Cautivos Entre Espadas y Espinas

10

SIMPLES RUMORES

Lyra.

El comedor está lleno de murmullos apagados y el suave sonido de la porcelana chocando contra los cubiertos. La luz de las velas parpadea, proyectando sombras danzantes en las paredes de piedra. El aroma de hierbas frescas y guiso caliente llena el aire, pero apenas lo noto. Mis pensamientos están enfocados en Elizabeth, quien se sienta frente a mí con una expresión de confidencia reservada. 

—Entonces, ¿qué pasó después? —le pregunto, apoyando el mentón en una mano mientras juego con el tallo de mi copa de vino. 

Elizabeth, siempre tan recatada y precisa, sonríe con un toque de timidez. Deja su cuchara con cuidado y se inclina ligeramente hacia mí. 

—Después de la compra él se ofreció a llevarme el libro hasta la entrada del mercado. 

—¿Y usted aceptó? —inquiero, con una sonrisa socarrona. 

—Por supuesto que no —responde, aunque la leve curva en sus labios la delata—. Pero insistió tanto que al final tuve que ceder. No podía decirle que no sin parecer descortés. 

Me río suavemente, disfrutando de su evidente lucha interna. 

—¿Y cómo se llama este caballero tan insistente? 

Elizabeth juguetea con la servilleta, sus mejillas enrojecidas. 

—Samuel.

—¿Y Samuel tiene alguna profesión?

—Es nuevo en el mercado. Vende libros raros y manuscritos antiguos. 

Levanto una ceja, interesada. 

—Un hombre de letras. Eso explica su habilidad para ganarse su atención. 

—Es… distinto —admite ella, su tono más suave ahora—. No habla como los demás mercaderes. Hay una pasión en su voz cuando menciona la historia detrás de cada tomo. 

—¿Distinto en qué sentido, Elizabeth? —pregunto, inclinándome hacia ella con curiosidad. 

Ella me lanza una mirada divertida. 

—Distinto, Princesa. Más educado, más... intrigante. 

La miro por un momento, disfrutando de su rareza al abrirse así. Elizabeth no suele hablar con entusiasmo sobre nadie. 

—Creo que debería volver al mercado.

—No, no, creo que sería inapropiado —murmura nerviosa y ruborizada

—Quizás Samuel tenga más libros interesantes para ofrecerle. 

Elizabeth sacude la cabeza con una pequeña risa, pero antes de que pueda responder, el sonido de pasos firmes resuena en el pasillo. La puerta se abre, y Alastair entra con un aire de urgencia. Su semblante es serio, y su usual calma parece haberse desvanecido. Lleva una camisa blanca emangada hasta los codos, con el primer botón abierto dejando ver su clavícula y un pantalón azul claro con unas botas de montar.

—Princesa, lamento interrumpir —dice, haciendo una leve reverencia hacia nosotras—. Pero hay algo que debe saber. Es importante.