Chiquita continuó bajando las manos lentamente, cuidando cada movimiento que hacía y que Ahy no se sintiera abrumada con eso. Cuando sus manos por fin se unieron, pausaron un momento, Jennie podía sentir lágrimas ardientes recorrer su rostro: se lamentaba tanto haber permitido aquel momento, pero, por Dios, se estaba sintiendo tan bien...

Las cicatrices ardían, no, aún peor: hervían. Sentía todo su cuerpo hervir, perdió fuerza sobre sus piernas y brazos, su corazón dolía e incluso podía sentirlo latir, su estómago quizás tenía una fiesta dentro, porque sentía unas cosquillas extremas. Chiquita estaba sintiendo exactamente lo mismo, no sabía cómo se estaba manteniendo de pie detrás de la pelirrosa. Sus manos hormigueaban con fuerza y su cuerpo le pedía que besara a la chica.

Pero no quería hacerlo así, no iba a presionar a Ahyeon y alejarla de ella tan rápido, le daría tiempo y espacio. Lo iba a hacer funcionar, o al menos lo iba a intentar. Si algún día la besaba, sería especial y con el permiso de Ahyeon. Una gota cayó en el dorso de su mano, haciendo que Chiquita reaccionara después de aquellos segundos.

-¿Ahyeon? -preguntó en voz baja. Volteó la silla de la chica para verla de frente y se arrodilló- No tengas miedo; no te haré daño.

Las lágrimas parecían no parar nunca, los ojos de Ahyeon comenzaban a arder y, aunque quería separarse, su cuerpo jamás se lo iba a permitir: necesitaba a chiquita. El muro que construyó por años y que le permitió prohibirse sentir algo por cualquier persona, se derrumbó en el momento en que Chiquita tocó el dorso de sus manos.

Estaba decepcionada de ella misma; estaba enojada con ella misma. Decidió ignorar todos esos pensamientos por un momento, pensando en lo que necesitaba. Y en ese momento, todo lo que necesitaba, y lo que necesitaría para siempre, estaba arrodillada ante ella. Reuniendo fuerzas, entrelazó sus dedos con los de aquella persona: con Riracha phondechaphiphat. Su cuerpo entero se estaba estremeciendo, si ya estaba hirviendo antes, ahora el dolor había crecido.

-No puedo dejar que me ames, chiquita... -dijo entre sollozos. Canny sintió su corazón romperse ante la confesión de Ahyeon.

-¿Por qué no, Ahyeon? cuestionó, intentando ser fuerte. No podía quebrarse frente a la mayor. La castaña comenzó a pensar, ¿cómo le iba a explicar que no podía amarla porque era una egoísta? Porque sólo pensaba en no lastimarse si algo le pasaba a Chiquita. Y ahora que lo pensaba, no era sólo porque tuviera miedo a lo que le llegara a pasar, sino porque era una egoísta que no le iba a ayudar en absolutamente nada y Chiquita seguramente se merecía a alguien mejor.

-¿Ahyeon? -preguntó chiquita, llevando su mano al cuello de la chica- Ahyeon, estás sangrando...

La herida detrás de la oreja que ambas compartían, aquella primera herida con la que empezó toda su historia había comenzado a sangrar en Ahyeon. La castaña la miró preocupada, comenzó a ponerse pálida y chiquita sintió sus manos ceder.

-¿Ahyeon, estás bien? -preguntó preocupada.

Y no, no estaba bien: con tantas emociones, tantas sensaciones y perdiendo sangre de un momento a otro, Ahyeon comenzó a marearse un montón. Chiquita observó los ojos de la chica subir y reaccionó de manera rápida: puso su brazo derecho en la espalda de la chica, con su brazo izquierdo tomó sus piernas y la llevó hasta su cama. Ahyeon se había desmayado y, de no ser por chiquita, quizás se hubiera golpeado en la cabeza. Ladeó su cabeza preparándose para parar el sangrado y curar la herida, al terminar, tomó una bolita de algodón y la acercó a la nariz de la chica.

-Despierta, Ahy. No te voy a obligar a nada, pero despierta, mi Sol... -dijo, depositando un beso en su frente. Ahyeon comenzó a abrir sus ojos débilmente- Llamaré a Ruka... te manchaste toda la blusa, te ayudaría a cambiarte, pero sé cómo te sientes sobre mí.

Almas gemelas 🥰👻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora