Niñera

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Faye bostezó ruidosamente mientras presionaba el botón para llamar al elevador que estaba en la pared. No podía esperar para desmayarse en su cama después de haber estado despierta desde las cuatro de la mañana. Las lecturas de guiones de las películas ocupaban mucho tiempo porque a veces los actores no entendían el contexto de sus líneas y tenían que repetirlas una y otra vez hasta que el director o el guionista estuviera lo suficientemente satisfecho. La escena en particular en la que estaban atascados ni siquiera contenía al personaje de Faye, por lo que terminó girando en su silla mientras fingía que estaba en una playa en Malasia.

Pero ahora, cuando la puerta del elevador se abrió para permitir el acceso a la alfa, Faye dejó la playa de Malasia de lado y, en su lugar, solo pudo pensar en un destino que pudiera superarla.

La puerta de Yoko estaba entreabierta y eso preocupo a la alfa. La caja de donas que sostenía en su mano izquierda estaba debajo de su brazo para poder tener libre su mano en caso de que un intruso hubiera entrado. Todavía tenía la muleta en su mano derecha y de inmediato la levantó como un arma. Hizo una mueca de dolor al aplicar demasiada presión a su tobillo todavía lastimado, pero siguió caminando. Tan pronto como escuchó la voz de Yoko, dejó escapar un suspiro de alivio.

–¿Quién quiere donas?– Faye sonrió mientras entraba a la habitación sosteniendo la caja de donas como si fuera un trofeo. Se arrepintió de inmediato cuando la cara enojada de Yoko la miró y la cara triste de June se quedó pegada al suelo.

–¿Cómo entraste?– preguntó Yoko mientras miraba fijamente a la alfa.

Faye se encogió bajo la mirada de la omega y trago saliva audiblemente –La puerta estaba abierta– dijo nerviosamente mientras señalaba detrás de ella.

–¿No cerraste la puerta?– Yoko volteo a mirar a su hija.

–Lo siento– murmuró June.

–Ve a tu habitación y cámbiate el uniforme– Yoko se pellizcó el puente de la nariz –Estas castigada–.

La niña asintió con la cabeza mientras arrastraba lentamente los pies en dirección a su dormitorio. Su cabeza se inclinó hacia abajo cuando paso junto a Faye. Sus hombros estaban encorvados cuando abrió la puerta de su dormitorio y la alfa pudo jurar que escuchó algunos sollozos. El corazón de Faye dolía por la niña, pero sabía que Yoko también la castigaría si corría y le daba un abrazo a June.

Yoko gimió mientras se dejaba caer en el sofá. Faye seguía parada torpemente en medio de la sala de estar sin la menor idea de que hacer. Al final, se acercó a la omega y se sentó a su lado. Le tendió la caja de donas y le ofreció una con una sonrisa encantadora, pero fue rechazada.

–¿Qué pasó?– preguntó Faye después de unos minutos de silencio.

–June se frustró con un juego y arrojó su control al televisor– Yoko señaló frente a ella –Ahora esta roto–.

–Oh– Faye miró el televisor y notó una grieta muy visible en la pantalla –No fue el juego que le regalé para Navidad lo que la frustró ¿Verdad?–.

–Lo fue– asintió Yoko– En realidad no recibe ningún regalo en Navidad porque somos budistas, así que cuando le diste ese juego no hizo nada más que jugarlo religiosamente durante las últimas tres semanas. Se frustró cuando un niño destruyó la casa que había construido y simplemente arrojó su control al televisor.

Faye miró con aire culpable la caja de donas que tenía en el regazo. Se lamió los labios nerviosamente y miró a su alrededor para evitar el contacto visual con la todavía enojada Yoko.

–¿Sabes que es lo peor?– continuó Yoko después de que el silencio entre ellas se volviera insoportable.

–¿Qué?–

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