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La noche se había vuelto fría, todo color de ella se había evaporado de manera automática

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La noche se había vuelto fría, todo color de ella se había evaporado de manera automática...

El aura por toda la Academia lo estaba asfixiando, la mala energía lo mantenía en alerta y miraba la cama de Peter con lágrimas en los ojos. Se había cambiado de ropa, a un traje cómodo en caso de tener que pelear y había tomado en manos su arma también.

Estuvo dando vueltas por el alrrededor, pero nada, no había rastro de nadie, era tal cuál todos se hubieran evaporado. Por lo que no quedó más remedio que quedarse ahí encerrado y abrazando sus piernas con temor.

Los Surrantes no eran cualquier cosa, eran las almas que habían perdido la esperanza de ser salvadas y se volvieron malignas. Unos seres a los que el de ojos azules en su momento, no pudo salvar y se culpaba de lo que ahora pasaba. Al menos así lo sentía él, después de años sus errores lo perseguían como si de serpientes se trataran.

— Es m-mi culpa — dijo en un hilo de voz, tapando su cara con sus manos.

El tenía la responsabilidad de esas almas que nunca encontró y tal vez debió ir a buscar aún más. Pero no tendría caso, ellas solían esconderse de día y salir en la noche con más fuerza. A esto, los sentimientos presentes lo hacían, de una manera constante, temblar entre los sollozos más dolorosos.

Las plantas en la habitación lo escuchaban con tristeza y siquiera hablar de Bokkie, quien había llegado hacía media hora asustado. Todos los estudiantes habían desaparecido y sentía a su dueño mal, era obvio que reaccionaría casi haciéndose grande nuevamente.

Dos toques en la puerta se escucharon y miró hacia esta, sus ojos brillosos y a la vez sin el resplandor cálido miraron la entrada con temor. Pero dio un salto y cayó en los brazos de aquél chico con el cabello blanco como si de su única y más pura esperanza se tratara.

— N-No es mi culpa — sollozo.

— Felix no lo es, no lo es por dios, claro que no... n-no llores así — tembló el de ojos zorrunos.

I.N, quien abrazaba al pecoso con el mismo desespero era seguido por un gran león blanco, gracias a sus ojos grises se notaba quien era este.

Pues Lewis y el hijo de Cupido habían estado en la torre del reloj, hasta que un Surrante apareció y el mayor tuvo que auyentarlo.

— Chicos... necesitamos irnos — ambos escucharon aquella rasposa voz.

Era el metamorfo, quien ahora estaba en su forma normal y miraba a todos lados con las alarmas encendidas.

— Esperen... — susurró el pecoso.

Plantó mano en el suelo en lo que su dragón llegaba volando junto a ellos y cerró los ojos. Le era difícil lo que iba a hacer, pero era eso o irse sin saber si habían otros presentes en la Academia.
Sintió como todo de sí se tensaba, estaba pasándose pero necesitaba llegar poco más lejos para estar seguro.

Olympus | Hyunlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora