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¿Porqué carajos no despierta?

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¿Porqué carajos no despierta?...

Se preguntaba aquél Dios mirando fijamente a la gran cama donde el cuerpo de cierto pecoso reposaba.

Había pasado una semana en la que lo habían trasladado a su templo y en lo que cabía, lo habían ido a visitar Dioses, Semidioses y Criaturas de todos lados.

Algunos agradecidos por haber salvado a sus hijos y otros preocupados por el Angel que alguna vez los ayudó.

— Me está desesperando — caminó de un lado a otro por la gran habitación.

— Hijo debes calmarte, tal vez su cuerpo siga atrapado en el alma del Surrante o en trance por lo ocurrido. — le habló la Diosa de la Belleza acercándose.

Ella tomó tus mejillas dejando un beso en su frente y poniendo su cabeza en su hombro para que se calmara. Aquella de cabello rubio largo y ondulado era de las pocas personas que podían calmar a su hijo alterado.

— No debí soltar su mano — susurró mirándolo por sobre el hombro de su madre.

— Él no debió sacrificarse por tanta gente que siquiera lo respetaba — habló una voz gruesa, una cabellera rubia algo dorada se presentó.

— Papá... — habló el menor de la familia.

— Es la verdad... siempre fue un Dios muy fuerte, solitario, algo enojón y un poco mimado. Pero el ser del mundo de los demonios no le dababa derecho a nadie de tratarlo mal o crear rumores sobre él. — habló el Dios de la Guerra.

El hombre tenía un punto, Felix no tuvo porqué salvarlos a todos y caer en una cama, pudo salvar a quienes realmente importaban y ya. Pero así no pensaba el pecoso, prefirió sacrificarse para salvar a todos aquellos que lo despreciaban y cerrarles las bocas.

Aunque ahora estuviera ahí, sin mover siquiera un dedo, sin ver y tal vez... sin escuchar todo a su alrrededor.

— Me encantaría saber porqué nunca lo vi... nunca pude verlo cuando eramos pequeños. Siquiera cuando venía a este Templo con ustedes, nunca pude hablar con él. — murmuró el de ojos verdes.

— Siempre se la pasaba en la biblioteca, en su habitación, curando almas, en el bosque o estudiando. — habló una voz un poco apagada.

Persefone apareció, la pelirroja luciendo más tranquila que toda esa semana, ya que había estado alterada. A su lado, se hizo ver a Hades, sin el tono altivo que siempre tenía, miraba a su hijo en cama con algo de tristeza.

— Tú ayudaste a que él los salvara y no se perdiera en ese lugar, agradecemos eso Sam... a pesar de que se odien — habló la Diosa de la Naturaleza con tranquilidad.

— Entonces, ¿de que sirvió?, no debí soltar su mano aunque me lo dijera, se quedó en trance y para mí es lo mismo que perderlo — habló serio y mirando al pecoso.

Olympus | Hyunlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora