Capítulo 7

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El domingo por la mañana me senté en la cocina y me bebí todo el café que había, ya que no había conseguido dormir.
Mamá llegó a casa con el pelo mojado y cargada con bolsas.

—Podría haber ido yo —dije.

—Heleine está en la escalera —soltó —. No deja de mirar la puerta. Ni siquiera me ha dicho hola.

—¿Y qué quieres que haga al respecto?

Mamá miró hacia otro lado.

Me dirigí a la puerta y miré por la mirilla durante un rato.
Estaba en pijama, el pelo le caía sobre los hombros con pesadez y tenía su mejilla izquierda apoyada sobre la barandilla de madera.

Estuve así durante un tiempo.

Abrí la puerta y Heleine dio un respingo.

Me senté junto a ella y permanecimos en silencio por unos minutos, mientras ella trenzaba mechones de su melena y yo me miraba las zapatillas.

—Lo siento —consiguió decir al fin.

Asentí y medité mis palabras. ¿Qué se suponía que iba ahora?

—Yo también lo siento —repuse.

—No quise decir que eras un manipulador.

—Lo sé.

La miré directamente a los ojos, puros, curiosos.
Volví a flotar en ellos y me asusté.

Saqué mi cuaderno de notas del bolsillo trasero de mis pantalones y se lo entregué.

Ella comenzó a leer en voz alta y prometo que quise desvanecerme.

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Era tremendamente fácil
ocupar las horas
cuando aún
no te conocía.

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Querida Heleine:

No eres
los errores que
una vez cometiste.

Heleine me besó.
Me besó.
En las escaleras.
Con mi madre mirando por la mirilla.
Heleine me besó.

Y sentí.

Se fue a casa, con mi cuaderno.

Que no cundiera el pánico.
Guay.
Era solo un beso.
Ya está, un beso.
Guay.
Fantástico.
Espléndido.
Un beso.

—DIOSMÍOHELEINEMEHABESADO —espeté cuando llegué a casa.

—LOHEVISTO— dijo mamá.

—LO.SÉ.DIOS.MÍO.HELEINE.ME.HA.BESADO.

Mamá sonrió como cuando le daba algún collar hecho de macarrones el día de la madre.
O como cuando le dije que había sacado un diez en mates.
Como cuando gané el concurso de poesía el año pasado.

Me fui a la cama pensando en que Heleine seguía teniendo mi cuaderno, mis poemas, mis reflexiones, me tenía a mí.
Ahora sí que podía leerme. Y no me molestaba.

La mañana siguiente, fui yo quien la besó. Heleine me sonrió y bajamos las escaleras entre risas estúpidas, pero llenas, al menos por mi parte, de verdad.

Ella no llevaba el diario de su madre aquella mañana, llevaba mi cuaderno.

En el autobús, apoyó su cabeza en mi hombro y siguió leyendo. Los matones de atrás se murieron de envidia y yo me morí de felicidad.
Heleine se mantuvo pensativa, leyéndome durante todo el camino, sin embargo, cuando nos bajamos del ajtobús sonrió y me tendió el cuaderno en mis manos.

—Debes de ser de otro mundo —me dijo, mientras se colgaba su bolso y desaparecía entre la gente.

Esa maldita frase hizo que no diera pie con bola durante toda la mañana.
En clase de gimnasia me llevé todos los balones.
Estábamos jugando a balón prisionero.

En Matemáticas escribí en mi cuaderno y Alfie leyó.

—Creo que alguien está enamorado —susurró por encima de mi hombro.

AlfiePedia.

—Creo que alguien está exagerando —le dije.

Heleine corrió hasta la clase de música para ir a buscarme a última hora, llegó sin aliento, apoyó sus muñecas en sus rodillas y me miró.

—¿Qué se supone que haces? —pregunté riendo y ayudándola a salir.

—Ganar tiempo juntos.

Si eso era una señal o no, ni lo sabía, ni me importaba, la besé allí mismo.

Pasamos la tarde entera juntos estudiando literatura en mi habitación. Estaba seguro de que quería ser escritora. La forma en la que escribía o en la que miraba las palabras, la delataba.
Cuando acabamos, mamá la invitó a cenar, y ella aceptó.

Aquella noche mis pensamientos me mantuvieron más despiertos que el café.

EscalerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora