Capítulo Doce

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Fluke subió las escaleras en una nube de dolor.

¿Por qué había permitido Ohm que Chiara se quedase?

Se detuvo frente a la puerta del dormitorio, consciente de que no podía entrar y enfrentarse a los recuerdos. Se dio la vuelta y bajó las escaleras.

Fue al garaje y se sentó al volante del primer coche que encontró con las llaves puestas. Era un Mercedes, un vehículo grande para lo que él estaba acostumbrado, pero no le importaba.

Tenía que marcharse de allí.

El guarda de seguridad le hizo un gesto para que se detuviera tras abrir la verja. Ohm y su padre habían insistido en que Renata y él no salieran de casa sin escolta, pero Fluke no quería compañía.

De ningún tipo.

Condujo por la ciudad hasta que se encontró cerca del Duomo. El recuerdo de la vez que Ohm lo llevó allí lo hizo parar. Encontró un sitio, lo cual ya fue bastante sorprendente, aparcó y se dirigió a la enorme catedral.

Ya no era un niño, pero estaba dolido y aquel enorme lugar le resultó tan reconfortante como cuando era pequeño. Él necesitaba la paz que encontró dentro de la inmensa obra de arquitectura. Sus pasos lo llevaron inconscientemente hasta la roseta, el lugar al que lo llevó Ohm aquel día para decirle que ahí podía hablar con su madre, y que aunque ella estuviera en el cielo, podría oírlo.

¿Fue ese el día que empezó a amar a Ohm?

No lo identificó como amor sexual hasta los quince años, pero Ohm siempre había sido la piedra angular de su vida. El único hombre al que había deseado entregarse, con el que había deseado casarse. Pero él no se había fijado en él hasta el momento del accidente, cuando su egoísta prometida lo dejó en la estacada.

Fluke se apoyó contra una columna, dejándose empapar por la misma paz que tantos peregrinos habían sentido antes que él. Ohm era suyo, pero ¿por cuánto tiempo?

Tras pasar casi veinticuatro horas en la cama con él, se negaba a pensar otra cosa que lo que él le había demostrado: que era alguien deseable a sus ojos.

Eso no quería decir que lo amase, pero tampoco indicaba la falta de sentimientos.

Pero había dejado que Chiara se quedara.

El día anterior él le había dicho que se había sentido seguro probando su virilidad con él, porque lo amaba.

¿Significaba eso que lo había utilizado para saber si podría volver con Chiara completo? Sólo imaginarlo hizo que le fallaran las rodillas.

Pero Ohm no era así, y él lo sabía. ¿Por qué imaginaba todo aquello?

—Sabía que te encontraría aquí, tesoro.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Su expresión era sombría.

—Buscar a mi esposo huido.

—No huí —dijo Fluke, recostándose sobre la columna.

—No hiciste que te acompañara un guardaespaldas. Saliste en coche solo fuera de la casa, a pesar de que los guardias de seguridad intentaron detenerte.

—Quería estar solo —eso no era un pecado.

Ohm sacudió la cabeza.

—Eso no está bien.

—No puedes dirigir todos mis movimientos.

—Ni lo pretendo.

—Entonces, ¿por qué estás aquí?

Entre el dolor y el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora