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La atmósfera en el faro comenzó a cambiar. A medida que las palabras de María resonaban en el aire, la luz del faro parpadeaba con más intensidad, como si respondiera al llamado del amor perdido. Los amigos se miraron entre sí, sintiendo un escalofrío de emoción y esperanza.

—¿Lo ves? —dijo Sofía—. Creo que Elena está escuchando.

Luis, con una sonrisa en el rostro, se acercó a la ventana y miró hacia el mar. Las olas brillaban bajo la luz de la luna, y el medallón parecía brillar también, como si estuviera cargado de energía.

—Tal vez deberíamos encender la luz del faro —sugirió Diego—. Así podríamos guiar su espíritu de regreso.

María asintió con determinación. Se acercó a la lente del faro y comenzó a limpiar el polvo acumulado con cuidado. Cada movimiento era un acto de respeto hacia Elena y su historia.

Mientras trabajaba, dejó que sus pensamientos fluyeran libremente. Recordaba las historias que su abuela le contaba sobre los faros: cómo eran símbolos de esperanza para los navegantes perdidos en la tormenta. Sabía que lo que estaban haciendo era más que un simple homenaje; era una forma de devolverle a Elena lo que le había sido arrebatado.

Con cada trazo, la luz comenzó a brillar con más fuerza hasta que finalmente iluminó toda la habitación. El resplandor se reflejaba en las paredes, creando sombras danzantes que parecían contar historias antiguas.

Sofía, emocionada, tomó la mano de María.

—Siento que está aquí con nosotros —susurró—. Es como si su presencia llenara este lugar.

De repente, un suave viento comenzó a soplar dentro del faro, acariciando sus rostros y trayendo consigo el aroma salado del mar. Era un momento mágico, donde lo tangible y lo etéreo se entrelazaban.

Diego dio un paso adelante y habló en voz alta.

—Elena, estamos aquí para recordarte tu amor y para darte paz. No estás sola; tu historia vive en nosotros.

En ese instante, una luz brillante emergió del medallón y se proyectó hacia el océano. Todos quedaron boquiabiertos al ver cómo esa luz formaba una figura etérea sobre las aguas: era Elena, hermosa y serena. Su rostro reflejaba una profunda tristeza, pero también gratitud.

María sintió lágrimas en sus ojos mientras observaba a Elena por primera vez. La mujer sonrió suavemente hacia ellos antes de mirar hacia el horizonte donde se encontraba su amado.

—Gracias… —susurró Elena con una voz suave como el viento—. Gracias por recordar mi historia.

Los amigos se sintieron invadidos por una oleada de calidez y amor al escuchar esas palabras. Era como si todo el dolor acumulado a través de los años estuviera finalmente liberándose.

Elena levantó su mano hacia el mar, y una luz brillante comenzó a rodearla mientras se desvanecía lentamente entre las olas.

—No olviden nunca el amor —dijo su voz, resonando como un eco en sus corazones—. El amor siempre encontrará su camino.

Con cada palabra, la luz del faro brillaba más intensamente hasta que finalmente todo quedó en silencio. La figura de Elena desapareció por completo, pero su esencia seguía presente en el aire fresco de la noche.

Los amigos se miraron unos a otros con lágrimas en los ojos pero sonrisas en sus rostros. Habían cumplido con su misión; habían ayudado a liberar un alma atrapada entre dos mundos.

—Lo hicimos —dijo Luis con asombro—. Lo logramos juntos.

María sintió una profunda conexión con sus amigos; no solo habían compartido una aventura, sino también un momento transformador que los uniría para siempre.

Mientras salían del faro bajo las estrellas brillantes, sabían que esa experiencia les había cambiado para siempre. La historia de Elena no solo había sido recordada; había revivido en sus corazones y les enseñó sobre la fuerza del amor verdadero.

Y así, caminaron juntos hacia el pueblo bajo la luz resplandeciente del faro, llevando consigo no solo recuerdos sino también la promesa de seguir honrando las historias no contadas y los amores perdidos.

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El último suspiro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora