AQUÉLLA no era la primera vez que veía a Lauren Jauregui. Camila la recordaba como si hubiera ocurrido el día anterior, aunque hacía ya diez años. Se dejó guiar por ella entre la gente con la cabeza alta y la espalda recta como si fuera a su coronación en vez de al dormitorio de una mujer a la que acababa de ofrecerle su cuerpo. A cambio de dinero. Sin embargo, en su mente volvía a tener diecisiete años y estaba en un abarrotado salón de baile en la señorial casa de su padre en Wellesley Island. Aquél había sido su primer baile, y Lauren Jauregui había estado entre los invitados. La había fascinado aunque sólo había sido de lejos y no había hablado con ella, al verla avanzar, tan hermosa y misteriosa, por el salón de baile como si le perteneciera.
Entonces no había comprendido por qué se le había cortado el aliento, ni por qué el corazón había empezado a latirle a toda prisa, como si la hubiese invadido un pánico inexplicable, pero no había sido capaz de apartar los ojos de ella. De eso hacía ya diez años, y aún no lo comprendía. Sólo sabía que en ese momento iba siguiéndola como un dócil corderito por su propia voluntad. Al fin y al cabo era ella la que lo había sugerido, ¿no? Había sido elección suya.
Lauren la condujo lejos de la muchedumbre, y se adentraron en las profundidades del lujoso yate. Atravesaron pasillos con revestimiento de madera y salones decorados con opulencia, pero Camila estaba tan nerviosa y tan pendiente de la bellísima mujer cuyo brazo aún le rodeaba la cintura, que apenas se fijó. Tenía que recobrar el control sobre sí, se dijo desesperada. No podía dejar que un beso de aquella mujer, o el más leve contacto la desbarataran de esa manera. Estaba utilizándola, se recordó; era el medio para conseguir un fin.
Lauren la hizo entrar en una habitación y cerró la puerta tras de sí. Camila miró a su alrededor, pero sólo tuvo una vaga impresión de que era una habitación espaciosa, elegante, y que en ella había una cama. Una cama enorme.
–Señorita Jauregui... –comenzó a decir, girándose hacia ella. Aún no era demasiado tarde para recobrar el control de la situación. Lo único que tenía que hacer era mostrarse firme, ser fuerte.
–Me parece que deberíamos tutearnos –la interrumpió, acercándose a ella. Camila dio un paso atrás, pero Lauren se limitó a sonreír. Se sentía como si estuviera al borde de un acantilado, y ella fuera un fuerte viento que podría derribarla en cualquier momento y hacerla caer.
Lauren se metió las manos en los bolsillos del pantalón, pero aquel gesto casual no disminuyó en absoluto la inconfundible amenaza sensual que rezumaba. De pronto sus hombros parecían más perfectos, igual que sus pechos, y parecía una gigante. ¿O era que ella se sentía de repente pequeña y vulnerable, ahora que flaqueaba la bravuconería que la había llevado hasta allí?
–Puedes llamarme Lauren.
Camila sabía que debería decir algo, pero no era capaz de articular ni una palabra. Una sonrisa sardónica acudió a los labios de Lauren, que apoyó la espalda contra la puerta, pero no dijo nada. Luego, cuando Camila empezaba a notarse tan tensa que sentía que de un momento a otro iba a ponerse a echarse a llorar, Lauren levantó la mano y le hizo una señal doblando el dedo hacia sí para que se acercara.
Era un gesto arrogante que denotaba la confianza que tenía en sí misma, lo segura que estaba de que sus órdenes serían obedecidas al instante. Parecía que después de todo no era muy distinta de hombres como su padre y su hermano. Estaba tratándola como si fuese un perro. Una ira repentina palpitó en su interior, pero de algún modo logró reprimirla. ¿Acaso no era eso lo que se esperaba de una amante, que estuviera al servicio de la mujer, a merced de sus caprichos? ¿Qué importancia tenía cómo la tratara aquella mujer arrogante? Aquello sólo era una ficción, algo temporal. «Sólo será unos días», se dijo. Saldrían a cenar unas cuantas veces, tal vez compartirían unos cuantos besos más, y preferiblemente a la vista de los paparazzi, para convencer a su hermano Austin y sus inversores. No sería más que una pantomima, y Lauren Jauregui no tenía por qué enterarse.
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LA VENDETTA E L'AMORE
Narrativa generaleLa venganza siempre es mejor fría... no? La famosa Lauren Jauregui andaba en busca de una nueva amante cuando, de repente, la heredera Camila Cabello se ofreció voluntaria. ¿Podían ser tan fáciles de conseguir placer y venganza? Camila sabía que no...