Capítulo 4: Reglas!

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AL SUBIR a bordo del yate a la mañana siguiente, Camila encontró a Lauren en la cubierta, sentada al sol frente a una mesa con periódicos en tres idiomas, y una taza de café, pero no alzó la vista cuando se acercó a ella. Se detuvo a unos pasos de ella, y trató de controlar su agitada respiración. Se irguió, poniendo la espalda bien recta y la cabeza bien alta. Se detestó a sí misma y a ella cuando vio que pasaba un rato y seguía ignorándola, como si fuera una reina y ella una campesina esperando audiencia. Pero no pensaba rebajarse, si eso era lo que esperaba que hiciera. Continuaría interpretando el papel de mujer dura y sofisticada, a la que sólo le interesaba su dinero. Y pensaría en su pobre madre enferma y agobiada por las deudas, porque era por ella por quien estaba haciendo aquello.

«Vendiéndote como una puta a la mejor postora, ¿eh?», se había mofado Austin el día anterior cuando se había reunido con él después de la fiesta. No iba a pensar en Austin, se dijo Camila. No iba a dejar que sus palabras la afectaran.

Contuvo el impulso de tocarse el moño y de alisarse las perneras del pantalón con las manos. No iba a mostrarse nerviosa delante de aquella mujer. Sin embargo, Lauren seguía ignorándola, y ella no podía hacer otra cosa más que seguir allí de pie, esperando. Sabía por qué estaba haciéndole aquello, sabía que aquélla era una demostración deliberada de su poder, una muestra de que no se dignaría a prestarle atención más que cuando le diera la gana. Su papel como amante era aguantarse y esperar pacientemente.

–¿Cuánto tiempo piensas estar ahí de pie? –le preguntó Lauren de un modo casual, sin levantar la vista del periódico que estaba leyendo–. ¿Y por qué tienes puesta esa cara, como si fueras camino a la horca? Supongo que no creerás que es así como se comporta una amante, ¿me equivoco, Camila?

Qué mujer tan odiosa... –Estaba haciendo un cálculo mental de a cuánto ascenderá aproximadamente tu renta anual –le contestó Camila en un tono altivo. Cuando Lauren alzó finalmente la vista, ella enarcó las cejas, muy metida en su papel, pero tuvo que hacer un esfuerzo para no rehuir su intensa mirada–. Imagino que ése debe de ser el pasatiempo favorito de muchas amantes.

Los labios de Lauren se contrajeron con un espasmo casi imperceptible, como si no supiera si reírse o cortarla en pedazos. –Me parece que estás pasando por alto el propósito principal por el que las mujeres ricas tienen amantes –le dijo con voz acariciadora, antes de dejar el periódico sobre la mesa y recostarse en su asiento.

–En ese caso... instrúyeme, por favor –le respondió ella, obligándose a esbozar una sonrisa. Si iba a seguir adelante con aquello, el mostrarse hosca con ella no la ayudaría en nada.

Lauren, visiblemente divertida, le señaló la silla que había junto a la suya para que tomase asiento. Podía parecer un gesto casual, pero era más que evidente que era una orden, y que esperaba que obedeciese al instante. Le habría gustado echarle en cara ese autoritarismo, pero en vez de eso se dirigió hacia la silla que le había indicado como una chica dócil y bien amaestrada; como una amante.

Se sentó bajo su atenta mirada esmeralda, entrelazando las manos sobre el regazo, con la espalda recta y cruzó las piernas con mucho decoro, como si no estuviera hecha un manojo de nervios; como si la noche anterior no la hubiese tocado de la manera más íntima posible, haciéndola gemir y suspirar. Sentada a su lado se sintió aún más incómoda. El sólo tenerla tan cerca resultaba abrumador, y aunque bajó la vista para no mirarla a los ojos, se encontró con que no podía apartar la mirada de sus finas manos, que descansaban sobre la mesa.

–Una fantasía –dijo Lauren, con una voz acariciadora que hizo que una ráfaga de calor aflorara en su interior.

–¿Perdón? –inquirió ella. Al menos no había balbuceado.

LA VENDETTA E L'AMOREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora