BAJO VIGILANCIA

Lyra.

Alastair y yo avanzamos despacio, dejando que el sonido de nuestras risas se mezcle con el murmullo del bosque. Me cuenta una de sus historias exageradas sobre los marineros, los contrabandistas y un lío de apuestas ilegales que casi lo deja sin sombrero y, según él, sin dignidad. Me es imposible contener la risa; en su compañía, todo se siente menos tenso. Pero el momento de tranquilidad se rompe al notar la oscura presencia de Eros a unos pasos de nosotros.

-Solía no hablar, para que no me descubrieran...

-¿Y usted? ¿Les dijo que era un noble o...? -me río mientras intento imaginarme al vizconde, siempre tan educado, entre hombres rudos y llenos de tatuajes.

-Claro que no. Me hice pasar por uno de ellos. Creo que incluso fui más convincente de lo que creía... -Alastair sonríe, pero antes de poder contarme más, un carraspeo interrumpe su historia.

Eros.

Marcha en silencio, con esa postura tensa y su mirada fija como si fuera una sombra que no planea dejarnos solos. Casi puedo sentir su desaprobación cada vez que Alastair y yo intercambiamos una mirada cómplice o una sonrisa.

-Entonces, vizconde -escucho a Eros decir con ese tono bajo y controlado que hace que me estremezca, aunque intento no dejarlo notar-. ¿Desde cuándo conoce usted tan bien a la princesa?

Eros lanza la pregunta con la precisión de un puñal y sin siquiera mirarme, pero sé que está jugando a probar límites. Quiero que lo ignoremos, que Alastair siga con su historia, pero mi amigo es mucho más diplomático que yo y no puede evitar responderle.

-La princesa y yo nos conocemos desde niños. Diría que compartimos una historia casi... familiar -responde Alastair con calma, aunque siento la ligera tensión en su voz, y cuando lo miro, sé que él también percibe la hostilidad en los ojos de Eros.

-¿Familiar? -replica Eros, sonriendo con ironía-. Qué reconfortante. Me alegra saber que la princesa ha encontrado un... amigo de confianza.

Cada palabra es más cortante que la anterior. Antes de que pueda responder, Eros me mira directamente, y sus ojos grises claros me sujetan en una especie de reto mudo. No sé si quiere que me moleste o que me ruborice, pero lo que en realidad siento es una chispa innegable, una sensación de peligro que me descoloca.

-¿Te sientes bien? -le pregunto, sarcástica, mirándolo con la misma intensidad. Estoy acostumbrada a su presencia fría desde que llegó, pero hoy parece empeñado en probar hasta el último de mis nervios-. ¿O tienes alguna necesidad especial de entrometerte en mis conversaciones?

-Solo cumplo con mi deber -me responde, y en sus ojos hay una mezcla de burla y algo mucho más oscuro-. Aunque, claro, si prefieres prescindir de mi compañía, puedes decirlo sin problemas.

-Ah, no, Comandante -interviene Samantha, quien no ha dejado de observarlo con esa expresión irónica que tanto me hace reír-. No es que a alguien le falte confianza aquí, ¿verdad? Solo parece que alguien confundió su papel de guardián con el de... carcelero.

Eros le lanza una mirada de hielo, y por un segundo pienso que la va a fulminar con solo mirarla. Pero Samantha mantiene su postura firme, sonriendo con la misma insolencia que yo. Es como si compartiéramos un mismo pensamiento: <<¿Realmente cree que puede intimidarnos?>>

-No sabía que mis empleadas tenían permiso para... opinar -dice Eros, con un tono tan gélido que parece capaz de cortar el aire. Sin embargo, Samantha solo se encoge de hombros, manteniendo su sonrisa despreocupada.

-Y yo no sabía que mi patrón tenía tiempo para estos paseos. -Su comentario es mordaz, y noto cómo se me escapa una sonrisa. Ella me lanza una mirada cómplice, y me siento aún más cómoda. Por primera vez en estos días, siento que no soy la única que desafía a Eros en su propio juego.

Alastair, percibiendo la creciente tensión, intenta aliviar el ambiente.

-De todas formas, Comandante -dice, mirándolo con la misma calma diplomática de siempre-, creo que la princesa y yo hemos disfrutado de este paseo de forma bastante... civilizada. ¿No le parece? -Termina su frase con una sonrisa leve, pero sé que Alastair está lejos de mostrarse sumiso ante Eros.

Eros frunce el ceño y clava sus ojos en Alastair.

-Curioso. No sabía que la princesa tenía... preferencias de compañía tan variadas.

Quiero responder, pero el tono ácido en la voz de Eros me deja en silencio por un instante. Esa forma de mirarme, como si quisiera explorar cada uno de mis secretos, como si intentara desentrañar algo que ni siquiera yo logro entender. Y lo peor es que... me perturba, porque cada vez que sus ojos se encuentran con los míos, siento que algo cambia, como si se encendiera una chispa en medio de nuestra constante hostilidad.

-Bueno, hay quien busca compañía en amigos y quien prefiere mantenerse a solas, torturándose a sí mismo con sus propios pensamientos, ¿verdad, Eros? -le respondo, deseando que capte mi burla. Su mirada se endurece, pero al mismo tiempo veo una pequeña sonrisa en sus labios, como si estuviera disfrutando de esta confrontación.

-Es cierto, princesa. Pero algunos somos cuidadosos con quién compartimos nuestros pensamientos... y a quién permitimos cerca de nuestro círculo íntimo.

Su voz es suave, pero cada palabra parece un desafío, y por un instante, todo se queda en silencio. Samantha, divertida, decide intervenir, mirando a Eros con una expresión aún más burlona.

-Oh, general, ¿por qué tanto misterio? Creo que su círculo es bastante reducido, y, bueno, no me sorprende en lo absoluto. Supongo que las personas... difíciles de tratar tienden a quedarse solas.

Eros exhala como si intentara contenerse, y sus ojos vuelven a encontrarse con los míos, pero esta vez no hay burla, solo un fuego contenido que parece a punto de explotar. No sé si me atrae o me enoja, pero una cosa tengo clara: no quiero que deje de mirarme.

Alastair, fiel a su estilo, ignora el intercambio de miradas y se vuelve hacia mí con una sonrisa sincera.

-Princesa, ¿le gustaría acompañarme a la próxima reunión en los puertos? Sería un placer mostrarle los mercados, los marineros, y quién sabe, quizás encuentre algo que le interese.

Antes de que pueda responder, Eros se adelanta.

-¿En los puertos? -dice, cada palabra tensa y cargada de intención-. Qué casualidad. Justo tengo asuntos que atender por esa zona. Quizás podríamos hacer el viaje juntos.

-No creo que tus "asuntos" tengan nada que ver con nuestros planes, Eros -respondo, cruzándome de brazos y lanzándole una mirada desafiante-. A menos que ahora también tengas que controlar cada uno de mis pasos.

Su sonrisa crece, y en sus ojos hay una intensidad que me hace sentir una descarga de electricidad en la piel.

-Ah, princesa, ¿quién sabe? Quizás mis intenciones no son tan simples. O, tal vez, es usted quien teme perder el control cuando está cerca de mí.

<<Maldito Eros.>>

Siempre logra dejarme sin palabras, y a pesar de querer responder, mis labios permanecen sellados. ¿Por qué me afecta tanto? ¿Por qué siento que cada palabra suya es como una chispa encendiendo algo que no quiero reconocer?

El paseo termina con una tensión que ni siquiera Alastair o Samantha logran disipar. Sin embargo, mientras me despido de ellos y Eros se aleja, no puedo evitar lanzarle una última mirada. Lo odio por cómo me hace sentir, por ese magnetismo peligroso que parece seguirme cada vez que se acerca. Pero al mismo tiempo... siento que, sin darme cuenta, estoy esperando nuestro próximo encuentro.

Y eso me aterra.


Cautivos Entre Espadas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora