Capítulo 10: Hideyoshi-sensei ¡Tiene dos brazos!

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La mirada del espadachín se colocó en las personas frente a él. Seis intentos de gánster de dudosa higiene habían interrumpido su patético momento de lamentación, inflando sus pechos y actuando como si ellos fueran el chico grande del lugar.

Una sonrisa divertida cruzó por los labios del espadachín.

La idea de enfrentar a bandidos siempre había sido emocionante; las peleas con shinobis eran comunes y los enfrentamientos contra otros espadachines geniales, pero agotadores. Los bandidos, quienes no se regían por un código como los espadachines ni hacían uso de chakra como los shinobi, daban una lucha caótica.

No eran guerreros, y fue eso lo que hizo que cada enfrentamiento que tenían estuviera lleno de improvisación, caos y destrucción. Ellos no usaban chakra, pero la modernidad estaba de su lado. A diferencia de los shinobi, sus estrategias y luchas iban más allá del chakra y las enseñanzas en la academia o jutsus complicados; no eran honorables ni rígidos como los espadachines, por lo que el juego sucio era un bonito regalo sorpresa que a veces aparecía y a veces no.

Enfrentarlos era enfrentar a la propia naturaleza humana, y no había nada más emocionante que una lucha sin nada más que fuerza y talento, sin nada de chakra, sin jutsus, sin pergaminos, solo dos humanos luchando con su propia humanidad y sus propias fortalezas humanas. Para Hideyoshi, cuyo chakra corrosivo era imposible de usar, ellos fueron su igual.

—¿Tú eres el espadachín manco? —preguntó uno de los hombres. Sus brazos, musculosos y tonificados, se cruzaron frente a su enorme torso; Hideyoshi no pudo estar más emocionado.

Un físico como ese solo significaba largas horas de entrenamiento y mucho esfuerzo. La persona frente a él había dado tanto de sí para llevar su talento humano lo más lejos que podía. El espadachín estaba ansioso por ver cuál había sido el resultado de su esfuerzo.

Él mismo había roto y reconstruido su cuerpo un millón de veces luego de perder su chakra, y lo único que lo catapultó y le dio valor como prodigio fue su humanidad. Aún no estaba satisfecho con los resultados, pero las horas de trabajo duro, esfuerzo y una buena genética heredada le habían dado un lugar privilegiado bajo el sol.

—Bueno, soy un espadachín —dijo mientras palmeaba la katana atada a su cintura— y no tengo un brazo —señaló su manga vacía—. Así que creo que sí, soy el espadachín manco que están buscando. ¿Se les ofrece algo, señores? —preguntó, con una suave sonrisa caótica.

—No solemos atacar a discapacitados —habló otro hombre, más alto y fornido que el anterior, de rasgos fuertes y cabellera rubia, con un acento extraño y una sonrisa igual de extraña—, pero el rojo nos dijo que eras una perra que no debemos subestimar.

—¿El rojo? —Hideyoshi ladeó la cabeza; su mano tocó su barbilla, fingió pensar, mientras su pie izquierdo se deslizaba lentamente unos centímetros más atrás—. ¿Me llamó perra? Y yo, que creí que nos hicimos amigos —soltando un suspiro decepcionado, dejó que el peso de su cuerpo cayera sobre la pierna derecha, elevando un poco el lado izquierdo de su cuerpo—. Saben, hoy en día es tan difícil hacer amigos en el trabajo; les juro que siempre intento e intento, e intento muchísi...

—Tsk, rojo, no nos dijo que la perra era parlanchina —el hombre musculoso que vio por primera vez lo interrumpió mientras se acercaba unos pasos a él en un vano intento por amenazar. Hideyoshi miró sus pies; había dado el primer paso con la pierna izquierda, y sus brazos, que cruzaba frente a su pecho, parecían tener una pequeña diferencia de volumen: el brazo izquierdo parecía tener un agarre más firme que el derecho.

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⏰ Última actualización: Oct 29 ⏰

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