Capítulo 3: Una discusión inútil

8 0 0
                                    

Llegamos a mi apartamento, no era un sitio como en el que vivía con mis padres, pero me gustaba cómo hasta lo más sencillo se convierte en algo especial y único, que no tiene la necesidad de aparentar. Subimos al ascensor, no esperaba que me acompañara hasta aquí, sinceramente debía solo dejarme en la puerta del edificio, no hacía falta esto, pero qué le podía decir, me intimidaba un poco su estatura, la verdad.

—Oye—llamó, giré mi rostro para poner atención a lo que diría—porque eres tan fría—preguntó, siendo directo, estaba claro que había sentido que no había una pizca de sentimiento en lo que decía; resultaba ser siempre cortante con los demás; si es posible, no hablaba nada.

—No te importa —advertí, comunicando directamente que no necesitaba saberlo.

—Vez, allí está otra vez —acusó.

-Disculpa-interroge.

—¿Nunca se puede tener una conversación contigo?

¿No se supone que eso es lo que estamos haciendo?

—A esto le llamas conversar —interrogó— cuando te pones cortante y no dices nada.

—Para mí sí —contesté, dejando este altercado sobrante.

Esperando a que diera tregua y pasando al silencio. No quería hablar, no quería saber nada de él, simplemente debía quedarse callado y no molestar. No pedía mucho.

—Por eso no tienes amigos—susurró, claramente lo había escuchado; decir que no me dolió un poco sería mentirme a mí misma. Consideraba que las amistades eran algo irrelevante, pero ver cómo los demás comparten todo con alguien me ponía desanimada y siempre llegaba a la misma conclusión de que yo no me merecía nada.

—Eso no es cierto —mencionó, intentando ocultar la verdad.

—Es verdad—afirmó—los rumores son ciertos—aclaró, dejándome sin la noción de que hablaba.

—Acerca... —cuestionó.

—De que eras una completa rarita y que repeles a todo el que se te acerca —comentó, dándome a conocer lo que tanto tiempo tenía guardado y deseaba decirme. Sabía que existía aquello; eran evidentes cuando me miraban y comenzaban a conversar.

—Lo soy—afirme, habían acertado todos esos comentarios, pero eso no les daba derecho solo a juzgar mi portada—pero eso a ti no te importa, porque tanta molestia en confirmar algo que sinceramente ya lo sabías—aclare, incómoda por su repentina atención.

—Porque pensé que todo era mentira —dijo, con un brillo de esperanza en que le diera espacio en mi vida, claramente no quería aquello.

—Pues es verdad, ahora bajemos—indiqué.

Salimos y saqué mis llaves del bolsillo de mi remera favorita, mientras apenas soportaba el ardor, pero no me importaba: no me volvería a dejar llevar de nuevo de esa manera.

Bajo su mirada, me hacía sentir nerviosa, no encajaba y eso me comenzaba a desesperar; quería ingresar, para evitarme el tener que seguir compartiendo con él.

—Lo logre —susurré, sintiéndome satisfactoriamente bien, para poder ingresar.

Ahora, es momento de que se vaya.

—Adiós—me despedí y entré.

No esperé ninguna palabra por parte de él y decidí cerrar, pero algo hizo que me detuviera.

—Adiós—soltó, dejándome un beso en la frente; esto resultó ser inesperado, que le sucedía; hace un rato se enojo conmigo y ahora parece más relajado y hasta dulce, se podría decir; acaso era bipolar.

Luego se fue y me dejó con más dudas de su personalidad; parecía ser un alien, alguien no conocido, fuera de este mundo y no solo por sus cambios de humor inesperados, más bien por su repentino acercamiento, que buscaba conmigo. Lo único cierto aquí es que sería una espina, muy complicada de sacar.

Un lugar brillanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora