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La escalera del faro crujía bajo sus pies mientras subían, cada peldaño resonando como un eco de los secretos que guardaba el lugar. María lideraba el grupo, con el corazón latiendo con fuerza. La historia del anciano aún retumbaba en su mente: ecos del pasado, luces en la noche, y un espíritu que buscaba a su amado.

Al llegar a la cima, se encontraron con la gran lente del faro. La luz estaba apagada, pero aún así, la habitación estaba impregnada de una sensación de grandeza. Ventanas altas ofrecían vistas espectaculares del océano y la costa, pero también dejaban entrar una brisa helada que hizo que Sofía se abrazara a sí misma.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Luis, mirando a su alrededor—. No parece haber nada aquí.

María se acercó a la lente, fascinada por su complejidad.

—Quizás podamos encenderla —sugirió—. Si esta luz ha guiado a barcos durante años, tal vez también pueda guiarnos a nosotros.

Diego se acercó y examinó la base de la lente.

—Parece que hay un mecanismo aquí —dijo mientras tocaba algunas palancas—. Quizás si encontramos cómo funciona…

Mientras Diego manipulaba el mecanismo, María notó algo en una de las paredes: una serie de grabados desgastados. Se acercó y comenzó a limpiarlos con sus manos.

—¡Miren esto! —exclamó mientras revelaba imágenes de barcos y una mujer sosteniendo una lámpara. La mujer tenía un aire familiar; parecía un reflejo de las historias del anciano.

Sofía se unió a ella, observando los grabados con atención.

—Es como si contara una historia… —dijo en voz baja—. ¿Podría ser ella?

Luis se acercó para ver mejor y frunció el ceño.

—Tal vez esa mujer fue quien encendió el faro por primera vez… ¿y ahora está atrapada aquí?

Justo en ese momento, Diego logró activar el mecanismo y la luz del faro comenzó a girar lentamente, iluminando el océano con destellos brillantes.

María sintió una oleada de energía recorrerla mientras miraba cómo la luz cortaba la oscuridad. De repente, una figura apareció en la distancia, flotando sobre las aguas agitadas. Era etérea y luminosa, como si estuviera hecha de luz misma.

—¿La ven? —preguntó María con los ojos muy abiertos—. ¡Es ella!

La figura parecía moverse hacia ellos, y el grupo contuvo la respiración al verla acercarse más y más. Era hermosa y triste al mismo tiempo; su rostro reflejaba años de anhelo.

Sofía dio un paso adelante.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó con voz temblorosa.

La figura extendió una mano delicada hacia ellos, como si buscara algo perdido. En ese instante, un viento fuerte sopló a través del faro, haciendo que las ventanas vibraran.

María sintió que algo dentro de ella respondía a esa llamada; era como si comprendiera el dolor de la mujer.

—Quizás quiere que le ayudemos a encontrar lo que perdió —susurró María.

Luis asintió lentamente.

—O tal vez necesita que le recordemos su historia para poder descansar en paz.

La figura sonrió suavemente antes de retroceder hacia el mar, dejando tras de sí un rastro de luz brillante. En ese momento, todos supieron que tenían una misión: ayudar a esa alma perdida.

Con determinación renovada, decidieron investigar más sobre la mujer del faro y su trágica historia. Sabían que no podían hacerlo solos; tendrían que hablar nuevamente con el anciano y descubrir más secretos del pueblo.

Al salir del faro bajo el manto estrellado del cielo nocturno, María sintió que estaban en el umbral de algo importante. La aventura apenas comenzaba y los ecos del pasado estaban listos para revelarse ante ellos.

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El último suspiro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora