10- Sábado con los majos

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Siete de la mañana, el despertador sonaba en la habitación de Chiara como si fuera un recordatorio cruel de que el descanso no podía durar para siempre, ni siquiera en un sábado. Refunfuñó internamente, maldiciendo el maldito ruido que la arrancaba de sus sueños. ¿Por qué tan temprano? Pero al recordar que había quedado con unos amigos, no pudo mantener el enfado mucho tiempo. Los quería mucho y, después de todo, ellos habían sido una pieza fundamental para sobrellevar los últimos años difíciles. Con un suspiro resignado, se revolvió entre las sábanas y, mientras bostezaba, se obligó a ponerse de pie. Al hacerlo, un ligero mareo la asaltó, pero, tras estabilizarse, se dirigió al baño para darse una ducha.

El agua tibia la despejaba, disipando un poco el caos mental que solía acompañarla. Al enjabonar su piel, sus dedos rozaron algunos de los pequeños tatuajes que adornaban su cuerpo, recuerdos de momentos importantes o simples caprichos de juventud. Al terminar, se secó rápidamente con la toalla y luego usó el secador para el cabello. Con la toalla envuelta alrededor de su cuerpo, se dirigió de vuelta a su habitación.

La habitación de Chiara era un reflejo de su mundo interior. Tenía un estilo minimalista, pero cada detalle parecía cuidadosamente seleccionado. Las paredes eran de un suave tono azul grisáceo, que contrastaba con las cálidas luces de neón que colgaban de los bordes de su cabecero. Sobre una mesita, había un tocadiscos con una colección de vinilos que Chiara adoraba, principalmente de música jazz y pop. Encima de su cómoda, un espejo circular con luces led que bordeaban el contorno, perfecto para arreglarse antes de salir. Las plantas en macetas pequeñas adornaban algunas esquinas, y en un rincón, un perchero colgaba con sus chaquetas favoritas, dejando ver su estilo moderno y un poco desenfadado. Al fondo, en la pared opuesta, había varias fotos polaroid de momentos felices con amigos y su familia, pegadas en una especie de collage desordenado pero acogedor.

Hoy, Chiara decidió vestirse cómoda pero con estilo. Eligió un suéter oversized de color beige con cuello alto y unos jeans ajustados de cintura alta. Combinó el look con unas botas negras, perfectas para caminar por las calles de Barcelona, y un gorro de lana que completaba su estilo casual.

Mientras tanto, en la cocina, Nerea estaba preparando el desayuno. Había salido temprano a comprarlo en una panadería cercana y ahora lo colocaba todo cuidadosamente en la mesa. Los sábados solían ser especiales para ellos; Alex tenía la tradición de comer churros con chocolate, mientras que Chiara y Nerea no podían resistirse a sus donuts de chocolate favoritas. Era un pequeño ritual que solían disfrutar mucho antes, pero que, por diversas razones, habían dejado de hacer con la misma frecuencia.

Nerea colocó flores frescas en un jarrón pequeño para adornar la mesa, mientras preparaba café y jugo de naranja. Su atención a los detalles no pasaba desapercibida para Alex, que estaba sentado en la isla, observándola con cariño.

—Ya no es normal que Chiara siga así de triste después de cinco años —comentó Alex en un tono preocupado.

Nerea dejó de moverse por un momento, suspirando, mientras ponía los vasos en su lugar.

—Lo sé, Alex. Lo sé. Pero todos tenemos diferentes maneras de lidiar con el dolor... —dijo Nerea, y su voz revelaba una mezcla de preocupación y frustración.

—Es solo que... me duele verla así, tan apagada. Ella era la que siempre nos hacía reír, la chispa. Y ahora...—

—Lo único que podemos hacer es estar ahí para ella, como siempre lo hemos hecho. No podemos apresurar su proceso de sanar —Nerea se acercó a su hermano y le dio una palmada reconfortante en el hombro—. ¿Te acuerdas de lo difícil que fue para ti al principio?—

Alex asintió en silencio, pero antes de que pudieran continuar la conversación, oyeron los pasos de Chiara acercándose por el pasillo. Intercambiaron una mirada rápida y cambiaron de tema, intentando no dejar que su preocupación impregnara el ambiente.

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