cap 9

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Era una noche oscura y silenciosa, ideal para que los demonios se aventuraran fuera de sus escondites. En una pequeña reunión en la cueva, Gyutaro se encontraba conversando con sus amigos: Sekido, Aizetsu, Karaku y Urogi. La atmósfera estaba tensa, pero llena de la energía inconfundible de la camaradería. Cada uno de ellos llevaba su carga de preocupaciones, pero había algo en el aire que les decía que era momento de salir y despejar sus mentes.

—Deberíamos salir a dar un paseo, —sugirió Urogi, sus alas extendiéndose ligeramente en un gesto entusiasta. —El aire fresco siempre ayuda a aclarar las ideas.

—¿Y qué? ¿Salir a arriesgarnos a ser cazados? —respondió Sekido, con su habitual tono sarcástico. Pero, en el fondo, la idea le atraía. Había algo reconfortante en la compañía de sus amigos, especialmente de Karaku.

Karaku, por su parte, miró a Sekido con atención, sintiendo la tensión entre sus palabras y su expresión. Aunque había momentos en que su amigo era impenetrable, Karaku podía sentir que había algo más en su comportamiento. Aizetsu, observando a Sekido y Karaku, sintió un leve escalofrío de inseguridad. Había estado intentando encontrar su lugar entre ellos, y la cercanía que estaban formando Sekido y Karaku le daba un nudo en el estómago.

—De acuerdo, vamos, —dijo Aizetsu, tratando de infundir valentía en su voz. —Podemos tener cuidado y quedarnos en la sombra. No tenemos que ir muy lejos.

La pequeña tropa se puso en marcha, y pronto se encontraron en un claro, lejos de la cueva, donde el silencio solo era interrumpido por el susurro del viento entre los árboles. Gyutaro se sentó sobre una roca, observando a sus amigos interactuar. Notó cómo Aizetsu y Sekido intercambiaban miradas furtivas, mientras Karaku y Urogi se reían y bromeaban.

—Esto es un buen lugar para hablar, —dijo Urogi, sonriendo. —¡Vamos a relajarnos un poco!

Mientras los cuatro se acomodaban, Aizetsu tomó una profunda respiración, recordando el consejo que había recibido de Gyutaro antes de salir. Se sentía preparado para hablar sobre sus sentimientos, pero las palabras se enredaban en su mente. Miró a Sekido, que se encontraba más cerca de Karaku, y sintió un apretón en el pecho.

—Sekido, —comenzó Aizetsu, su voz temblando un poco. —¿Podemos hablar un momento?

Sekido, sorprendido, asintió y se apartó un poco de Karaku. Ambos se dirigieron a un rincón más apartado del claro. Mientras tanto, Karaku y Urogi intercambiaron miradas curiosas.

—¿Qué sucede? —preguntó Sekido, con un tono que, aunque parecía despreocupado, delataba un leve nerviosismo.

Aizetsu tomó una profunda respiración, su corazón latiendo con fuerza. —Quería hablarte sobre... nuestros sentimientos. No sé cómo explicarlo, pero me siento atraído hacia Urogi. Es confuso, y no sé si debería decírselo.

Sekido se sorprendió un momento, pero luego una chispa de comprensión cruzó su mente. Aizetsu también sentía lo que él no podía expresar. —Entiendo. Es complicado, —respondió Sekido, su voz más suave de lo habitual. —Pero tienes que ser sincero con él. No podemos vivir con estos secretos. Te comprendo, yo también tengo mis propios... problemas.

Mientras tanto, Karaku y Urogi se dieron cuenta de que no había mucho que pudieran hacer. Urogi, con su característica impulsividad, finalmente dijo: —¡Vamos a buscar algo de comida! Tal vez eso nos ayude a distraernos.

Karaku le dio una mirada significativa. —No deberíamos. A veces, los amigos necesitan su espacio. Además, no sabemos cómo se sienten. Quizás están lidiando con cosas más profundas.

De vuelta con Aizetsu y Sekido, el clima se volvió más pesado. Aizetsu, con su voz baja, continuó. —Sé que tienes tus propios sentimientos, pero... no sé cómo abordarlos. ¿Y si Karaku no siente lo mismo?

Sekido, sintiendo un destello de celos por Karaku, decidió ser honesto. —A veces, lo que más tememos puede ser la respuesta que buscamos. Tienes que ser valiente, Aizetsu. Si lo sientes, díselo. No permitas que el miedo te detenga.

Ambos se quedaron en silencio un momento, sintiendo el peso de sus palabras. En el fondo, ambos sabían que había más en juego que solo sus propios sentimientos.

Mientras tanto, Gyutaro, quien había estado escuchando a distancia, se acercó a ellos con una expresión comprensiva. —Aizetsu, Sekido, —dijo suavemente—, a veces, las cosas que más queremos decir son las más difíciles. No tengan miedo de ser vulnerables. Todos merecemos ser felices, incluso en este mundo oscuro.

Aizetsu sonrió, agradecido por la calidez que emanaba de Gyutaro. —Gracias, Gyutaro. Tus palabras son un alivio.

Sekido asintió, sintiendo que la presencia de Gyutaro les brindaba un poco de luz en medio de sus dudas. —Tienes razón. Quizás lo mejor sea ser honestos.

Regresaron al grupo y encontraron a Karaku y Urogi preparándose para una búsqueda de comida. Karaku, sin saber que su amigo se estaba sintiendo más seguro sobre sus sentimientos, se sentó cerca de Sekido, intentando ocultar su propia creciente atracción.

—¿Qué tal va todo? —preguntó Urogi, alzando una ceja. —¿Nos perdimos algo interesante?

—No, solo estuvimos hablando sobre estrategias de caza, —dijo Sekido, intentando desviar la atención. Pero no pudo evitar robarle una mirada a Karaku, notando cómo la luz de la luna iluminaba su cabello castaño oscuro, haciéndolo brillar de una manera que le hizo sentir un cosquilleo en el estómago.

La noche continuó con risas, historias compartidas y la promesa de que, sin importar lo que sucediera, seguirían juntos en esta travesía llena de desafíos y descubrimientos. Pero en el fondo, cada uno de ellos luchaba con sus propios sentimientos no expresados.

Mientras caminaban de regreso, Karaku, atrapado en sus pensamientos, sintió la mirada de Sekido en él. Su corazón latía más rápido, sintiendo una mezcla de nerviosismo y emoción. Quizás había algo más en su amistad. Quizás estaba comenzando a ver a Sekido de una manera que nunca había considerado.

El grupo se detuvo al llegar a un claro donde la luna brillaba con fuerza. Gyutaro miró a todos, sintiendo la tensión en el aire. —¿Alguien tiene alguna historia divertida para compartir? A veces, un poco de risa ayuda a aliviar la carga.

Aizetsu, buscando romper la tensión, sonrió y comenzó a contar una anécdota graciosa de una caza que había salido mal. Todos se unieron a las risas, pero Sekido y Karaku no pudieron evitar robarse miradas furtivas, sintiendo cómo algo profundo se gestaba entre ellos.

La noche avanzaba y con cada risa compartida, la barrera entre ellos parecía desvanecerse un poco más. Gyutaro, observando todo desde un costado, no pudo evitar sonreír al ver cómo sus amigos comenzaban a abrirse y a acercarse, incluso en medio de sus luchas internas.

Era un momento lleno de promesas, de amistades que se fortalecían y de sentimientos que comenzaban a florecer, a pesar de las sombras que acechaban en el horizonte. Y así, mientras la luna brillaba en el cielo, sus corazones seguían latiendo al unísono, cada uno con sus propios secretos, pero todos unidos en su lucha.

obsesionado por tu amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora