Josh
Al entrar al salón de fiestas, un torbellino de emociones me invadió. El aroma del incienso y las flores de cempasúchil me envolvieron de inmediato, llevándome a un lugar de calidez y nostalgia. Mis ojos se posaron en el altar que Nico había estado preparando, y lo que vi me dejó sin aliento.
Las fotos de mis seres queridos, cuidadosamente dispuestas, brillaban bajo la suave luz que iluminaba el salón. Cada imagen contaba una historia, un recuerdo, una risa compartida. Pero no era solo eso; el altar estaba adornado con detalles hermosos que combinaban las tradiciones colombianas y mexicanas. Era un homenaje a la vida, a la memoria y a la conexión que compartimos a través de nuestras culturas.
Sentí cómo las lágrimas comenzaban a acumularse en mis ojos. No podía contenerme. La mezcla de amor y tristeza me abrumaba; era como si cada recuerdo se entrelazara con el presente, trayendo a la vida a aquellos que ya no estaban. Nico se acercó y, al ver mi expresión, su mirada se suavizó.
—Josh, ¿estás bien? —preguntó con voz suave.
Sin poder contenerme más, asentí y dejé que las lágrimas fluyeran libremente. Nico, siempre perceptivo, me rodeó con sus brazos, apretándome contra su pecho. Me sentí seguro en su abrazo, como si estuviera en casa.
—Lo siento... —susurré, incapaz de articular más.
—No tienes que disculparte —respondió, acariciando mi espalda—. Está bien sentir. Este momento es para recordar, para honrar a quienes amamos.
Su apoyo me reconfortó, y mientras mi llanto comenzaba a calmarse, me di cuenta de que no estaba solo. Nico estaba ahí, sosteniéndome, compartiendo mi dolor y mi alegría. Era un recordatorio de que, a pesar de la distancia de aquellos que ya no estaban, teníamos el poder de mantener sus memorias vivas juntos.
El altar resplandecía, y en ese instante, comprendí que estábamos creando algo hermoso: un puente entre nuestras culturas y un tributo a nuestras familias, un legado de amor que perduraría más allá del tiempo.
Mientras me soltaba de su abrazo, Nico sonrió, esa luz en sus ojos que siempre me hacía sentir mejor.
—Sabes, mis abuelos también han estado muy emocionados por esto. Contrataron a una maquillista para que nos pinte de catrines para la fiesta. —Su voz tenía un tono de entusiasmo que me hizo sonreír a pesar de la tristeza que aún me envolvía.
—¿En serio? —pregunté, tratando de contener la risa al imaginar cómo luciríamos. La idea de ser un catrín, con el maquillaje elaborado y los detalles coloridos, era a la vez divertida y un poco intimidante.
—Sí, y prometo que será increíble. Es una manera de honrar nuestras tradiciones y hacer que esta celebración sea aún más especial. —Nico se rió—. Además, ¡te ves increíble con el maquillaje!
La idea de que nos transformáramos en catrines, con la combinación de nuestras culturas, me hacía sentir parte de algo más grande. Era un momento en el que nuestras familias se unirían, donde el amor y la alegría superarían la tristeza.
—Suena genial —respondí, entusiasmado—. ¿Y si hacemos una competencia de quién se ve mejor?
Nico se rió, y por un momento, la tristeza se desvaneció, dejándome con una sensación de ligereza.
—Acepto el reto. Pero solo si prometes no llorar cuando te vea todo vestido.
Ambos nos reímos, y esa conexión, esa complicidad, me hizo sentir agradecido por tenerlo a mi lado. Era el tipo de momentos que atesoraría por siempre, donde el amor y la tradición se entrelazaban, creando un nuevo recuerdo que llevaríamos en nuestros corazones.
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𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐞𝐧 𝐒𝐚𝐧 𝐌𝐚𝐫𝐜𝐨𝐬
Teen FictionEn un mundo con más de 7,951 millones de personas, encontrar a tu alma gemela parece casi imposible, especialmente en un pequeño estado como Aguascalientes, México. Sin embargo, cuando dos almas están destinadas a encontrarse, las probabilidades y l...