CAMILA estaba de pie frente a un espejo de cuerpo entero en el dormitorio principal de la villa, mirando su reflejo. Tenía el cabello recogido en la coronilla con un pasador, y le caía sobre los hombros desnudos una tiras de cabello. El vestido, de color marfil, era sencillo y elegante, con el cuerpo ceñido, y la falda vaporosa. El perfecto maquillaje resaltaba sus ojos, sus labios, y hacía que su piel resplandeciese. Llevaba un collar y unos pendientes de perlas de su madre, que estaba sentada en una silla detrás de ella con las manos entrelazadas sobre el pecho, emocionada.
Era la perfecta imagen de una novia en el día de su boda, pero no lograba acallar el mal presentimiento que se había apoderado de ella la noche anterior, cuando le había dicho a Lauren que la amaba, y ella se había quedado mirándola como si fuese una extraña para ella. Sólo de recordarlo se estremeció.
–¡Estás preciosa, cariño! –exclamó Sinu detrás de ella, como si no hubiera notado lo pálida que estaba y su aspecto frágil.
–¿Tú crees? –murmuró ella aturdida.
Se sentía como si estuviese soñando. ¿Cómo podía ser aquél el día de su boda? ¿Cómo podía estar allí, vestida para casarse con una mujer en la que no confiaba del todo, que no la amaba, y que quizá nunca llegase a sentir por ella lo que ella sentía por ella? La parte racional de su mente sabía exactamente lo que debía hacer. Se había pasado toda la noche pensando en huir. No podía casarse con una mujer que había reaccionado de aquella manera al decirle que la amaba. ¿En qué estaba pensando? Ella misma era el resultado de un matrimonio apresurado, había crecido viendo a su madre suplicando atención a su padre, aunque fueran sólo unas migajas, y se había jurado a sí misma que ella no acabaría así. ¿Cómo podía estar sentenciándose a ese mismo destino?
Sin embargo la parte racional de su mente no era la que se había dejado peinar y maquillar; no era la que la había hecho ponerse ese vestido. Una mujer racional se habría marchado, o habría cancelado la boda, o le habría exigido a Lauren que le explicase su reacción. Una mujer que no tuviera miedo a hablar las cosas lo habría hecho. Pero ése era el problema, que tenía miedo de hablarlas.
Tenía miedo de que, si presionaba a Lauren, ella se echaría atrás. ¿No era eso exactamente lo que había temido desde el día en que le había pedido que se casase con ella? Por eso se había dejado peinar y maquillar; por eso estaba allí de pie, frente al espejo, vestida de novia. Había escogido lo que su corazón quería, fingiendo que no lo hacía.
–Tienes que venir a ver esto –la frágil voz de su madre devolvió a Camila a la realidad–. Ven a ver esto, Camila.
Ella parpadeó, como si la hubiesen drogado y acabase de despertar, y se giró. Su madre se había levantado y estaba junto a la ventana, que se asomaba a los jardines, donde se iba a celebrar la ceremonia. Fue junto a ella, y miró abajo. Los primeros invitados estaban ya tomando asiento. Lucía el sol y los pájaros trinaban en las ramas de los árboles. Era todo perfecto; sólo faltaba la otra novia.
–No, estoy segura de que vendrá –dijo Camila, a pesar de que la ceremonia ya debería haber comenzado.
Los murmullos de los invitados, que ya no eran tan disimulados, le llegaban a través de la ventana entreabierta. Pasaron quince minutos; pasaron treinta. Luego esos treinta minutos se convirtieron en cuarenta y cinco, después en una hora, y Lauren seguía sin aparecer.
–Ella no me haría esto –murmuró aturdida.
Ya lo había dicho varias veces. Se lo había dicho a su madre, que estaba sentada con el rostro contraído de ansiedad, y también a su hermano, que cada vez estaba más furioso. Tenía náuseas y estaba mareada, pero no iba a ceder a las lágrimas. Tenía miedo de no poder parar si lo hacía.
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LA VENDETTA E L'AMORE
Narrativa generaleLa venganza siempre es mejor fría... no? La famosa Lauren Jauregui andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Camila Cabello se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Camila sabía que no...