Capítulo 3

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Se tardan exactamente veintitrés minutos desde la calle Court, donde vivo, hasta la calle Maynard, donde está el infierno, digo, instituto.

Sin embargo, aquella mañana, cuando Heleine y yo bajamos juntos las escaleras sin mediar palabra, deseé que el tiempo se parara. Que Heleine no descubriera mi vida social y que siguiéramos siendo completos desconocidos eternamente.
Deseé que esos veintitrés minutos se multiplicaran por infinito.

El autobús paró justo a tiempo en la esquina de la calle, y le cedí mi sitio a Heleine, el de la ventana.
Los demás nos miraban como si fuéramos una clase de insectos en peligro de extinción.

 —¿Por qué no nos presentas a la nueva, Hannes? — gritó a voces el imbécil de Dixon, un cachalote que estaba en séptimo, pero que debería haber acabado su segunda carrera para ese tiempo.

Les ignoramos durante todo el camino, mientras me percataba de que el libro de Heleine era un diario. Su marca páginas era una foto antigua de Londres, con una mujer justo delante de Tower Bridge.

La novia de Dixon, Charlotte, tiró un papelito a la altura de nuestro asiento, en el que ponía:

"ERES MUY POCA COSA PARA ESA ROSA"

Heleine levantó la vista del diario y se rió. Ojalá hubiera tenido el estúpido walkman con su estúpida grabadora para grabar lo que podría ser la banda sonora de mi vida.

Cuando llegamos al instituto, Alfie me estaba esperando sentado en los escalones de la entrada.
Cuando vio a Heleine comenzó a saltar y a gesticular de una forma tan evidente que deseé estrangularlo.

— CIERRA EL PICO—  conseguí vocalizar a cierta distancia, mientras Heleine observaba el instituto y el instituto observaba a Heleine.

— Hola, soy Alfie, encantado de conocerte, ¿nos hemos visto antes? En un sueño, ¿quizás?  —soltó, mientras cogía la mano de Heleine y la besaba como si acabara de salir de una obra de Shakespeare, y yo le daba un puñetazo en la espalda.

—Encantada, soy Heleine.

—¿Inglesa?— cerré los ojos por pura vergüenza, aunque la verdad era que Alfie había conseguido, al menos, hablar con ella.

—Así es. Hampshire.

—Tres mil setecientos sesenta y nueve kilómetros cuadrados. Trece distritos. Wincester, Hompford...

—Está bien, AlfiePedia—  le interrumpí.

Heleine volvió a reír y entró en el instituto. Una masa de chicos se abalanzó sobre nosotros cuando ella iba unos tres metros por delante.

 —¡Vamos, Hannes! ¿Quién es?

— ¿Viene de intercambio?

— ¡¿Cuánto tiempo se va a quedar?!

Tiré del brazo de Alfie y nos metimos en el edificio. Para aquel entonces, Heleine había desaparecido.

La primera clase era Literatura, lo que era bastante aceptable.
El profesor Finch me caía bastante bien, y yo era bueno en la asignatura, sin embargo no me encontraba emocionalmente preparado para pasar una mañana entera con Heleine cerca.

Heleine ya estaba en el aula cuando entré. El señor Finch se reía a carcajadas. Me senté en mi sitio de siempre, y Heleine en el pupitre de al lado, el de Alfie, que cuando llegó, juró y perjuró que jamás volvería a escribir sobre su mesa.

—Bien, queridos alumnos, hoy tenemos una alumna nueva. Heleine Taylor, inglesa. Espero que la sepan tratar como se merece— comenzó a decir el profesor. —Sin más dilación abran el libro por la página de hoy. Pero, antes que nada, señorita Taylor, ¿le importaría compartir con nosotros su cita literaria favorita?

La clase miró expectante a Heleine, y eso mismo hacía yo, multiplicado por mil.

—Pienso un montón, pero no digo mucho—  a medida que las palabras salían de su boca, sonreí.

—¿Alguien que sepa de que libro se trata, y sea capaz de citarlo?

 —El diario de Ana Frank— comencé—. Espero poder confiártelo todo, de un modo como no he hecho con nadie hasta ahora, y espero que seas mi apoyo.

—Vaya, Hannes, eso es muy bonito.

Heleine me sonrió como no lo había hecho hasta ese momento, me dio valor, y una sensación recorrió mi espina dorsal. Como si un druida me hubiera tirado a su marmita y de repente pudiera hacer cualquier cosa.

Saber que Heleine era la clase de personas que leían El Diario de Ana Frank, me hizo darme cuenta de lo especial que era.

El resto de la mañana la pasamos juntos, en silencio.
Ya me había acostumbrado a ello y era agradable. Como si Heleine y yo nos conociéramos desde hacía siglos. A pesar de ello, quería que llegara un momento en el que pudiéramos hablar, y eso no me asustaba.

Me aterrorizaba.

El camino de vuelta en el bus fue igual de irritante que el de ida respecto a los matones de los últimos sitios. Heleine me miró y sonrió.
Más tarde continuó leyendo su diario.
Tras veintitrés minutos, llegamos a la esquina de nuestra calle. Heleine colgó su bandolera sobre su hombro derecho y ambos nos bajamos del autobús.

 —Heleine...— comencé a tartamudear.

 —¿Mmm...?  — iba caminando con los brazos en cruz, pegando la punta de un pie con el talón del otro.

— ¿Vendrías conmigo a alguna parte?

 —Claro — tras sonreír, di un giro de trescientos sesenta grados hacia la tienda de música de la esquina. — Hola, Tommy — saludé al entrar al dependiente.

Heleine me miró extrañada. Como si fuera un milagro que yo de repente hablara.

—Hola, Jacob. Tengo algo nuevo por tu sección, deberías pasarte.

Heleine me siguió hasta el pasillo de rock alternativo.

No sabía qué musica le gustaba, pero no parecía ser incondicional de los Backstreet Boys.

Ella cogió un par de vinilos de grupos que yo hasta la fecha, ignoraba por puro desinterés, mientras yo sujeté entre mis manos el último lanzamiento de Pearl Jam y de Hole.

—Deberías escuchar esto— susurró, como si fuera un secreto—. Me torturaré escuchando lo tuyo.

Sonreí.

EscalerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora