Capítulo 10: Rendición!

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LAUREN sabía que había cosas en las que debía pensar, estrategias que poner en marcha para llevar a cabo su venganza, pero con Camila debajo de ella, tan cálida y tan suave, con los ojos cerrados y la respiración aún entrecortada, le era imposible pensar en ninguna de esas cosas. Seguía dentro de ella, y quería hacerla suya de nuevo. Ya!.

Se apartó un poco, y la complació ver que las piernas de Camila se apretaron en torno a ella, como si fuera reacia a dejarla marchar. Sus ojos marrones se abrieron, y vio que aún estaban nublados por la pasión.

Parpadeó, como si no estuviera segura de que aquello no hubiera sido un sueño. Lauren le apartó las piernas y se levantó para quitarse del todo el vestido. Los ojos de Camila se oscurecieron, y se apoyó en los codos para incorporarse, mirándola con cautela. ¿Tendría idea de la imagen lasciva que daba? Estaba tumbada en el sofá, con el vestido escarlata arrugado alrededor de la cintura y los pechos y las piernas al aire. Por un instante estuvo tentada de decirle que en ese momento sí que parecía una verdadera amante. Dócil, seductora, viciosa. En vez de eso la alzó en volandas como si no pesase nada. Camila emitió un gemido sorprendido, pero no dijo nada, sino que dejó caer la cabeza sobre su hombro. Lauren la llevó hasta el dormitorio principal, y la depositó en el suelo. Aunque Camila estaba buscando sus ojos con los suyos, ella rehuyó su mirada. Prefería deleitarse en la belleza de su cuerpo. Era como una obra de arte: piel cremosa de oro y pétalos de rosa, senos erguidos, redondeadas caderas y largas piernas.

Sin mediar palabra agarró el vestido arrugado en torno a su cintura y tiró de él hacia arriba para sacárselo por la cabeza. Luego lo arrojó a un lado, y sólo entonces la miró a la cara. Camila se humedeció los labios con su delicada lengua, y aquel simple gesto volvió a excitarla. Inclinó la cabeza y la besó. No podía pensar. Estaba ansiosa por volver a estar dentro de ella, como si no acabara de hacerlo hacía unos momentos. La atrajo hacia sí, apretando su feminidad contra la suave piel de su vientre. Camila gimió y se estremeció antes de subir sus pequeñas manos a sus pechos y Lauren vio que se le había puesto la carne de gallina.

–Lauren... –dijo en un susurro tembloroso.

–Shhh...

Lauren la besó en el cuello y dejó que sus manos recorrieran su seductora espalda hasta llegar al final de ésta. Apretó las palmas contra sus glúteos y sus dedos se deslizaron un poco más hasta encontrar el surco que se abría entre ambos. Camila ya estaba húmeda, y tan dispuesta como ella.

La asió por las caderas y la levantó, haciendo que sus pechos se frotaran contra los suyos. Camila volvió a gemir sorprendida, pero se agarró con fuerza a sus hombros. Lauren deslizó las manos hasta su delicioso trasero para levantarla un poco más y la penetró con ambos dedos y con fuerza. Camila se puso tensa y profirió un largo e intenso gemido al tiempo que dejaba caer la cabeza contra el hueco de su cuello. Lauren sintió el aliento de Camila sobre su piel, cálido y entrecortado, y los latidos de su corazón se volvieron más rápidos, más fuertes.

–Rodéame la cintura con las piernas –le ordenó.

Camila obedeció al instante, cruzando los tobillos sobre el hueco de su espalda. Era como si su cuerpo hubiese sido diseñado expresamente para encajar a la perfección con el suyo. La levantó despacio y la dejó caer de nuevo, haciéndolas estremecer a las dos cuando sus dedos volvieron a hundirse hasta el fondo dentro de ella. Repitió la operación, y luego otra vez, y tras otra larga y lenta embestida Camila empezó a estremecerse, sollozando de placer contra su cuello. Lauren esperó a que dejase de temblar, y aún dentro de ella se arrodilló sobre la blanda alfombra a sus pies y la depositó sobre la espalda. La respiración de Camila todavía era entrecortada, y cuando por fin logró abrir los ojos le llevó un buen rato enfocar la mirada. Lauren le sonrió.

–Mi turno –le dijo.

Estaba perdida sin remedio. Camila se aferró al cuerpo de Lauren cuando empezó a sacudir las caderas de nuevo. Los ojos esmeralda estaban muy serios, y tenía el rostro contraído por la pasión. Aquello no debería estar ocurriendo. No debería estar sintiendo lo que estaba sintiendo. No debería verse envuelta en una espiral de placer con la más leve caricia. O, cuando menos, debería intentar luchar contra ello, se dijo. Sin embargo, pronto se encontró con que ya no podía pensar en nada que no fuera Lauren, como si en el mundo no existieran más que ellas dos y aquellas sensaciones que amenazaban con apoderarse de ella por completo. Aquello no podía ser posible. ¿Cómo podía ser que cada embestida de los dedos de Lauren fuese más abrumadora, más electrizante?

Lauren le susurró algo que no comprendió, mientras le besaba el cuello y el cabello. Deslizó una mano entre ellas y presionó un dedo contra su clítoris, haciéndola retorcerse debajo de ella. Poco después alcanzaba el orgasmo, seguida de Lauren, que exhaló un gran gemido, áspero, antes de que el silencio cayese como una manta sobre ellas. Lauren no la dejó descansar demasiado. Unos minutos después se levantó, y después de ayudarla a incorporarse la llevó al cuarto de baño y la hizo entrar con ella en la amplia ducha, donde lavó cada centímetro de su piel con tanto mimo y cuidado como si fuera algo sumamente preciado para ella.

«No, no es verdad», se recordó Camila. «Sólo una posesión. Es una mujer que cuida bien de sus posesiones».

Lauren guardó silencio mientras la lavaba, y siguió sin decir nada cuando la sacó de la ducha y la secó con el mismo mimo, con una toalla tan suave como una nube. Camila se sentía tremendamente vulnerable. Cuando hubo terminado de secarla se secó ella también, mucho más rápido y con movimientos enérgicos. Después arrojó la toalla al suelo y, tomándola de la mano, la condujo fuera, al dormitorio, y allí a la enorme cama. Mientras yacía junto a Lauren, con la cabeza apoyada en su hombro, se preguntó si podría sobrevivir a aquello, si podría sobrevivir a aquella mujer.

Debería estar exhausta, pero las manos de Lauren comenzaron a acariciarle el cabello húmedo, y sintió que el deseo despertaba en ella de nuevo cuando, al inspirar, inhaló el seductor aroma de su cálida piel desnuda. Una ráfaga de calor, ya familiar, pero no por ello menos irresistible, se extendió por su cuerpo, haciendo que se notase las extremidades pesadas y la boca seca.

¿Cómo podía estar deseándola otra vez cuando acababan de hacerlo, y no una, sino dos veces? Una especie de angustia se entremezcló con el ardor del deseo en su interior. ¿Qué clase de embrujo era aquél y cómo podría escapar de Lauren? Ahora ya sabía lo que era consumirse en el fuego de aquella mujer. Antes sólo le había preocupado que podría destruirla; no había imaginado que podría llegar a desear con semejante fruición lo que podía acabar con ella con cada caricia y cada beso. Sabía que su recuerdo la perseguiría donde quiera que fuese durante el resto de sus días.

Quizá por eso giró la cabeza hacia ella y cubrió sus pechos con desesperados besos. Quizá por eso, cuando Lauren le rodeó el cuello con la mano y tomó sus labios, fue como rociar una llama con gasolina. No pudo hacer otra cosa más que rendirse ante el devastador remolino de deseo que la envolvió. Se frotó contra ella ansiosa, incapaz de contenerse, y sin saber cómo se encontró sentada a horcajadas de Lauren.

Un brillo sensual relumbró en los ojos esmeralda de Lauren cuando la tomó y se penetro con su mano dentro de sí. Camila sabía que aquello sería su perdición, pero empezó a moverse y cabalgó sobre ella sin pensar en nada. No le importaba quemarse, no le importaba si acababa reducida a cenizas, justo como se había temido desde un principio.

LA VENDETTA E L'AMOREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora