↻⊲ Capítulo 4 ⊳ ↺

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¿Cuál dirías que es la mejor canción para iniciar tu día? En mi caso, me gusta escuchar "La Carencia" de Panteón Rococó. Es una melodía que me da ese tipo de ánimo en la mañana, sobre todo cuando el camión se va llenando conforme nos acercamos al centro o a la universidad.

Primera regla de viajar en camión, si es que no eres de Latinoamérica y eres un suertudo que vive en un país de primer mundo: cuando viajes en un camión o bus extremadamente lleno, guarda todas tus cosas de valor en tu mochila. Si se puede, en la bolsa más escondida que tengas. ¡Jamás se te ocurra guardarte nada en las bolsas del pantalón, chaqueta o así! Porque si no, vas a terminar sin teléfono, cartera o tarjeta de acceso a la universidad. Lo digo por experiencia; me ha pasado muchas veces y sale caro reponer todo eso. Los camiones a esta hora parecen latas de sardina, así que es difícil estar en estos lugares sin sentir que se te va a salir el maldito pulmón o que los viejos rabos verdes te estén poniendo la berenjena en las pompis. Porque, aunque no lo crean, sí pasa y en muchas ocasiones.

Al bajarme del camión, la multitud se dispersó a mi alrededor, pero mi atención se centró en una figura que destacaba entre la marea de estudiantes. Era Josh, esperándome en la entrada de la universidad. Mi corazón comenzó a latir con más fuerza, como si quisiera escaparse de mi pecho. Sonreí sin poder evitarlo, sintiendo que mis nervios se transformaban en emoción.

Me quité los audífonos y me acerqué a él, tratando de mantener la calma.

—¡Hola, Josh! —dije con una sonrisa, intentando sonar lo más natural posible.

—¡Nico! —respondió, su rostro iluminándose con una sonrisa que me hizo sentir aún más nervioso—. Estoy feliz de verte.

No podía dejar de observar esos ojos que parecían brillar con el sol de la mañana.

—Lo mismo digo. Gracias por esperar —respondí, ajustando la mochila en mi hombro—. ¿Listo para nuestro café?

—Totalmente. Estoy listo para recibir mis lecciones de cómo sobrevivir en este campus —dijo, riendo ligeramente.

Me eché a reír también, aliviado de que la conversación fluyera con naturalidad. Mientras caminábamos hacia la cafetería, aproveché para mirar a mi alrededor, notando a otros estudiantes que se apresuraban a sus clases. Sin embargo, mi mente estaba enfocada solo en Josh.

—Entonces, ¿has encontrado ya tu camino por aquí? —pregunté, intentando sacar un tema de conversación mientras nos acercábamos a la entrada de la cafetería.

—Un poco, pero todavía me pierdo. La otra vez terminé en la biblioteca, y ni siquiera tenía libros para devolver —se rió, y su risa era contagiosa.

—Eso pasa a todos. Si te despistas, puedes terminar en cualquier lugar. Aunque, bueno, la biblioteca no es tan mala —le dije, sonriendo—. Puedes encontrar algunos buenos lugares para estudiar ahí.

Al llegar a la cafetería, el aroma a café fresco y pan recién horneado nos envolvió. Era un lugar acogedor, lleno de estudiantes sentados en mesas, algunos charlando y otros concentrados en sus tareas.

—¿Qué quieres pedir? —le pregunté mientras observábamos el menú.

—Creo que un café negro y un croissant. No soy muy complicado —respondió, sonriendo.

—Yo me iré por un latte y una rebanada de pastel. Necesito algo dulce para compensar la mañana.

—Buena elección —dijo Josh, asintiendo.

Después de hacer nuestro pedido, encontramos una mesa en una esquina, un poco apartada del bullicio. Me sentía cada vez más emocionado, ansioso por conocerlo más y compartir un rato agradable.

𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐞𝐧 𝐒𝐚𝐧 𝐌𝐚𝐫𝐜𝐨𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora