Capítulo Cuatro

333 51 1
                                    






Fluke apartó sus labios de los de Ohm y rodó a un lado cuando él lo soltó.

Saltó de la cama y se alisó el pantalón corto que llevaba, rojo de vergüenza como el jersey de cuello alto que llevaba.

—¡Sucio fulano! —le gritó Chiara mientras Ohm se incorporaba.

Ohm le gritó algo en italiano, pero Fluke estaba tan ofuscado, que no entendió nada más que un comentario acerca de que no lo esperaba tan pronto de vuelta en Nueva York. El resto de sus palabras hizo que Chiara reculase como un marinero borracho y que mirara a Fluke con evidente odio.

Chiara se abalanzó sobre la cama, taconeando fuertemente hasta llegar a Fluke.

—¡Es obvio! ¡No toleraré este tipo de comportamiento, Ohm! ¿Me oyes?

Fluke pensó que todo el personal médico debía haberla oído para entonces, pero no dijo nada.

Justo antes de llegar a la cama, Chiara se volvió y se encaró con Fluke.

—¿Crees que no me doy cuenta de lo que está pasando? No soy tan tonta como para creer que fuera Ohm quien empezara esto. Es evidente que te has lanzado sobre él en un intento desesperado de hacerte notar como persona, pero nunca serás suficiente para un hombre como Ohm, incluso
paralítico.

Cada una de sus palabras hirieron el vulnerable corazón de Fluke. Sabía de sobra que no era el tipo de Ohm, nunca lo había sido. Se sintió culpable sabiendo que Chiara tenía razón: había sido él quien se había lanzado sobre Ohm, besándolo cuando él sólo le estaba dando buenas noticias.

Por supuesto, nada de eso explicaba el que él lo hubiera besado después, pero para un hombre tan anticuado como Ohm, esa podía ser una reacción automática.

Abrió la boca para pronunciar una disculpa, pero Chiara se giró y se dirigió a Ohm.

—O mandas a ese niñato a la calle o me voy para siempre.

Fluke se quedó helado. Con esas opciones, ya sabía cuál sería su elección. Ya había pasado antes, cuando Chiara se aseguró de que Ohm no tuviera contacto con él hasta el punto de no dejarle ir al funeral de su padre.

—¿Y bien, Ohm? —dijo Chiara, arrugando los labios mientras lágrimas de cocodrilo afloraban a sus ojos.

—Ya sabes mi respuesta —replicó Ohm.

Aquellas fueron las últimas palabras que Fluke escuchó antes de salir corriendo de la habitación tan rápidamente como sus temblorosas piernas pudieron llevarlo. Las mejillas le ardían por las lágrimas, éstas muy reales, y aunque creyó oír que Ohm lo llamaba, desechó la idea por fantasiosa.

Él ya había hecho su elección. Aunque desde el día anterior no tenía ningún lugar al que ir, eso no le dolía ni la mitad que el modo en que Chiara había conseguido apartarlo definitivamente de la vida de Ohm.

Fluke se dejó caer sobre la cama de su habitación, aliviado de que Alex estuviera en una reunión de negocios en Roma, asistiendo en nombre de Ohm. Así podría recoger sus cosas y llorar en privado.

Se sentía como cuando murió su padre: solo, perdido y dolido. Y ahora también humillado. El recuerdo de su vergonzosa reacción con Ohm lo mortificaba. ¿Cómo podía haber sido tan tonto? Ohm probablemente pensaría que era un virgen enfermo por el sexo. Gimió y enterró la cabeza en la almohada, pero eso no ayudó demasiado. Se había comportado como un completo idiota. El teléfono sonó, pero lo ignoró para dejarse
caer más en su depresión.

Probablemente serían las limpiadoras o algo así. O tal vez los médicos de Ohm. Maldición. Se obligó a levantarse y a alargar la mano hacia el teléfono justo en el momento en que dejó de sonar. No le daba pena haber perdido la llamada, realmente no quería hablar con nadie en ese momento.

Entre el dolor y el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora