Capítulo 4

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No sonaba nada mal.
Me dolía que el rock británico fuera tan bueno.

Aunque, lo que más me dolía es que ella sonara como aquellas canciones.

Si Heleine fuera música, se idealizaría en uno de esos vinilos ingleses.

Sabía que no era una chica rock. Tampoco era una chica pop o indie, o grunge.

Heleine era música.

Música, en toda su forma, en todos sus acentos. Música con todas sus melodías y sus acordes, no necesitaba un género.
Una parte no muy profunda de mí tenía miedo de que ella no soportara mi música, o que me juzgara por ella.

Porque mi música era mi personalidad.

Lo que yo no sabía, era que a mi música, le faltaba algo.
A mi música le faltaba Heleine.

El timbre hizo que los muelles de mi cama vibraran. Aparté la aguja de la platina y salí disparado hacia la puerta.
Que sea ella, que sea ella, que sea ella.

 —Hola, Heleine, vaya, qué sorpresa.

 —Jacob, me gusta tu música  —quería que esa frase fuera mi epitafio.

Me quedé estancado, observándola. Llevaba su bandolera, el pelo recogido bajo la capucha negra de su abrigo de paño.

—Vamos— fue lo que salió de mi boca mientras cogía mi cazadora y cerraba la puerta.

Bajamos por nuestra calle, más tarde subimos las escaleras de piedra de la calle continua, la que olía a comida china.
Caminamos por la avenida Lourraine, llena de tiendas sofisticadas y señoras mayores con abrigos de piel.
Al final, llegamos al puente de Brooklyn.

—Vaya, Jacob, esto es...

—Espera — susurré.

Subimos las escaleras metálicas y nos sentamos en el borde del puente, con nuestros pies colgando hacia el agua.

—Asombroso.

 —Es mi sitio— comencé a decir—. Sé que pasa mucha gente a lo largo del día, pero me siento como en casa.

Me miró a los ojos, y tuve la sensación de que me caía en ellos. De que podría planear, incluso.

—En Wincester yo también tenía un sitio.

—Brooklyn puede ser tu sitio ahora —Heleine asintió sonriendo—. ¿Por qué os habéis mudado hasta aquí tu padre y tú?

 —Cuando mamá murió, mi padre...

 —No tienes por qué hablar conmigo si no quieres.

Entonces Heleine sacó el diario de su bandolera, y lo abrió por la página que tenía marcada.

Me mostró la foto.

—Si quisiera parecerme a alguien, sería a ella.

—Está orgullosa de ti— dije.

Heleine sonrió, y volvió a guardar el diario.

—¿Qué hay de ti?

 —Mis padres se divorciaron, y ahora él vive en Las Vegas.

—Nos hemos mudado a Nueva York. Parece una frase estúpida si la dices con mi acento, ¿no crees? —dijo ella riendo.

—No.

—Nos mudamos porque en Wincester nos aburríamos, y la gente hablaba mucho de mi padre - anunció con naturalidad. —Y porque papá se inspiraría mejor. Es escritor.

 —Vaya... Escritor.

 —Ojalá pudiera escribir. Sería como volar, poder trasladarte a cualquier parte del planeta con tu imaginación, trasladar a los demás también. Sería como hacer magia con palabras, sería libertad.

No supe qué decir. Yo a veces escribía poesía, pero nada de eso. Lo hacía para desahogarme, no lo sentía.

Me quedé sujetando la mirada en el horizonte por un momento.

 —¿Heleine?

 —¿Sí?

—A mí también me gusta tu música— le dije.

EscalerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora