Capítulo Ocho

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Cuando los padres de Ohm llegaron aquella tarde de su viaje se encontraron con la doble noticia del accidente de su hijo y de que por fin había logrado sostenerse en las barras paralelas.

Renata abrazó y besó a Ohm con toda la exuberancia italiana.

—Hijo mío, ¡tú consigues todo lo que te propones!

—No es que haya sido el logro del siglo —respondió él mirando a Fluke de lado por haberlo dicho.

Sus padres estaban confundidos. Ambos habían alabado a Ohm por ayudar a la mujer en apuros, pero, como era de esperar, la madre de Ohm se emocionó al ver a su hijo en la silla de ruedas. Fluke había mencionado el logro de Ohm para centrar la atención en los progresos que estaba haciendo y no en los resultados visibles del accidente.

—Está claro que dentro de muy poco tiempo volverás a andar —dijo Fluke.

—Por supuesto que sí —dijo Renata.

Comprensivo con el orgullo masculino de su hijo, Tito no dijo nada ante las buenas noticias de Fluke.

—Mira como se impone ante él —comentó en su lugar—. Nuestro Fluke no es ningún debilucho.

Los ojos marrones del padre de Ohm le lanzaron un guiño aprobador.

—Ay, ay, ay... Aún no me puedo creer que mi hijo haya tenido el sentido común de casarse con nuestro chico —respondió Renata, sentándose en el sofá al lado de su marido, frente a Ohm.

Tito, un hombre imponente, sólo un poco más bajo que Ohm, abrazó a la que era su esposa. Desde hacía más de treinta años.

—Tiene buen gusto como su padre.

Renata enrojeció y dio un golpecito a su marido en la mano.

—¡Oh!.

La risa masculina de Alex hizo que Fluke se girara hacia él justo cuando le hacía un guiño a su padre.

—Yo diría que el gusto de Ohm ha mejorado mucho en los últimos seis meses.

Tito afirmó.

—Sí... su corazón está más vacío que mi cuenta corriente después de que tu madre se fuera de compras en Corfú.

Todos rieron menos Ohm.

—Quieres decir que no sé elegir a mis prometidos.

Alex se encogió de hombros.

—Has mostrado mejor gusto eligiendo esposo, en mi opinión.

—Podemos agradecerle a Dios que se diera cuenta a tiempo —dijo Tito con la falta de tacto que sólo se permite a un padre.

—¿O tal vez al conductor del coche? —preguntó Renata con expresión pensativa.

Fluke se sobresaltó y la expresión de desagrado de Ohm se hizo más evidente, pero Renata sacudió la cabeza con los ojos llenos de cariño y sabiduría.

—Las cosas pasan siempre por un motivo. Ohm se curará, pero este accidente... ha impedido que cometiera un error con ese matrimonio —su expresión se tornó en desagrado—. Esa chica sólo se preocupaba por su ropa.

Fluke miró a Ohm, preocupado por su fría expresión.

—Chiara es modelo, mamá, no bailarina de striptease.

Fluke se mordió un labio. Ohm estaba defendiéndolo con demasiado fervor como para no seguir enamorado de ella. Intentó convencerse a sí mismo de que era sólo el orgullo y que le costaba admitir sus errores, pero aun así aquello le dolía.

Entre el dolor y el amor Donde viven las historias. Descúbrelo ahora