𝑴𝒊 𝒂𝒕𝒂𝒓𝒅𝒆𝒄𝒆𝒓

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Pablo Gavi caminaba de un lado a otro en su apartamento, con las manos en la cabeza

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Pablo Gavi caminaba de un lado a otro en su apartamento, con las manos en la cabeza. Sabía que iba a pedirle matrimonio a Valeria, pero ¿cómo demonios se supone que uno hace eso? No era algo que se enseñara en los entrenamientos, y mucho menos en las charlas con los chicos. Sin embargo, una cosa tenía clara: necesitaba ayuda. Y rápido.

Le mandó un mensaje a Pedri y a Ferran, sus dos mejores amigos. Pedri, siendo el hermano de Valeria, sería su cómplice en esta locura. Y Ferran, como siempre, estaba dispuesto a aportar su dosis de humor y locura.

Unos minutos después, los tres estaban en la cocina de Pablo, rodeados de bocadillos y bebidas, como si estuvieran a punto de planear una táctica para el próximo partido.

—Bueno, ¿y cómo vas a hacerlo? —preguntó Ferran, con una sonrisa burlona—. No me digas que ya tienes todo bajo control.

—¿Control? —Pablo soltó una risa nerviosa—. ¡No tengo ni idea de cómo hacerlo! Estoy pensando en pedirle matrimonio, pero no sé ni por dónde empezar. Necesito vuestra ayuda.

—Calma, hermano —dijo Pedri, metiéndose un trozo de pizza en la boca—. Lo primero es saber si Valeria realmente quiere casarse contigo o si solo está contigo porque le haces reír.

—A veces no sé si se ríe de mí o conmigo —respondió Pablo, frunciendo el ceño—. Pero... creo que la quiero. Bueno, eso y sus atardeceres.

Ferran puso los ojos en blanco.

—No me digas que te gusta el atardecer. No puedo soportar esa cursilería. Ya pareces un personaje de telenovela.

—¿Qué tienes contra los atardeceres? —Pablo le lanzó una almohada—. Es romántico, ¿sabes? Pensaba hacerlo en nuestra playa favorita, mientras el sol se hunde en el horizonte. A Valeria le encanta.

—Ah, claro, todo un poeta. La única poesía que conozco es en las etiquetas de las botellas de cerveza —se burló Ferran.

Pablo se rió, pero la risa se le heló en la garganta cuando recordó que tenía que comprar un anillo.

—¡El anillo! —exclamó, llevándose las manos a la cabeza—. Aún no lo tengo.

Ferran y Pedri intercambiaron una mirada cómplice.

—Te llevamos mañana a la joyería —dijo Pedri—. Pero no puede ser cualquier cosa. Tiene que ser algo que refleje lo que sientes por ella. Algo sencillo, pero especial, ¿sabes?

—Algo que diga "te quiero" y "lo siento" por cada vez que te he hecho enojar —añadió Ferran, riendo.

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Al día siguiente, se encontraron frente a la joyería más elegante de la ciudad. Pablo no era de gastar mucho en joyas, pero este era un momento importante. Al entrar, se sintió abrumado por la cantidad de opciones.

𝑶𝒏𝒆 𝒔𝒉𝒐𝒕- 𝑷𝒂𝒃𝒍𝒐 𝑮𝒂𝒗𝒊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora