DEBILIDAD

27 5 0
                                    

Los ojos de Elsa pesaban como si llevaran un plomo invisible. El dolor se extendía por su cuerpo, una sinfonía de molestias que le recordaban lo frágil que era su existencia. Intentó enfocar su entorno, pero la niebla en su mente la mantenía aturdida, como si estuviera atrapada en un sueño oscuro y pesado. Poco a poco, forzó a sus párpados a abrirse. El techo de madera que tenía sobre ella era ajeno; no era el de su habitación.

Al girar la cabeza, se encontró en un cuarto sencillo, despojado de lujos. Sábanas oscuras, de coralina, la envolvían con un calor que su cuerpo herido agradecía. Un susurro de miedo se asomó a su pecho, y se preguntó qué demonios había pasado. Intentó incorporarse, pero un mareo la arrastró de vuelta al acolchado de la almohada.

Justo en ese instante, Rip cruzó el umbral de la habitación, su figura se recortó contra la luz tenue que se filtraba a través de la ventana.

— Oye, oye, oye... no te levantes, Tortura —dijo él, su tono calmado contrastaba con la agitación que sentía en su interior—. Has estado inconsciente varias horas.

— ¿Rip? —su voz era un susurro, entre la confusión y la preocupación—. ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está mi padre?

— En el hospital, a salvo. Pero deberías preocuparte más por ti misma. Con todo el estrés, el sol y los golpes del otro día, tu cuerpo decidió que era suficiente.

— Y una mierda... —replicó ella, intentando sentarse de nuevo sin éxito.

— Elsa —su tono se volvió severo—. Necesitas descansar.

— ¿Qué hago en tu cama? —preguntó, finalmente enfocándose en su entorno, comprendiendo la cercanía que había entre ellos.

— No iba a dejarte sola en la cabaña alejada.

— ¿Has dejado tu trabajo en el rancho? —su voz se llenó de incredulidad.

— Lloyd se está encargando de las cosas. Además... Jimmy puede seguir inseminando vacas solo.

Una débil sonrisa se dibujó en sus labios, pero el gesto se desvaneció al ver la preocupación en sus ojos.

— Te juro por Dios, Elsa, que si sigues dándome estos sustos, no voy a llegar a viejo.

Su risa, aunque ligera, resonó en la habitación como un eco de vida, un recordatorio de que, a pesar del caos que había envuelto su existencia desde la muerte de Lee, ella había logrado evadir el desastre en muchas ocasiones.

Rip, sin embargo, no podía evitar recordar la vez que la había visto caer, como si una bala le hubiera atravesado el pecho. El pánico había invadido sus venas; no había sido solo una caída, sino un instante que había puesto en juego lo que más le importaba. Al instante, se lanzó al suelo junto a ella, gritando órdenes a los demás vaqueros para que trajeran a la veterinaria de inmediato. Ryan fue el primero en moverse, seguido por Lloyd; ella era su mejor amiga, su ahijada.

La suerte estuvo de su lado: solo se había desmayado por la tensión. Pero Rip no permitiría que nadie la tocara. Cuando Colby sugirió llevarla a descansar al dormitorio común de los vaqueros, la ira de Rip estalló.

— ¡No! —gritó, su voz resonando como un trueno en la cabaña—. Yo me encargo. Vosotros volved a lo vuestro.

Finalmente, la llevó a su casa, dejando al veterano a cargo de las reses. Carla, la veterinaria, los acompañó, queriendo examinar los golpes que había sufrido, deteniéndose antes en la máquina de rayos X para observar su torso magullado.

— Es un milagro que no tenga nada roto —dijo Carla, sus ojos escaneando las contusiones—. Pero tiene varias fracturas mal curadas desde tu infancia.

Antes de que pudiera formular cualquier teoría que pudiera poner a los Dutton en problemas, Rip intervino.

— Se metía en el ruedo desde los cinco años. A veces sucedían accidentes, ¿sabes?

No era del todo mentira, pero no era toda la verdad. En ese entonces, Rip no lo sabía, pero ahora estaba seguro de que esos accidentes habían sido obra de su hermano Jaime, que había sembrado en Elsa un miedo que aún persistía.

Después de ese momento, la llevó a su casa, a su cama, y allí se quedó, velando su sueño durante horas. La luz del atardecer se coló por las ventanas de la cabaña del capataz, proyectando sombras alargadas que parecían envolverlos en un mundo que solo les pertenecía a ellos.

Mientras el silencio se hacía pesado, Rip no podía evitar pensar en lo que había perdido. Las noches tranquilas y los días sin miedo parecían un recuerdo lejano, enterrado bajo la brutalidad de su vida actual. Miró a Elsa que se había vuelto a dormir, sintiendo cómo la vulnerabilidad de su ser lo desgarraba por dentro. Si algo le pasaba a ella, no sabía cómo podría soportarlo.

— Te necesito, Elsa —murmuró para sí mismo, el peso de sus palabras llenando la habitación con una tensión palpable.

El destino parecía jugar con ellos, una cruel broma en un juego que ambos querían abandonar. El futuro, una sombra incierta, se cernía sobre sus cabezas, y el eco de la violencia de su mundo resonaba en cada rincón de la cabaña.

The Dutton's Diamond - Rip WheelerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora