EL ÁTICO

Lyra.

Camino entre los setos bien cuidados, dejando que la brisa nocturna enfríe mi piel, pero la sensación de su cercanía permanece, persistente como un eco. La voz de Eros sigue ahí, como un susurro que no puedo desterrar.

Me detengo junto a la fuente, la luz de la luna ilumina el agua en un murmullo constante que casi logra calmarme. Cierro los ojos y apoyo las manos sobre el borde de piedra fría, intentando domar la tormenta que su cercanía ha desatado en mí. Pero el recuerdo sigue vivo: la intensidad de su mirada, cómo atrapó la mía como si pudiera ver a través de mis defensas. Nadie, jamás, había osado mirarme así.

Mi corazón late más rápido al recordar cómo su voz bajó de tono al decirme: Digamos que me fue difícil dejar de mirarla esta noche. Sus ojos grises, oscuros, no dejaron los míos ni por un segundo, y me sentí expuesta, como si él pudiera ver algo que ni yo misma entiendo.

El viento juega con mi cabello mientras trato de estabilizar mi respiración. Sé que no debo dejar que sus palabras me afecten, pero algo ha cambiado. ¿Por qué él? Me he enfrentado a hombres más fuertes, más peligrosos, y sin embargo, Eros, con su presencia imponente y su manera de hablar, parece tener un poder sobre mí que no entiendo.

Me obligo a apartar esos pensamientos, a recuperar el control. Pero el calor en mi piel, el recuerdo de su cercanía, permanecen allí, como una sombra que no puedo sacudirme.

Me doy cuenta de que lo odio, no solo por hacerme sentir vulnerable, sino por la pequeña y traicionera parte de mí que no quiere que eso desaparezca.

-La única emoción que te corroe es la ambición, como a ti -había dicho, y su voz, cargada de una certeza desafiante, se clavó como una daga.

El calor de su proximidad aún me recorre. Siento su aliento, cada palabra en susurros que solo yo podía oír, un desafío y una promesa en una sola frase. Me confunde y, al mismo tiempo, despierta algo en mí que no logro entender. Me doy cuenta de que odio ese efecto que tiene en mí, y aún más, odio la pequeña parte de mí que no quiere deshacerse de él.

-¿Se encuentra bien, princesa? -La voz de Lord Reay detrás de mí me saca de mi trance.

Tomo una bocanada de aire antes de girarme hacia él, esbozando una sonrisa forzada.

-Sí, estoy bien, Lord Reay. -le aseguro, con una sonrisa cerrada.

-¿Segura? -insiste, con un atisbo de preocupación mientras se acerca.

Le lanzo una sonrisa más amplia, tratando de disipar su inquietud.

-La noche está especialmente bella, ¿no cree? -añado, alzando la vista hacia el cielo estrellado.

-Quizás, pero la veo como todas las noches -responde, deteniéndose a mi lado.

<<Estúpido pero lindo, vaya, y luego nos tachan de superficiales a nosotras>>, pienso con sarcasmo.

-¿Nunca ha reparado en las estrellas, Lord Reay?

-Prefiero lo que puedo ver y tocar -responde, su tono seco y práctico.

Antes de que pueda decir nada más, una voz inconfundible nos interrumpe.

-¿Qué hacen aquí afuera, sin chaperón? -pregunta Eros, su tono cargado de una autoridad que no necesita enfatizar.

Lord Reay se gira, palideciendo ante la repentina presencia de Eros. Yo, en cambio, me mantengo de espaldas, deseando no volver a verlo.

-Solo hablábamos, no es nada... -balbucea Reay, intentando justificarse.

Cautivos Entre Espadas y EspinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora