Capítulo 27: Vincent Hughes

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Al llegar al hospital, me sentía nervioso y a la vez contento; no sabía cómo reaccionaría, qué me diría, solo pensaba en su expresión al verme.

Abrió el tomo de la habitación e ingresé. Sus ojos conectaron con los míos, mientras las sonrisas de las demás solo me invitaban a pasar. Me coloqué al lado del pie de la cama y me fije que en su rostro reflejaba la curiosidad; no comprendía en qué, pero lo iba a averiguar...

—Vincent—llamo a Sara—en el bolso traes la muda de ropa para Catherine—indago, asintiendo con mi cabeza y afirmando que sí, hablar en este momento no se me daba.

—Bien...—musitó, mamá—dejemos a los tortolos hablar—mencionó con burla, mientras ambas, tomadas de la mano, salían.

Regresa mi mirada hacia Catherine y ella solo sonrió; quizá no lo sabía, pero con tan solo ese gesto, hacía que mi corazón latiera desenfrenadamente; ¿qué sería cuando la volviera a tener entre mis brazos?

—Aquí está lo que pidió la enfermera —sabía de sobra que ya tenía conocimiento de eso, pero no sabía de qué manera iniciar la plática— y también te entrego tus llaves —finalice, sin esperar a que respondiera, pero sabía que no me libraría.

—Vin- musito-ven, siéntate —invitó, palmando su mano a un lado de su cama.

Sin demora, lo hice y el perfume de ella me llegó; qué dulce es volver a sentirlo.

—Creo que sabes el motivo —aclaró, asintiendo.

—Sí—musitó bajito—deseaba recostarme en sus piernas; miraba constantemente ese sitio y ella lo notó, así que me dio permiso y estuve cómodo. Me quedaría para siempre, pero esa palabra en ella no existe, y dejó de existir para mí.

—Deberíamos decir la verdad—aclaro, por lo que no entendí a qué se refería—hablo de lo nuestro—cotejo.

Si ella supiera que todos lo saben, que no hace falta separarnos y que todo está arreglado, notaba su preocupación; sus cejas estaban arrugadas; siempre hacía eso cuando tenía duda o se enojaba.

Había tantas cosas en ella, que no me cabrían tantas letras en una carta para describirla.

—Zarigüeya—llame, logrando que su rostro se relajara y la comisura de sus labios se elevará —tranquila, todo está arreglado—afirme, mientras daba suaves caricias a sus delgados dedos. Se encontraban pálidos antes y ahora parecía que tomaron un poco más de color, aunque no se puede hacer nada; su tono de piel es ese; es del color de la nieve.

O así creo, no he visto a una persona con un tono parecido al de los muertos, sería extraño decirle, me mataría. Prefiero guardarmelo.

—Está bien—acepto y de nuevo volvimos a la posición anterior; sus manos arrugaban las hebras del cabello; estaba por dormirme, si no fuera porque recordara lo que me tenía allí.

Las horas con ellas parecían esfumarse y me hacían olvidar todo.

Si el tiempo fuera su amigo, no me la arrebatará de mis manos, ni de las de los demás. Él parece ser el enemigo; sin tener un rostro, ni hablar, solo se lleva a las personas que más amamos en el mundo. Las debilita, deja que sus culpas se esfumen y que todo lo malo se marche, pero si el tiempo supiera cuánto los vamos a necesitar, extrañar y amar.

Quizás él también piensa en que morir a veces es la única solución, en que en ese sitio se puede encontrar la paz; quizá tiene una lista de las almas que han sufrido suficiente, que decidió llevárselas o quizá es solo la enfermedad atacandolos.

Aun así hubiera querido detenerlo y decir que espere, que se tome su tiempo, que me regrese a aquella época, porque así podía salvarla.

—Debes cambiarte —indiqué, mientras me levantaba. Su cabello castaño parecía tener vida propia; se encontraba desarreglado; quería reírme, así que sin evitarlo lo hice.

—¿Qué te causa tanta gracia?—indagó, indicándole y generando una sonrisa en ella.

Eso necesitaba y la haría sonreír siempre.

¡Vin! —regano y antes de que lograra lanzarme la almohada, por burlarme tanto, logré salir con éxito y, escuchando el sonido del golpe detrás, salí rumbo a la sala de espera, para avisarles que pronto nos iríamos.

Todos alegres, nos sentamos en las sillas y esperábamos a que saliera. Tardó varios minutos, pero al fin salió. Los papeles para su salida estaban llenos. El señor Raiden había sido el más contento con verla, sabía que tendría que enfrentarlo, sabía que Catherine no le guardaba ningún rencor, sabía que ambos podrían arreglarlo.

Y así podría tener a mi Zarigüeya todo el tiempo junto a mí; no pienso esperar más; esa semana fue un suplicio; creo que lo dramático de ella se me estaba pegando.

—Listo—afirmó; Una vez salimos todos juntos, la llevaría en mi coche; aquel objeto lo había adquirido con mis ahorros y no pertenecía como bienes a la empresa.

Todos subieron a su respectivo auto y supuse que estaría encantada en volver a ver a su mejor amiga, así que no esperé más y pedí permiso para que fuera conmigo por última vez a mi casa. Antes de que fuera vendida, me supo decir mi padre que deseaba que se vendiera. Con eso no habría nada más que los atara y vivirían tranquilos. Todas nuestras pertenencias pasarían al nuevo hogar.

Todos juramos que estos últimos meses serían inolvidables para Cath y de eso no tenía duda. Disfrutaría al máximo su compañía. Tengo una nueva promesa que agregar a esa libreta, un nuevo acuerdo que me hará vivir con ella para siempre.

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