Capítulo 10: Una zarigüeya nerviosa

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Luego de dos días y dos noches, al fin había llegado el tan anhelado día. Había ropa tirada en mi cama y en el sofá de la esquina del dormitorio; decir que no me sentía emocionada y nerviosa sería mentirme. Tenía los nervios en la punta de la lengua, tenía un montón de mariposas revoloteando en mi interior y una subida de temperatura. Estaba tan feliz, sería mi primera cita, sería mi primera salida con él, solo espero no estar ilusionandome.

Tomé las llaves del velador y prendí la estufa para prepararme unos omelette y un café. Desayuné al ritmo de la canción ''Falling in love'', su letra era tan profunda. ¿En verdad me estoy enamorando? Aunque lo haya conocido recién, parece como si ya lo conociera desde hace un buen tiempo. Todavía tengo esa pequeña duda; espero no estar equivocada, porque eso justificaría la razón por la que es familiar. Debo preguntarle.

Salí del departamento, no sin antes darle de comer a mi gata Akari, es un nombre japonés, se lo di por que es cariñosa y sobre todo por su significado "luz brillante", ella era eso para mí y mucho más. Ella me salvó la vida, me sacó de aquel depresivo agujero en el que me encontraba, con sus maullidos, su manera tan linda de comer, sus colores naranja y blanco, su nariz rosada y su pelaje tan suave como las plumas de una almohada, y lo más importante, sus leves mordidas en el mentón, es su manera de dar amor.

Tomé un taxi y salí rumbo al sitio pactado. Mientras miraba por la ventana, mis pensamientos comenzaban a fluir; mi corazón comenzaba a desesperarse, pero no deseando salir; era tanta la emoción, que me sentía un torbellino complicado, de esos que no se pueden detener. Pienso en lo que haremos y en las cosas que me gustaría hacer con él. Las ruedas se detienen y es momento de bajar. Le doy su paga y me dirigo a la entrada. Para ser la mañana tenían un gran apogeo de comensales; seguramente era muy famoso el sitio...

Entre a lo lejos lo vi, sentado con vista a un jardín; sus manos estaban enlazadas, formando un caparazón, su cabello rubio despeinado, su traje lo hacía lucir aún mejor, formal, con su actitud, llena de confianza y seguridad, era imponente a la vista de cualquiera, con unas piernas torneadas y unos labios que te llamaban a probarlos, ¿porque me fijaba tanto en él? ¿Qué era lo que causaba en mí con solo verlo? Mi mirada de pronto se sintió apenada, así que decidí bajarla. No quería que se encontrará con la suya; mi vergüenza aumentaría aún más, pero entonces su mirada chocó con la mía, tan fija, tan intensa, tan suya, y me sentía única. Todo de él me encantaba.

Lo vi levantarse y acercarse hacia mí; mis nervios comenzaron a jugarme en contra, sudandome las manos y que mis piernas temblaran un poco. Su efecto era demasiado.

—Estas hermosa esta noche —algo, tomó mi mano y me llevó a la mesa. Sus manos y las mías se sentían hechas para estar juntas; encajaban a la perfección.

—Gracias—dije, sentándome, tomando en cuenta su gentileza de recorrer mi silla y volviéndola junto a la mesa.

Él se sentó de nuevo con aquella mirada, como si fuera lo más bello que hubiera visto en su vida.

—El tono azul te combina—volvió a halagarme, poniéndome aún más nerviosa—creo que no esperaba verte de esta manera—confesó, a lo que no comprendí y me sentí aturdida.

-¿Como?

—Así de esta manera —aviso tú frente a mí y en una cena—afirmó.

Tampoco me imaginaba aquello; parecía una locura, era tan pronto, pero por alguna razón presentía que él sentía lo mismo, con la misma intensidad que la mía.

—Creo que yo tampoco —agregué.

—¿Quieres pedir ya?—preguntó.

-Si-afirme.

Inmediatamente chasqueó los dedos, logrando captar la atención del mesero; se acercó y sacó de su mandil una libreta de color negro, con un estampado en el centro de un lirio rojo. Era hermosa.

—¿Qué deseas? —consultó; por andar pensando en aquella flor, no miró la carta y tampoco sabía qué pedir. Regresar a estos sitios me hacía regresar a aquella vez en que la salsa roja fue protagonista de un desastre por parte de mi hermana y comenzamos a pintarnos la nariz, en manera de juego. Fuimos regañadas, claro está, pero la satisfacción de divertirnos nunca se fue.

—Catherine, estás bien —mis ojos estaban un poco tristes. Sé que él lo nota, pero no quiero arruinar esto, así que voy a dar lo mejor de mí.

—Sí—contestó, para aliviar el ambiente y su rostro preocupado.

—Tranquila —dijo con una sonrisa, de esas que me encantan; definitivamente estaba enamorada de este tonto, a penas lo pensé y mis mejillas no pudieron evitar ponerse rojas.

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