Cautivos Entre Espadas y Espinas

7

CIEGA

Lyra.

Despierto sudada y agitada. Todo a mi alrededor da vueltas. Mi cabello está pegado a mi rostro así que con ambas manos lo aparto echándolo todo hacia atrás dando una bocanada de aire. Mi corazón bombea sangre a todo mi cuerpo tan rápido que trato de estabilizarlo pero mi respiración no ayuda. Siento todo mi cuerpo caliente, sudado, latiente.

—Fue solo un... —trato de hablar pero mi garganta seca no me lo permite. Paso saliva y vuelvo a repetir—solo un sueño, calma.

Llevo la mano a mi pecho y siento como mi corazón late.

<<No puedo caer, debo ponerlo en mis reglas>>

Desde que Eros llegó voy un paso tarde, pero no me lo puedo permitir. Ha roto todas mis reglas, con ese carismático villano que desea interpretar se ha ganado a todos. Pero a mí no, no lo puedo permitir.

Tocan las puerta de mi habitación. Los pies me tiemblan no creo que pueda mantenerme de pie con el desorden que llevo en mi cuerpo.

—Relájate. —murmuro suprimiendo todos los sentimientos.

El sonido de los golpes en la puerta resuena en mi mente, trayendo de vuelta las imágenes del sueño con una claridad dolorosa. Mis manos tiemblan ligeramente, y tengo que aferrarme a la pared, cerrando los ojos para calmar el torrente de sensaciones.

—Relájate —me digo, obligándome a controlar cada latido errático de mi corazón.

Inhalo profundamente, dejando que el aire enfríe la calidez en mi pecho. Pero apenas cierro los ojos, siento sus manos en mis caderas, firmes, seguras, como si fueran dueñas de mí. Exhala. Su rostro tan cerca, sus labios carnosos a un suspiro de los míos. La intensidad de su mirada, ese gris oscuro y peligroso... Mis mejillas arden.

Otra vez golpean la puerta, más insistentes, y trato de recomponerme, concentrándome en la respiración. Pero es inútil, como si esos recuerdos fueran estacas, perforando cada intento de calma. Me obligo a abrir los ojos justo en el momento en que la puerta se abre de golpe.

Eros se queda allí, alto, imponente, llenando la entrada. Mis labios se aprietan, y trato de mantener la compostura, bajando la cabeza para que no note el rubor que se apodera de mis mejillas.

—¿Por qué no abres? Llevo toda la mañana buscándote —espeta con ese tono frío y autoritario que detesto, aunque ahora parece reverberar en mi piel de una forma casi insoportable.

Me cuesta tragar. Siento el impulso de responder con mordacidad, de recordar quién soy, pero las palabras parecen atascarse. La tensión en el aire es un reflejo de la mía, y aunque él parece no darse cuenta, yo siento que hasta el espacio entre nosotros tiembla. Endureciéndome, alzo apenas la mirada y me obligo a hablar.

—¿Qué quieres? —digo, forzando la voz a sonar firme, indiferente, ignorando el calor en mis mejillas.

Su mirada se encuentra con la mía solo un instante, y creo ver una sombra de duda en sus ojos, pero enseguida regresa la frialdad.

—El rey quiere que empieces ya. No tengo toda la mañana.

Casi me río con amargura. La rigidez en su tono es suficiente para recordarme que nada ha cambiado, y ese sueño no es más que una debilidad pasajera. Reprimo el temblor en mis manos y le sostengo la mirada un segundo más, antes de asentar con un leve movimiento.

—No te preocupes, no pienso tomarme más de lo necesario.

—¿Te sientes bien? —pregunta casi con un tono preocupado, dando un paso hacia mí.