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La mañana siguiente amaneció gris y fría. María se despertó con una mezcla de emoción y nerviosismo. Mientras se preparaba, recordó las palabras de la anciana en la cafetería. Algo en su tono había resonado en ella, como un eco lejano que no podía ignorar.

—¡Vamos, chicos! —gritó mientras salía de la habitación—. ¡No tenemos tiempo que perder!

Diego, aún medio dormido, se estiró y murmuró:

—¿Por qué siempre tienes tanta energía por las mañanas?

—Porque hoy vamos a descubrir los secretos de San Lázaro —respondió María, sonriendo mientras se ponía la chaqueta.

Sofía y Luis se unieron rápidamente, y tras un desayuno rápido, salieron al aire fresco de la mañana. La niebla seguía envolviendo el pueblo, dándole un aire aún más misterioso.

—¿Por dónde empezamos? —preguntó Luis mientras caminaban por las calles desiertas.

—He leído sobre un viejo faro en la costa —dijo Sofía—. Dicen que ha estado abandonado durante años, pero también que hay historias sobre luces que aparecen en la noche.

Diego frunció el ceño.

—Eso suena... inquietante. ¿No sería mejor explorar algo más seguro?

María lo miró con determinación.

—Si hay algo extraño allí, debemos verlo. Solo así sabremos si todas esas historias son verdad.

Así que decidieron dirigirse al faro. El camino estaba lleno de árboles cubiertos de musgo y sombras danzantes. A medida que se acercaban, una sensación de inquietud empezó a apoderarse de ellos.

Al llegar al faro, se encontraron con una estructura imponente y desgastada por el tiempo. La puerta estaba entreabierta, como si estuviera invitándolos a entrar.

—Esto es... increíble —dijo Sofía, mirando hacia arriba con asombro.

María empujó suavemente la puerta y entraron al interior oscuro y polvoriento. Las escaleras crujían bajo sus pies mientras subían hacia la cima del faro.

De repente, un viento helado sopló a través de una ventana rota, haciendo que todos se detuvieran en seco.

—¿Escucharon eso? —preguntó Diego con voz temblorosa.

María asintió y avanzó con cautela hacia la ventana. Desde allí podían ver el océano rugiendo contra las rocas. Pero lo que más les llamó la atención fue una figura en la distancia: alguien estaba de pie junto a las olas, mirando hacia el faro.

—¿Quién es eso? —susurró Sofía, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

Luis trató de acercarse a la ventana para ver mejor.

—No puedo distinguirlo... Es como si estuviera esperando algo —dijo con voz baja.

María sintió cómo su corazón latía más rápido. Sin pensarlo dos veces, salió corriendo hacia la puerta del faro.

—¡Vamos! ¡Debemos averiguarlo!

Los demás intercambiaron miradas nerviosas pero siguieron a María afuera. Cuando llegaron a la playa, no había rastro de la figura; solo el sonido del mar rompiendo contra las rocas.

Diego miró a su alrededor con desconfianza.

—Esto es raro... ¿Estamos seguros de querer seguir?

Pero María estaba decidida.

—Sí. Algo nos está llamando aquí. Quizás sea parte del misterio que estamos tratando de resolver.

Y así continuaron explorando la playa, cada paso resonando en el silencio ominoso del lugar. La niebla comenzó a levantarse ligeramente, revelando más secretos ocultos entre las sombras del pueblo…

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El último suspiro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora