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El día siguiente amaneció con un cielo despejado y un aire fresco que prometía nuevas aventuras. Después de un desayuno ligero, María y sus amigos decidieron visitar el Vaticano, un lugar lleno de espiritualidad y arte impresionante. Habían leído sobre su historia, pero sabían que experimentarlo en persona sería algo completamente diferente.

Al llegar, se quedaron asombrados por la grandiosidad de la Plaza de San Pedro. Las columnas diseñadas por Bernini parecían abrazar a los visitantes, creando una sensación de calidez y bienvenida. Sin embargo, el ambiente cambió rápidamente al entrar en la Basílica de San Pedro. La majestuosidad del interior les dejó sin palabras; las pinturas, las esculturas y la luz que entraba a través de las enormes ventanas eran casi divinas.

Mientras recorrían la basílica, María se sintió inspirada por la obra maestra de Miguel Ángel, La Piedad. La expresión en el rostro de la Virgen María transmitía una profundidad emocional que resonó en su corazón.

—¿No es increíble cómo el arte puede capturar emociones tan complejas? —comentó Sofía, observando detenidamente la escultura.

—Sí, es como si hablara directamente al alma —respondió María, tocando suavemente la piedra fría con admiración.

Después de explorar la basílica, decidieron subir a la cúpula para disfrutar de una vista panorámica de Roma. La subida fue empinada y agotadora, pero cada paso valía la pena. Al llegar a la cima, el paisaje les robó el aliento: el río Tíber brillaba bajo el sol y los tejados de la ciudad se extendían hasta donde alcanzaba la vista.

Mientras contemplaban la belleza del horizonte romano, Luis compartió sus pensamientos sobre lo que habían vivido hasta ese momento.

—A veces siento que este viaje está enseñándonos más sobre nosotros mismos que sobre los lugares que visitamos —dijo con una sonrisa reflexiva.

Pero justo cuando estaban disfrutando del momento, Sofía notó algo inusual: un grupo de turistas parecía estar discutiendo acaloradamente cerca de ellos.

—¿Qué estará pasando? —preguntó curiosa mientras se acercaban para escuchar.

El grupo estaba debatiendo sobre un incidente que había ocurrido en una atracción turística anterior. La tensión era palpable y algunos estaban muy frustrados. María sintió una punzada en su corazón; le preocupaba que esa energía negativa pudiera afectar su propio viaje.

—Tal vez deberíamos intervenir —sugirió Diego—. A veces solo necesitan alguien que los escuche.

Así que se acercaron con amabilidad y se presentaron. Ofrecieron escuchar las preocupaciones del grupo y compartir sus propias experiencias sobre los desafíos durante sus viajes. Al principio, los turistas estaban reacios a hablar, pero poco a poco comenzaron a compartir sus frustraciones.

La conversación fue liberadora para todos. María se dio cuenta de cómo podían transformar una situación tensa en una oportunidad para conectar con otros y ofrecer apoyo. Después de un rato, las sonrisas regresaron a los rostros del grupo discutidor y se despidieron con un sentimiento renovado.

Al salir del Vaticano, María sintió que habían crecido no solo como amigos entre ellos, sino también como seres humanos capaces de empatizar con otros. Era un recordatorio poderoso de que cada viaje trae consigo no solo descubrimientos personales sino también momentos para tocar las vidas de quienes nos rodean.

Ese día decidieron relajarse en los Jardines Vaticanos antes de continuar su aventura. Se sentaron en un banco rodeado de hermosos paisajes y flores vibrantes mientras compartían historias divertidas sobre sus vidas antes del viaje.

María recordó un incidente gracioso cuando había tratado de cocinar para sus amigos en casa y casi quemó la cocina. Todos rieron a carcajadas mientras Diego exageraba los detalles.

—¡Y luego ella intentó salvarlo haciendo una ensalada! —exclamó Diego entre risas—. ¡Estábamos tan hambrientos!

La risa continuó hasta que Sofía sugirió tomar fotos para recordar esos momentos divertidos. Se pusieron creativos y empezaron a hacer poses locas en medio del jardín mientras otros turistas miraban con sonrisas curiosas.

Al caer la tarde, decidieron terminar el día cenando en un restaurante local recomendado por su guía turístico. La comida era deliciosa; disfrutaron de platos típicos italianos como pizza al horno y tiramisú casero.

Mientras cenaban, comenzaron a hablar sobre lo que habían aprendido durante su viaje hasta ahora. Cada uno compartió algo valioso: desde aprender a valorar más los momentos simples hasta enfrentarse a situaciones inesperadas con una sonrisa.

María miró alrededor de la mesa; cada uno estaba radiante con alegría y gratitud por las experiencias compartidas. En ese instante comprendió lo importante que era tener amigos con quienes vivir esas aventuras.

Al terminar la cena, decidieron dar un paseo nocturno por las calles iluminadas de Roma. La ciudad parecía cobrar vida bajo las luces brillantes; cada rincón tenía su propia magia nocturna.

Mientras caminaban hacia su alojamiento, María sintió que este viaje estaba transformando no solo su perspectiva sobre el mundo sino también sobre sí misma. Estaba lista para enfrentar cualquier desafío que viniera hacia ella con valentía y optimismo.

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El último suspiro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora