parte 11

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La noche estaba envuelta en un silencio inquietante, solo interrumpido por el murmullo del viento que parecía susurrar secretos olvidados. Las estrellas apenas brillaban, como si el mismo cielo presagiara lo que iba a suceder. En una antigua cueva, con paredes llenas de inscripciones que hablaban de batallas pasadas, Muzan Kibutsuji se encontraba frente a un hombre de mirada intensa: Kagaya Ubuyashiki.

La atmósfera era tensa, cada palabra que intercambiaban pesaba como una espada sobre sus cuellos. Muzan, con su elegante manto negro ondeando suavemente, rompió el silencio.

—Sabes por qué estamos aquí, Ubuyashiki —comenzó, su voz resonando en la penumbra, como el eco de un trueno lejano—. La lucha entre nuestros mundos ha durado demasiado. Nuestros recursos se están agotando, y la destrucción se cierne sobre ambos.

Kagaya, con su porte sereno y su rostro marcado por la compasión, se mantuvo firme. Sabía que Muzan era un demonio astuto, siempre un paso adelante, y no iba a dejarse llevar por sus encantos.

—Has llevado a muchos cazadores a su fin —respondió Kagaya, su tono firme—. No puedo confiar en un demonio que se alimenta del miedo y la desesperación.

Muzan sonrió, pero no era una sonrisa amistosa. Era más bien una mueca de diversión. —Entiendo tu desconfianza, pero a veces la supervivencia exige sacrificios. Propongo una tregua: mientras nuestros intereses coincidan, no habrá más derramamiento de sangre.

La propuesta flotó en el aire, pesada y llena de consecuencias. Kagaya pensó en sus hombres, en el desgaste que habían soportado. Pero también pensó en la traición que podía esconderse detrás de esa tregua.

—¿Y qué obtendría yo a cambio? —preguntó finalmente, su mirada nunca apartándose de los ojos de Muzan.

—Control sobre las áreas que te interesan. Un territorio seguro donde tus cazadores puedan operar sin interferencias. Te prometo que no buscaré venganza contra los tuyos, siempre que se mantenga este acuerdo —dijo Muzan, cada palabra medida, cada gesto calculado.

Ambos hombres se miraron fijamente, evaluando a su oponente. El silencio se volvió ensordecedor, un campo de batalla en sí mismo. Kagaya sintió la presión de la historia sobre sus hombros, la carga de todas las vidas que dependían de su decisión.

—¿Y qué hay de los demonios que todavía buscan causar estragos? —preguntó Kagaya, su voz ahora más suave, casi reflexiva—. ¿Qué les dirás?

—Esos son problemas que resolveré a mi manera —respondió Muzan, con un destello de amenaza en su mirada—. Mientras tú y tus cazadores mantengan la paz, no habrá necesidad de que interfieras.

Kagaya contempló las palabras de Muzan. La idea de una tregua era tentadora. ¿Cuántas vidas se habrían salvado si ambos bandos pudieran encontrar un terreno común? Pero sabía que una traición en este delicado equilibrio podría llevar a una guerra aún más devastadora.

—Acepto la tregua, pero con una condición: si en algún momento sientes que estás jugando con nosotros, no dudaré en acabar contigo —declaró Kagaya, su voz firme como una roca.

Muzan asintió, un brillo de satisfacción en sus ojos oscuros. —Perfecto. Ahora, hablemos de los detalles...

La conversación fluyó, y aunque ambos líderes parecían encontrar un entendimiento, la desconfianza permanecía como un velo. Hablaban de territorios y recursos, de cazadores y demonios, pero en el fondo sabían que la lucha interna era aún más peligrosa que cualquier enemigo externo.

Mientras discutían, la cueva parecía retumbar con la posibilidad de un cambio. Una tregua que podría alterar el destino de ambos mundos, para bien o para mal. Ambos líderes sabían que sus decisiones no solo afectarían sus propias vidas, sino que también repercutirían en el destino de todos los que los rodeaban.

obsesionado por tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora