cuando los recuerdos de Ruslana surgían, no podía evitar sentir que algo dentro de ella había quedado sin resolver. Los días que pasaba editando, revisando fotos antiguas, inevitablemente la llevaban a ese rincón de su memoria donde aún guardaba sus momentos con Ruslana, las risas compartidas, los sueños que nunca se cumplieron.

Por otro lado, Chiara era la que más había cambiado, tanto externa como internamente. La desaparición de Violeta había sido un golpe devastador que nunca logró superar. Desde entonces, su vida se había convertido en una especie de piloto automático. Después de que su canción llamada "Malacostumbre" se hiciera viral, el destino la empujó hacia una carrera musical que, aunque exitosa, no llenaba el vacío en su corazón. Chiara se cortó el pelo hasta los hombros, cambió su estilo, abandonó las gafas, pero el dolor se veía en su rostro, en sus ojos. Su mirada, una vez llena de luz y curiosidad, ahora mostraba una tristeza inconfundible. Sus pómulos estaban ligeramente hundidos, y su piel había perdido el brillo juvenil. Aunque mantenía su misma complexión física, su andar era más lento, y su sonrisa, cuando aparecía, ya no era tan genuina como antes.

Para los demás, parecía que Chiara lo tenía todo: una carrera prometedora, seguidores, y la admiración de muchos, pero internamente seguía atrapada en aquel 3 de febrero, el día en que Violeta desapareció de su vida sin dejar rastro. Ese día había cambiado todo, y aunque había intentado seguir adelante, algo dentro de ella seguía aferrado a ese amor perdido. Durante los primeros años, escribió y envió mensajes a Violeta, esperando una respuesta que nunca llegó. Sus intentos de conocer a otras personas nunca cuajaron, y las noches solitarias las llenaba con encuentros fugaces que no dejaban huella.

Ese 3 de febrero, Chiara se encontraba en el estudio, como casi siempre. El estudio, con sus paredes insonorizadas y el gran piano de cola blanco, se había convertido en su refugio. Sentada frente a las teclas, empezó a tocar sin rumbo fijo, dejando que sus manos expresaran lo que su corazón no podía. La melodía que surgió era triste, melancólica, reflejando el torbellino emocional que había estado reprimiendo. Mientras tocaba, miró su teléfono para anotar ideas, y la fecha en la pantalla hizo que su corazón se acelerara: era 3 de febrero.

El recuerdo la golpeó como una ola fría. Su mente la llevó de vuelta a ese parque en Menorca, a las risas compartidas, a las miradas cómplices. Recordó el día que planeaba pedirle a Violeta que fuera su novia, y cómo, en lugar de un "sí", lo que encontró fue vacío y silencio. Las lágrimas comenzaron a caer mientras intentaba cantar, componiendo en voz baja una canción que nunca había terminado de escribir.

Abrí la cajita, esa que me recuerda a ti
Años después, aún recuerdo cómo lo sufrí...

Sus manos temblaban sobre las teclas del piano. Aún podía sentir el dolor como si fuera el primer día.

Pero fue tan bonito acostarme así
Que sigue doliendo que no te vieses junto a mí...

Cada verso era una herida abierta, una confesión de lo que había intentado olvidar pero nunca logró.

¿Cómo estás?, ¿Dónde vas?
Cuánto tiempo sin verte...

Las palabras resonaban en la sala vacía, y Chiara sintió que el aire se hacía pesado, asfixiante.

Cuando ya no pudo contener más el llanto, se desplomó, dejando que las lágrimas la invadieran. Sentía un dolor tan profundo que ni la música, su único escape, podía aliviar. Después de unos minutos, recogió su libreta rosa, donde había escrito todas sus canciones y pensamientos, una especie de diario caótico que reflejaba su estado emocional.

Caminó de regreso a casa, con los auriculares puestos, escuchando "The Lakes" de Taylor Swift, una canción que resonaba profundamente en su alma. Mientras recorría las calles de Barcelona, llenas de vida y energía, sentía que el mundo seguía girando, pero ella permanecía atrapada en el pasado. Nadie entendía cómo alguien que había estado en su vida tan poco tiempo había dejado una huella tan profunda. Pero para Chiara, Violeta había sido su todo, y perderla sin explicaciones era un dolor que nunca podría superar.

De vuelta en casa, Alex y Nerea la esperaban. Sus vidas habían continuado, pero siempre sabían cuándo algo atormentaba a su hermana pequeña. Y aunque nunca hablaban abiertamente de Violeta, ambos sabían que esa herida aún estaba lejos de sanar.

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