LOS ERRORES SE PAGAN CARO

Eros.

La madera del ático cruje bajo mis pasos como si se quejara de mi presencia. El aire es denso, viciado, y cada respiración parece un desafío. La pequeña ventana en lo alto apenas deja pasar la luz, y la puerta de metal a mis espaldas es un recordatorio constante de que estoy atrapado. Mi mandíbula se tensa, y un calor furioso recorre mi cuerpo. Ella.

Lyra cree que puede contenerme como a un animal. La ironía me arranca una amarga sonrisa. Que una princesa juegue a ser la dueña de mi destino es casi cómico, si no fuera tan irritante.

Mis manos tantean los bordes de la puerta, buscando alguna debilidad, algo que pueda forzar, pero todo es en vano. Respiro profundamente, tratando de calmar el torbellino en mi mente. Sé que perder el control solo le daría a ella más poder sobre mí.

El sonido de pasos me saca de mis pensamientos. La cerradura se gira con un chasquido metálico, y la puerta se abre lentamente. Una joven sirvienta entra, cargando una bandeja con comida. Sus ojos se clavan en los míos, y su expresión cambia de la humildad profesional a algo más... atrevido.

-La princesa ha ordenado que se le traiga esto, mi Lord -dice, su voz suave y casi cantarina.

Deposita la bandeja sobre la mesa, pero no se va. En cambio, se queda allí, observándome con una mezcla de curiosidad y deseo. No es la primera vez que una mujer me mira así, pero en este momento, su audacia me irrita más de lo habitual.

-¿Algo más? -pregunto con frialdad, mi mirada fija en ella como si pudiera quemarla con un solo vistazo.

-Solo... si necesita compañía, mi Lord. -Da un paso hacia mí, su sonrisa insinuante revelando sus intenciones.

Mis ojos se entrecierran, y mi tono se vuelve cortante, como el filo de una espada.

-¿Compañía? ¿Crees que eso es lo que necesito ahora?

Ella parpadea, confundida por mi reacción, pero no retrocede. Sus manos juguetean con las llaves que cuelgan de su cadera, y de repente, una idea se forma en mi mente. Me obligo a relajar mi postura, suavizando mi expresión.

-Tal vez... podría considerarlo. -Mi voz baja un par de tonos, y doy un paso hacia ella, inclinándome ligeramente.

La sirvienta contiene la respiración, claramente sorprendida por mi cambio de actitud. Mis dedos rozan los suyos, y su aliento se acelera.

-Cierra los ojos -murmuro.

Ella obedece, y con un movimiento rápido, tomo las llaves de su cadera. Antes de que pueda reaccionar, ya estoy en la puerta, girando la cerradura.

-Lo siento, pero no me interesa su "compañía". -Le lanzo una última mirada fría antes de salir, dejando la puerta abierta tras de mí.

El silencio del pasillo es perturbador, roto solo por el eco de mis pisadas. Mi respiración aún está agitada, y la llave que robé cuelga de mis dedos, tintineando suavemente con cada paso. La ira se agita en mi interior como un incendio que amenaza con consumir todo a su paso.

Todo esto es por su maldito orgullo. ¿Encerrarme como si fuera un criminal? Si cree que puede doblegarme con juegos tan patéticos, no ha aprendido nada.

Llego frente a la puerta de su habitación y la abro de un tirón, sin molestarme en llamar. No me importa si la interrumpo; de hecho, espero hacerlo. Pero lo que encuentro dentro me detiene en seco.

Ella está allí, de pie junto a la ventana, su figura bañada por la luz plateada de la luna. Y no está sola. Alastair, el vizconde, está a pocos pasos de ella, con los brazos cruzados y una expresión relajada.

La conversación se detiene al instante. Ambos giran hacia mí, sus rostros mostrando sorpresa. Por un momento, el silencio es ensordecedor, como si la habitación misma contuviera la respiración.

-¿Interrumpo? -pregunto, mi tono cargado de sarcasmo, aunque mi voz es peligrosamente baja.

Lyra no se inmuta. Alastair, en cambio, adopta una postura más tensa, como si estuviera listo para justificarse.

-No -responde Lyra con frialdad, dando un paso hacia mí-. ¿Cómo salió del ático?

Ignoro su pregunta, mi mirada fija en Alastair. Él se aclara la garganta, visiblemente incómodo.

-Estábamos discutiendo asuntos del reino, mi Lord -dice, manteniendo la compostura.

-¿Asuntos del reino? -repito, mi tono goteando incredulidad-. Me resulta curioso que esos "asuntos" requieran la privacidad de la habitación de una princesa a estas horas.

Lyra da otro paso, colocándose entre nosotros, como si quisiera bloquear mi vista de Alastair. Su voz es cortante, como una hoja bien afilada.

-Eros, está fuera de lugar.

-¿Yo? -Doy un paso hacia la puerta, cruzándome de brazos-. ¿Tú me encierras como a un perro y me acusas de estar fuera de lugar?

Ella no parpadea, su mandíbula apretada con la misma testarudez que he llegado a odiar. O, peor aún, a respetar.

-Hice lo que creí necesario -responde, su tono firme-. No puedes andar por los pasillos como si este castillo te perteneciera.

-Y tú no puedes jugar a ser reina cuando apenas logras mantener el control sobre tu propio temperamento.

Por un momento, algo parpadea en sus ojos, una chispa de rabia o tal vez de algo más profundo. Pero no retrocede.

Alastair se aclara la garganta nuevamente, moviéndose hacia la puerta.

-Quizás debería dejarlos a solas. -murmura y cuando pasa por el lado de Lyra le dice.-Recuerda nuestra conversación.

<<¿Su conversación?>> la curiosidad me corrompe pero no puedo dejar que se vea.

-Buena idea, vizconde -respondo, lanzándole una mirada fría que lo obliga a apresurar su salida.

Cuando la puerta se cierra tras él, el silencio regresa, cargado de tensión. Lyra se cruza de brazos, enfrentándome con la misma furia que late en mis venas.

-¿Qué querías lograr con eso? -pregunto, mi voz baja pero cargada de furia contenida-. ¿Humillarme? ¿Demostrar que tienes el control?

Ella no responde de inmediato, pero su mirada no vacila.

-Quería que entendiera que sus juegos tienen consecuencias.

-¿Consecuencias? -doy un paso hacia adelante, pero mantengo la distancia, aunque mis palabras son un látigo-. Lyra, no juegues conmigo.

Ella alza el mentón, desafiándome.

-No tengo tiempo para tus amenazas vacías, Eros.

La tensión en la habitación es palpable. Mi mente es un torbellino, y cada parte de mí grita por hacerle entender el error que ha cometido. Pero sé que no debo ceder a la ira. No ahora.

Respiro hondo, luchando por recuperar algo de control.

-Esto no es un juego -digo, mi voz más tranquila, pero no menos peligrosa-. Lo que hiciste fue un error. Y en la guerra, los errores se pagan caro.

Ella no responde, pero su mirada no se desvía.

-¿Terminaste? -pregunta finalmente, con una frialdad que casi me hace sonreír.

-Por ahora -respondo, girándome hacia la puerta.

<<Algo está diferente, ella normalmente sede a mis juegos. Está distante>>

Pero antes de salir, me detengo, mirando por encima del hombro.

-La próxima vez que quieras encerrarme, asegúrate de que la llave esté en manos menos ansiosas.

Y con eso, salgo, dejando la puerta abierta de par en par, un recordatorio de que, por mucho que lo intente, nunca podrá mantenerme encerrado.

Cautivos Entre Espadas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora