DECIMO CAPÍTULO

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Ver que Max estaba con Yuki en el baño hizo sentir a Sergio una avalancha de emociones contradictorias. Por un lado, no podía dejar de pensar en lo bien que se veía Max con ese traje elegante. Algo en su porte le recordó por qué alguna vez había pensado en lo lindo que era. Sin embargo, por otro lado, la indignación que sentía por haber sido ignorado tanto tiempo, después de la llamada borracha de Max y los intentos fallidos de contactarlo, pesaba mucho más en su corazón. Sergio no podía entender cómo alguien que decía extrañarlo podía desaparecer de esa manera sin dar explicaciones.

Cuando Yuki le dijo que Max lo había ayudado a lavarse las manos, Sergio, sorprendido, agradeció cortésmente, pero no estaba dispuesto a alargar la conversación con Max. Prefería evitar cualquier confrontación en ese momento. Aunque había una parte de él que deseaba aclarar las cosas, la mayor parte de su ser estaba enfocada en alejarse lo más rápido posible. Max le había causado demasiada incertidumbre, y no estaba listo para revivirlo. Así que, tras agradecerle por su ayuda, Sergio tomó la decisión de salir rápidamente del restaurante con Yuki.

Al salir, Checo levantó la mano y llamó a un taxi que estaba estacionado cerca. Mientras esperaba, intentaba distraer su mente de lo que acababa de suceder, enfocándose en el sonido del tráfico y el bullicio de la ciudad. Pero no pasó mucho tiempo antes de que notara algo extraño en su hijo. Yuki, sentado en el asiento trasero del taxi, parecía estar jugueteando con algo en sus manos. Cuando Sergio miró más de cerca, se dio cuenta con sorpresa de que Yuki estaba jugando con un billete de veinte dólares.

El corazón de Sergio dio un vuelco.

—¿De dónde sacaste eso, Yuki? —le preguntó, entre preocupado y confundido.

—Lo encontré en el baño —respondió Yuki con total naturalidad, mirando el billete como si fuera un juguete más.

Sergio frunció el ceño, sorprendido. Sabía que había enseñado a su hijo a no tomar cosas que no eran suyas.

—Hijo, no puedes simplemente tomar dinero que encuentras por ahí. Si ves algo que no es tuyo, debes devolverlo o al menos preguntar si a alguien se le cayó —le explicó con voz suave pero firme.

Yuki, con su habitual astucia, bajó un poco la mirada y dijo con voz inocente:

—Lo iba a devolver, papi, pero como salimos tan rápido no me dio tiempo.

Sergio sintió una punzada de culpa. La realidad es que, al querer evitar a Max, había apresurado la salida sin siquiera pensar en que Yuki podría haber necesitado más tiempo. Se sintió mal por haberlo sacado tan rápido y, por seguir pensando en eso, creyó en la mentira descarada de su hijo. Yuki era un niño inteligente, y Sergio sabía que a veces podía ser demasiado persuasivo para su edad pero esta vez simplemente no lo noto.

—Está bien, cariño, pero la próxima vez pregúntame. No quiero que pienses que está bien quedarte con algo que no es tuyo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, papi —respondió Yuki con una sonrisa traviesa, sabiendo que había salido del apuro.

El taxi avanzó por las calles iluminadas de Singapur y, para alivio de Sergio, no estaban muy lejos del hotel. En menos de diez minutos llegaron a la entrada, donde el portero del hotel les abrió la puerta y los saludó amablemente. Sergio respondió el saludo con una sonrisa distraída, aún con la mente revuelta por los eventos de la noche. Tomó a Yuki de la mano y ambos caminaron hacia la recepción. El recepcionista les dio la bienvenida con una cálida sonrisa, como siempre lo hacía, y Sergio se dirigió directamente al ascensor.

Cuando llegaron a la habitación, el agotamiento del día comenzó a notarse. Sergio, aunque mentalmente agotado, se tomó el tiempo necesario para preparar a Yuki para dormir. Le ayudó a ponerse su pijama, cepillarse los dientes y acomodarse en la cama, mientras le leía una pequeña historia, como hacía todas las noches. Yuki, emocionado aún por el día que habían tenido, le contó a Sergio lo mucho que le había gustado el sushi y lo divertido que había sido ir al restaurante. Sergio, a pesar de todo lo que tenía en mente, sonrió con ternura y lo escuchó con atención.

ENTRE RIVALIDAD Y DESEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora