1. Lluvia de sangre

25 4 26
                                    

No recordaba cómo era que había llegado hasta ahí, sin embargo, sabía que no podía quedarse quieto.

Podía rememorar gran parte de los acontecimientos que lo llevaron hasta ese punto, pero aun así había una laguna mental. Dentro de su memoria se encontraba un espacio vacío, como si a un lienzo le hubieran dejado una parte en blanco. De alguna forma, Renku sentía que estaba olvidando algo muy importante. 

Pese a eso decidió mantenerse firme, pues la prioridad no era descifrar ese misterio, sino asegurar el bienestar de una persona importante para él.

Se encontraba caminando en un inhóspito lugar, arrastrando pesadamente sus pies a través del agua que cubría sus tobillos mientras que cargaba con una mujer pelirroja en su espalda. Mirara a donde mirara solo podía ver un espacio vacío, ocupado únicamente por una oscura agua que parecía extenderse por kilómetros hasta perderse en el horizonte. Más allá de eso no había nada, pero eso no lo detuvo. Renku caminó y caminó, incluso cuando la fatiga en sus piernas lo hizo tambalear, e incluso cuando la constante humedad inundando sus pies dificultaba su movimiento. Su respiración era pesada, y cada vez que inhalaba o exhalaba sentía que sus pulmones ardían. El paisaje era cada vez más oscuro, pues con el pasar de los minutos su vista se iba nublando; el peso de sus párpados era insoportable, y si no fuera porque su vida no era la única que estaba en juego tal vez ya se habría derrumbado. 

Renku estaba dispuesto a soportar todo eso si aquello significaba mantener a la mujer a salvo.

Esa era la razón por la que obtenía las fuerzas suficientes, sin embargo, más de una vez tropezó con sus propios pies y estuvo a punto de caer. Con cada movimiento brusco la mujer parecía reaccionar, a lo que él intentaba calmarla con palabras de aliento. Ella nunca respondía.

Era una mujer mayor que Renku, pero aún bastante joven. No superaba los veinticinco años; tenía piel pálida, como porcelana, una cabello lacio y rojo que caía hasta cubrir toda su espalda; sus ojos, ocultos tras sus párpados cerrados eran de un bello color verde esmeralda; y aunque era una doncella proveniente de la nobleza, ahora mismo vestía unos humildes harapos que apenas podían cubrirla y otorgarle protección ante aquel lugar desamparado. 

No reaccionaba ni hablaba, pero Renku podía sentir su respiración contra su nuca. Eso era suficiente para convencerse de que su esfuerzo no era en vano. Mientras ella estuviera viva él sería capaz de protegerla. 

De pronto Renku sintió suaves choques contra su cuerpo. Se encontró húmedo, y el creciente sonido del chapoteo a su alrededor le hizo entender que había comenzado a llover. En otras circunstancias eso habría desanimado su espíritu, pero en ese momento lo consideró una bendición. El agua resultó sumamente refrescante, y el chico no pudo evitar cerrar los ojos mientras que levantaba la mirada y una dulce sonrisa decoraba su rostro.

Se quedó allí unos instantes para disfrutar la lluvia, hasta que recordó cual era su verdadero propósito y consideró que someter a la mujer a esa lluvia podría poner en riesgo su ya delicado estado. Con eso en mente se apresuró por continuar su caminata.

—No se preocupe, señorita Tohka. Pronto encontraremos un lugar para refugiarnos, así que intente aguantar un poco más, ¿sí?

No escuchó ninguna respuesta, pero al sentir un leve movimiento a sus espaldas supo que la mujer lo había entendido. El chico asomó la lengua para saborear un poco del agua y, tras sentirse mucho mejor, aceleró el paso. 

Así continuó andando por varios minutos, tantos que llegaron a convertirse en horas. La mismas pasaron sin ninguna novedad hasta que al final la lluvia dejó de ser algo revitalizante, y comenzaba a sentirse como un peso extra. Incluso dio la impresión de que el nivel del agua había aumentado y ahora le llegaba un poco por debajo de las rodillas. Cada paso era más duro que el anterior, y darlos requería que pusiera todo su empeño.

Kurogami. Vol# 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora