Capítulo 1

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La ventana estaba rota, y las páginas de mi libro bailaban en la dirección del viento.
Mamá estaba preparando algo de comida para los vecinos nuevos, y probablemente, eso era lo que me había mantenido enfadado toda la mañana, escondido en mi minúsculo cuarto, escuchando música y leyendo libros que no entendía.

Si estaba enfadado era porque habíamos tenido cinco inquilinos nuevos a lo largo de un año. Ninguno se quedaba lo suficiente, porque las familias felices no vivían en sitios como aquel.

El edificio tenía solo cuatro viviendas, y se encontraba en la mitad de la calle Court.
Era estrecho, húmedo y frío en invierno, y un infierno en verano.
La escalera común crujía cada noche, y la Navidad pasada, tuvimos que fumigar, porque las termitas se estaban comiendo el inmueble.

Aunque, vivíamos en el centro de Brooklyn, y había una tienda de música en la esquina de la calle, y eso era bueno. Eso era genial.

Las paredes eran finas como el papel, así que mamá no dejaba que escuchara música en mi platina, porque se agrietaban los muros de carga con las vibraciones, y usaba un estúpido walkman que arruinaba la calidad de mis canciones.
Sonaba peligroso.
En realidad, supongo, que mamá no quería que pusiera la música alta porque odiaba lo que ella llamaba "la miseria del grunge".
Cuando oía el nombre de Kurt, se revolvía y decía que lamentarse mientras tocaba la guitarra no era hacer música.
Le molestaba que los hijos de sus amigas escucharan el BritPop y que yo no tuviera una novia que fuera fan de NSync, también quería que vistiera como ellos. Cuando lavaba mi ropa murmuraba: "malditos años noventa, se han llevado el color de la vida."
El caso es que no quería que llegaran vecinos nuevos. Mamá y yo éramos los únicos que vivían allí.
Los domingos por la mañana me gustaba allanar los otros apartamentos y sentirme solo, a veces pintaba las paredes, me tiraba en el suelo y simplemente, estaba.

La realidad era que no quería que se mudara otra familia feliz que fuera demasiado perfecta para aquello.
Ni siquiera quería que llegara un divorciado fracasado.

El olor de la tarta de chocolate me daba náuseas. Me imaginaba una reunión como a la que mamá me obligó a asistir la última vez, con la señora McArthur.
Bebiendo té y hablando de cosas sin sentido.

Si mi vida ya era aburrida, cohibirme en el edificio de aquella manera me iba a causar depresión para lo que quedaba de siglo.

Una camioneta aparcó en la puerta del edificio y mi madre salió disparada de casa mientras yo acababa de atar mis converse raídas.
Salí al rellano y observé a través de la escalera cómo mi madre hablaba con un hombre de mediana edad que parecía tener acento británico.

—¡Jacob, baja a ayudar!  —me gritó desde abajo, y más tarde le susurró al nuevo vecino:— Disculpe a mi hijo, señor Taylor. Está un poco descentrado.

Bajé los escalones lentamente e intenté sonreír sin fastidio al tal señor Taylor.

—Hola— dije en voz muy bajita y levantando mi mano derecha.

—Hola, Jacob, encantado de conocerte. Soy Thomas. Y esta es... ¡Heleine, cariño, ven a presentarte!

Otro matrimonio, pensé, recién casados, cuando el amor parece un recurso inagotable.
Sin embargo, me equivocaba.

—Jacob, esta es Heleine, mi hija.

Como una película muda, Heleine me hechizó sin palabras.
Nada de ella pasaba desapercibido, sus grandes ojos azules, su sonrisa, dios mío, su sonrisa.
De repente me sentía como un idiota allí plantado, y comencé a arrepentirme de huir cuando mis pies ya estaban subiendo las escaleras, dejando atrás a Heleine, sin ni siquiera haberme presentado.

Así que sí, si hubiera una palabra para definirme en ese momento era idiota.

Más tarde cuando mamá llegó a casa, pensé que la noche iba a durar para siempre.

—Eres un maleducado. ¿Sabes lo agradables que son? Heleine tiene tu edad. Podríais ser amigos, y sin embargo te comportas como si tuvieras dos años. Vienen desde muy lejos, ¿entiendes? No te he educado para que te pases el día quejándote de todo e ignorándome. ¿Qué ha pasado con mi hijo?

—La sociedad— conseguí murmurar, antes de que mi madre me derribara con la mirada.

Era consciente de que era un completo idiota, y de que probablemente aquella iba a ser la chica más interesante que jamás podría conocer. Sin embargo, lo que necesitaba para hablar con ella, eran fuerzas.
Y después de todo, aquello era lo que más me faltaba.

Esa noche me fui a dormir pensando en todo lo que podría haber cambiado si hubiera dicho un simple hola.

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