Capítulo 9

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Había algo en la mirada de Heleine. Era alegre y a la vez triste, y eso me gustaba.
Parecía saber algo que los demás no sabíamos, como si ella hubiera llegado al mundo antes que nadie, y supiera en qué consistía todo esto.
Como si ella fuera la única que sabía cómo funcionaba este negocio.

Estaba rota. Creo que era porque en algún momento de su vida había querido demasiado y no se dio cuenta de que el amor a veces también te rompe.
Sin embargo, estar roto de esa manera te hace humano.
Me di cuenta de que yo mismo caía y caía cada vez en el error de pensar que ella podría ser una chica normal. No era una chica cualquiera, y si lo sabía era porque mis piezas rotas solo habían encajado con ella. Nadie más.

Era domingo por la mañana cuando nos tiramos en la moqueta del piso de la señora McArthur y proyectamos películas de James Dean en el techo.
De vez en cuando Heleine soltaba algún que otro suspiro quejándose de que era una pena que un actor como aquel hubiera muerto tan pronto.
Yo era más de Bogart, así que guardaba silencio.
Al Este del Edén acabó y era la última que nos quedaba, así que nos mantuvimos inmóviles en el suelo por un tiempo, hasta que Heleine acurrucó su cabeza en mi cuello y comenzó a sollozar.
La abracé tan fuerte... Como si la única forma de arreglarla fuera abrazándola.

- siento- dijo al cabo de un rato-. Es que... Debería irme.

-No. Ven.

Tomé su mano y la llevé hacia la ventana, la abrí y pasé a la escalera de incendios metálica. Le tendí de nuevo mi mano y, aunque ella tardara en aceptarla, lo hizo.
Nos subimos al escalón más alto y la volví a abrazar.

-Solo necesitas respirar- dije.

-No Jacob... Eso es precisamente lo que no puedo hacer. Me falta el aire.

-Te daré el mío.

-Deja la poesía para otro momento.

-Todo va a salir bien- dije, mirándola a los ojos.

-¿Sabes? Ese es precisamente el problema. Crees en los finales felices- empezó-. Crees que habrá un día en el que todo lo malo se esfumará y seremos felices para siempre. Pero eso es mentira. Todo esto es una mentira. Siempre hay algo, una barrera.

-Heleine...

-No. Escúchame. Ni siquiera en los libros hay finales felices. No te cuentan lo que pasa después de las perdices. Lo siento, Jacob. No puedo creer... Me gustaría, ¿entiendes? Pero no puedo creer en que yo vaya a tener un final feliz jamás.

-¿Y si esta fuera la última oportunidad que tienes para ser feliz? ¿Y si la estás desperdiciando, preocupándote demasiado?

Soltó una carcajada amarga.

-¿Sabes qué día es hoy?

-24 de octubre.

-Hace justo 8 años...

La besé en la frente, acomodó su cabeza de nuevo en mi cuello y comenzó a sollozar como antes.
Quiso hablar pero la interrumpí.

-Si es doloroso para ti... Heleine a veces está bien tener secretos.

Se incorporó y me besó. Le sequé las lágrimas con mi sudadera y la observé.

-Fuimos a Londres aquel fin de semana porque mamá tenía que solucionar algo que nunca me dijo. Alguien llamó a la habitación del hotel y ella bajó corriendo. Me quedé allí, mirando por la ventana; vi a mi madre llegar abajo, vi cómo una mujer salía de un taxi y cómo le disparó- me miró a los ojos-. Si nos hemos mudado aquí es porque hace un mes la asesina fue puesta en libertad. A mi padre le llegó una carta amenazadora y la gente comenzó a hablar. No podía ir al instituto sin que nadie me mirara como si fuera el blanco de una diana.

-¿Por qué lo hizo?- dije, tras haber recuperado el aire.

-Al parecer todo el mundo lo sabe menos yo- murmuró mientras falsificaba una sonrisa.

La abracé y ella volvió a llorar. Tantos abrazos me abrumaban pero... Era reconfortante saber que ella podría estar bien a mi lado. Hice que bajara las escaleras, sujeté su mano y corrimos hasta el paseo de Brooklyn. Nos tiramos en la hierba y esperamos allí hasta que anocheciera.

-Siento todo este dramatismo- dijo cuando estábamos en el rellano.

Me abrazó, me besó y sonrió.

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