Capítulo 2

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El frío empapaba mis huesos y me retardaba. Los escalones eran altos y estrechos, mis caderas rozaban la barandilla de madera mientras motas de polvo se esparcían por el suelo a medida que mis zapatillas pisaban la moqueta verde y sucia.

Llegué al antiguo apartamento de la señora McArthur exhausto. Mamá decía que aquella casa tenía algo que me volvía loco, pero en realidad, era solo que la acústica era mejor en el segundo piso del edificio, y que podía estar solo por un tiempo. Además, en invierno, era cálido y acogedor.

Cuando la señora McArthur falleció debido a un ataque de corazón, mi madre heredó su casa, al apreciarla como la hija que nunca tuvo. El día de su funeral, mamá y yo esparcimos sus cenizas por el puente de Brooklyn, tal y como ella había querido.

Lo mejor de la casa, era, sin duda, aquel piano de cola que ocupaba toda la sala de estar. Yo no sabía tocar por aquel entonces, sin embargo, me gustaba acariciar las teclas y soñar con poder hacer sonar acordes.

Me dejé caer sobre el suelo mientras hacía nudos al cable de los cascos del estúpido walkman mientras intentaba quedarme dormido. Sentí el ruido de un libro caerse cerca de la puerta y me incorporé de inmediato. Heleine recogió el libro y sonrió, más tarde, se acercó y se sentó en el suelo a mi lado.

Estuve a punto de convulsionar, lo prometo.

Mientras tanto, la expresión de su rostro era calmada, me abrumaba. Había bajado el volumen del estúpido walkman hasta el cero fingiendo escuchar música, cuando lo que oía era su respiración.

Heleine no me había dirigido la palabra en toda la tarde, mientras yo había perdido la noción de mi tiempo registrando cómo el brillo de su mirada cambiaba según ella pasaba una página de su libro, hasta que mi madre me llamó desde el piso de abajo para que la ayudara con la cena.

Recogí el estúpido walkman y me largué de allí obligándome a mí mismo a no mirarla una vez más.

—Adiós, Jacob.

Y convulsioné.

Era domingo, así que mi madre había limpiado la casa de arriba abajo con mi camiseta de Soundgarden, lo que me tuvo distraído y malhumorado hasta la hora de la cena, cuando una réplica de la bomba de Hiroshima cayó sobre la mesa de la cocina.

—El señor Taylor me ha dicho que Heleine irá contigo a clase—  dijo tan tranquilamente. —Sé amable. Es muy buena chica, podríais ser buenos amigos.

—Mamá, solo tengo un amigo.

—AlfiePedia no es un amigo— soltó, con una sonrisa en los labios.

—No lo llames así— comencé a decir —Alfie es guay.

—No lo es. La razón por la que no eres popular es ese sabelotodo que te sigue desde los cinco años. —mamá recogió su plato y me dejó en la mesa, terminando mi pizza.

—La popularidad es para los estúpidos.

—Lo sé, Jacob. Sé que eres diferente a los demás, y créeme, a veces te prefiero a un backstreet boy. Pero creo que deberías cambiar de aires.

Recogí mi plato y me encerré en mi cuarto, cuando de repente me acordé de que mi madre había usado mi camiseta de Soundgarden para limpiar.

Me coloqué los cascos del estúpido walkman e intenté dormir.


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